sábado, 21 de junio de 2014

Espera con el Corazón

Cada vez que sabemos que tenemos que esperar, algo sucede en nuestro interior que a veces, en lugar de alegrarnos porque esperamos recibir algo, nos entristece porque aún no lo tenemos. Para todos es difícil esperar, en especial en esos momentos en los que nos es muy urgente recibir una respuesta, a veces por una enfermedad, por lo doloroso de una situación emocional o por una necesidad. Todo nos parece fácil de soportar, excepto tener que esperar, porque la espera es sinónimo de que aún no es el tiempo, y eso es lo que realmente se nos hace difícil de aceptar.

Pero para algunos es mejor actuar, porque piensan que no hay por qué esperar si no hay tiempo que perder; y están también quienes no harán absolutamente nada al respecto de su situación, porque por más que lo intenten es imposible que la cambien. Sí, hay situaciones realmente duras en las que por más empeño que ponemos no podemos hacer nada al respecto y lo único que nos queda es: esperar.
Y entonces a veces, ante nuestra falta de paciencia, podemos cometer errores al tomar decisiones apresuradas; decisiones de las que después no hay vuelta atrás y que lo único que hacen es empeorar las cosas, como tratar de solucionar un problema y provocar otro, y después nos sentimos peor que al principio, o como intentar esperar, pero nuestra mente nos dice tantas cosas que nos preocupamos, nos desesperamos, dudamos; mas si hay algo que nunca debemos olvidar, es que Dios habla al corazón y no a la mente.

Jesús aceptó que sabríamos que Él nos ama y lo demostró

Un hombre se estaba quejando conmigo acerca de su matrimonio. Cuando le pregunté si alguna vez le decía a su esposa que la amaba, contestó: Ella debe saberlo. No tengo que estar diciéndoselo una y otra vez. Después de todo, ella tampoco tiene que estar diciéndomelo a mí todo el tiempo.
¡Vaya!, pensé. Me alegra que Dios haya declarado claramente su amor por nosotros.

En Gálatas 2:20 leemos: Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Las profundas y poderosas palabras "con Cristo he sido crucificado" están llenas de importancia teológica, y tienen un gran significado práctico. Hablan de nuestra identificación con Jesús en la cruz, donde Él pagó por nuestros pecados.

¿Dónde fueron los creyentes del Antiguo Testamento cuando murieron?

El Antiguo Testamento enseña la vida después de la muerte, y que toda la gente fue a un lugar llamado el Seól. Los malos e impíos estuvieron allí (Salmo 9:1731:17;
49:14Isaías 5:14), y los justos también (Génesis 37:35Job 14:13Salmo 6:5;
16:1088:3Isaías 38:10).
El equivalente neotestamentario del Seól es el Hades. Antes de la resurrección de Cristo, Lucas 16:19-31 muestra que el Hades se dividió en dos partes: un lugar de confort donde estaba Lázaro, y un lugar de tormento donde estaba el hombre rico. La palabra infierno en el versículo 23 no es una traducción de Gehenna (lugar de tormento eterno), sino Hades (lugar de los muertos). Sin embargo, el lugar de confort de Lázaro es llamado en otros lugares "el Paraíso" (Lucas 23:43). Entre estas dos partes del Hades hay "un gran abismo" (Lucas 16:26, NVI).

Jesús es descrito habiendo descendido al Hades tras Su muerte (Hechos 2:27,31; compare con Efesios 4:9). En la resurrección de Jesucristo parece que los que consecuentemente, eran creyentes en el Hades (los ocupantes del Paraíso), fueron trasladados a otro lugar. Ahora, el Paraíso está arriba en lugar de abajo (2 Corintios 12:2-4).

Hoy, cuando un creyente muere, él está "presente al Señor" (2 Corintios 5:6-9). Pero cuando muere un incrédulo, él sigue a los no creyentes del Antiguo Testamento al Hades. En el juicio final, el Hades se vaciará delante del Gran Trono Blanco, donde sus ocupantes serán juzgados antes de ser arrojados al lago de fuego (Apocalipsis 20:13-15).



¿Por qué te comparas? - Crecimiento Personal-espiritual

“Si vas a compararte, asegúrate de hacerlo contigo mismo”.
Uno de los enemigos más grandes que tenemos es la comparación. Vivimos comparándonos con otros, y hay un dicho que dice: “no mires la paja en ojo ajeno, sin mirar antes la viga en el propio”. La comparación nos roba la energía y lo que es más importante, nuestra identidad. La mejor comparación que puedes hacer es contigo mismo.
Es muy triste ver que muchas personas desconocen su propio valor, hasta el punto de llegar a despreciarse activa y pasivamente, ignoran su verdadero potencial. 
Sí, de acuerdo, es probable que todavía no estés a la altura de tu verdadero potencial, pero eso no significa que no puedas desarrollarte. Es probable que sientas que tu vida está por el suelo, pero eso no significa que debas estar siempre en él. La verdad es que todos tenemos un valor extraordinario, y tú vales mucho. Quizá no lo sepas porque has vivido una mentira, pero ya es hora de que comiences a vivir la vida que Dios preparó para ti.
El primer paso que debes dar se llama aceptación. Comienza aceptando que eres hechura de Dios, que eres un regalo muy valioso, una obra maestra. Dios te ha dado talentos, competencias, habilidades, personalidad, experiencia... para que puedas ser un regalo para otros. La aceptación es el mejor punto de partida. 

¡Quiero ser feliz!

Si quieres ser feliz, no busques en el lugar equivocado, busca a Dios, solo en Él encontrarás todo lo que necesitas.


La búsqueda de la felicidad ocupa en todos los seres humanos, el primer lugar en la escala de motivación. Todos compartimos el mismo deseo, la misma filosofía. El objetivo principal en la vida es ser felices.

Nadie desea vivir para sufrir o para lamentar cada paso que dé. Nuestro mayor deseo es encontrar la senda que conduce a la felicidad verdadera, la prosperidad que satisface el alma y deleita el espíritu, brindándonos paz sin medida.

Salomón fue el rey más sabio y próspero de todos los reyes de Israel (Eclesiastés 1:16). Antes y después de él, ningún rey gozó de tanta sabiduría, ciencia y prosperidad. Él se dedicó a buscar el significado de las cosas y particularmente, el verdadero significado de la vida y la felicidad.
Pero a diferencia de los filósofos de la antigüedad, Salomón tenía una perspectiva más amplia y completa sobre la vida y la esencia de la felicidad. Los grandes filósofos griegos por ejemplo, buscaban también respuestas a todos los interrogantes referentes a la existencia y la felicidad, pero sus conocimientos provenían fundamentalmente de la gran capacidad de observación y análisis que poseían. En cambio, Salomón no solo fue dotado de una mente brillante, capaz de hacer conjeturas precisas y detalladas, sino que a ella le agregó la experiencia personal (Eclesiastés 2:3); él no solamente veía cómo se hacían o desarrollaban determinadas cosas, sino que también, debido a su gran riqueza y posición de liderazgo, pudo experimentarlas en su vida personal.
Según el relato bíblico, no se privó de nada. Entregó su vida a los placeres, a la adquisición de bienes materiales, y su fama superó a la de todos sus contemporáneos. 
Nunca hubo en Israel, ni antes ni después, un rey como él. Además, podríamos agregar que cuando escribió este libro, el libro de Eclesiastés, del cual estamos tomando la base de este mensaje, Salomón estaba en la etapa final de sus días, no a punto de morir, sino más bien en su etapa de madurez. Esto le da a su punto de vista peso y equilibrio, ya que en esta etapa sabemos qué es lo que tiene verdadero valor en la vida. Siempre es bueno prestar atención a la gente mayor, a sus consejos, a sus vivencias, ya que podemos comprender en pocos instantes, lo que a ellos les llevó años aprender, quizá toda una vida.

¡Mira! Haz un ejercicio. Toma un bolígrafo, un papel y escribe una lista con 20 cosas que te gustaría hacer, tener o ser en la vida y que crees que te darían felicidad si pudieras hacerlas realidad. Después de elaborar la lista, imagina que estás en los últimos momentos de tu vida... ¿cuántas cosas de tu lista tendrían realmente valor? ¿Cuántas de estas cosas lamentarías realmente no haber hecho, y las consideras ahora que estás a un paso de la eternidad?
Normalmente, en esos momentos las personas no se lamentan por no haber tenido la casa de sus sueños o el coche último modelo que tanto deseaban. En esos momentos posiblemente lamentemos lo que no dijimos, o lo que no hicimos, como por ejemplo pedir perdón a aquellos que herimos con nuestras palabras, hechos o actitudes, perdonar a quienes nos hirieron, pasar más tiempo con nuestros seres queridos, haber ayudado más a quienes necesitaban de nosotros, habernos esforzado más en nuestro matrimonio o en nuestra relación con Dios, etc.

La falta de dinero es una de las razones más habituales, que la gente argumenta para explicar su insatisfacción en la vida. Muchos dicen "Si tuviera suficiente dinero haría esto o aquello y entonces sería realmente feliz". Pero muchas de esas personas, cuando llegan a tener ese dinero, no realizan sus sueños y siguen siendo igualmente desdichadas, lo que prueba que su problema no era la falta de dinero. Buscaron opulencia y más tarde, después de conseguirla, descubrieron que todavía son infelices. Muchos, en el intento de alcanzar algún logro en su vida, olvidan la parte más importante de ella. Otros, después de conseguir algún tipo de éxito, deciden abandonar sus hogares separándose de sus familias, para comenzar otra vida, creyendo encontrar en ella la verdadera felicidad. Pero con el paso del tiempo, los que siguen este camino llegan a la misma conclusión, que la senda iniciada, solo era una ilusión, y de allí en adelante llevan una vida de sufrimiento y dolor.
Es normal confundir posesiones de bienes terrenales, poder y riquezas, con triunfo y felicidad.