Si usted preguntara a varias personas si creen que hay un lugar llamado cielo, la mayoría probablemente le diría que sí. Pero si les pregunta cómo es o cómo se puede llegar allí, es congruente sospechar que recibiría diversas respuestas. Aunque muchas personas se aferran a la creencia del cielo y esperan ir allí cuando mueran, muy pocas tienen una idea precisa del mismo.
Ya que los seres humanos estamos atados a la tierra hasta la muerte, son frecuentes los conceptos equívocos acerca del cielo. Algunas personas lo imaginan como un lugar donde flotan espíritus amorfos, o donde hay ángeles sentados en las nubes tocando arpas. Y las películas representan su propia versión de lo que nos espera.
En medio de todas las opiniones confusas y contradictorias, debemos recordar que la única fuente segura de información precisa sobre el cielo es la Biblia. Dios nos da en sus páginas destellos de escenas celestiales. Aunque podamos anhelar tener más detalles y descripciones, el Señor ha revelado solo lo que Él quiere que sepamos y, muy probablemente, lo que podemos entender. Nuestras limitaciones humanas nos impiden comprender adecuadamente la gloria inimaginable que hay allí arriba. No tenemos ningún marco de referencia para entender todo lo que Dios ha preparado para nosotros (1 Corintios 2. 9). Muchas veces tenemos más preguntas que respuestas.
¿CÓMO PUEDO LLEGAR AL CIELO?
La Biblia dice claramente que después de la muerte solo hay dos posibles destinos para la humanidad: el cielo o el infierno. En una historia que contrasta nítidamente el bienestar del paraíso con el tormento del infierno, Cristo dijo que cambiar "a posteriori" de lugar es imposible (Lucas 16.19-31). Sabiendo esto, sería una insensatez ignorar la Palabra de Dios, y arriesgarse a confiar en nuestras propias ideas acerca de cómo llegar al cielo.
Muchas personas piensan que su destino eterno depende de la manera en que se comporten. Si son más las buenas obras que las malas, creen que Dios los aceptará. Pero el Señor dice que todas nuestras buenas obras son “como trapo de inmundicia” ante Él (Isaías 64.6). Ya que todos somos pecadores por naturaleza, no estamos cualificados para entrar en la santa morada de Dios.
Nuestra entrada en el cielo no depende de lo buenos que seamos; lo que importa es lo bueno que es Cristo, y lo que Él hizo por nosotros. El Señor vivió una vida absolutamente perfecta y pagó el castigo por nuestros pecados al morir en nuestro lugar. Quienes creen esto y aceptan el pago que Él hizo a su favor, reciben un billete al cielo que jamás podrá ser invalidado.
¿POR QUÉ DEBERÍA ESTAR INTERESADO EN EL CIELO?
Algunos cristianos se contentan simplemente con saber que estarán seguros eternamente. Por supuesto, quieren experimentar las glorias de arriba, pero no ven ninguna conexión inmediata entre sus vidas cotidianas y su destino futuro. Por tanto, no sienten el deseo de saber más sobre el cielo. Pero Cristo quiere que los creyentes sepan cuál es “la esperanza a que él nos ha llamado, y… la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1.18).
El cielo es nuestro hogar futuro. Allí es donde está nuestra ciudadanía; somos solo transeúntes en la tierra. Toda una vida aquí parecerá un simple soplo en comparación con la eternidad. Siempre que usted lea un pasaje bíblico que describa una escena o actividad celestial, inclúyase en ellas, porque ésa será su realidad. Las puertas del cielo y las calles de oro no son un cuento de hadas, y algún día usted pasará por esas puertas, caminará por esas calles, y verá cara a cara al Señor.
Esta morada eterna será el hogar de todos los hijos de Dios. Nos encontraremos con los santos de todos los siglos, y nos reuniremos con nuestros seres queridos que fueron salvos. Y esta reunión será mucho mejor que cualquier otra que hayamos experimentado antes. No habrá conflictos ni malentendidos; solo la comunión ideal y el amor perfecto que todos anhelamos.
Pero la razón más importante para saber más acerca del cielo, es porque es la morada de Dios. Finalmente estaremos en presencia de Aquel que murió por nosotros. Durante todos nuestros años terrenales lo hemos amado y servido, pero en la eternidad nuestra fe se convertirá en visión. El pecado que nos impedía tener una comunión perfecta con el Señor, nunca más nos volverá a estorbar.