viernes, 26 de febrero de 2016

Aclamad al Señor

La tierra está llena de la misericordia del Señor; 
por Su Palabra fueron hechos 
los cielos y las aguas del mar. 
Oh, aclamad al Señor con los instrumentos 
aclamad al Señor con júbilo; 
aclamad al Señor con los instrumentos, 
cantadle un cántico nuevo.



Este cántico, cuya letra y música fueron compuestas por Lori Black Mathis, está basado en el libro de los salmos (47, 150, etc.). Seguro que donde vives hay un sitio no solamente bello sino único; el Señor no se esmeró más en unos lugares que en otros. El Señor habló y se hizo; a veces nos cuesta entender esto pero cuando vemos los milagros de Jesús, que hizo muchas veces solamente hablando, nos damos cuenta que el Génesis además de cierto, reafirma nuestra fe. Dios habló y se hizo, así de sencillo, así de fascinante, así de inconcebible bajo nuestra razón, pero así de cierto. Y cuando uno se detiene y ve esa majestuosidad de obra de Dios, cuando uno contempla cómo ha cambiado la vida de aquellos que lo buscamos, no tiene por menos que aclamar con júbilo Su nombre. Y lo aclamamos con instrumentos musicales, lo aclamamos con nuestra vida, lo aclamamos y lo buscamos cada amanecer para que nos guíe durante la jornada, y para darle las gracias porque podemos comenzar la jornada con Él.

El ladrón arrepentido

Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Lucas 23:43
El publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Lucas 18:13
Jesús fue crucificado en medio de dos ladrones. “Uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23:39;42).

Los doce Apóstoles

Un personaje inglés, llamado Oliverio Cromwell, descendiente de una familia de terratenientes, nació en Huntingdon, un pueblo al este de Inglaterra, el 27 de abril de 1599. 
Se educó en un ambiente cristiano y protestante, teniendo una inquebrantable fe y un profundo conocimiento de la Biblia. Ostentaba el cargo de Lord Protector sobre Inglaterra, Escocia e Irlanda. 
Se cuenta que en cierta oportunidad entró en la hermosa catedral de Westminster, en Londres, y viendo un grupo de estatuas de plata de los doce apóstoles, preguntó:  
-¿Quiénes son éstos?, y alguien le contestó: 
-Estos son los doce apóstoles. Entonces el Lord Protector dijo: 
-Bájenlos de allí para que anden por el mundo haciendo bienes como su Maestro. En seguida las estatuas fueron fundidas para convertirlas en monedas.

La práctica de la presencia de Dios (2)

2ª conversación que mantuvo Nicolás Hermann, el Padre Lorenzo, con Fray José de Beaufort.

El Hermano Lorenzo me dijo que él siempre había sido gobernado por el amor, sin ninguna actitud egoísta. Y desde que resolvió hacer del amor de Dios el fin de todas sus acciones, había encontrado razones para estar muy satisfecho con su método. También estaba contento cuando podía levantar una pajita del suelo por amor a Dios, buscándole solo a Él, y nada más que a Él, ni siquiera buscando sus favores. 

Durante mucho tiempo había estado afligido mentalmente por creer que sería condenado. Ni todos los hombres del mundo podrían haberlo persuadido de lo contrario. Finalmente razonó consigo mismo de esta manera: Yo no me involucré en la vida religiosa excepto por amor a Dios, y me he esforzado para hacer solo para Él todo lo que hago. Sea lo que sea de mí, esté perdido o salvado, siempre seguiré obrando puramente por amor a Dios. Por lo menos tendré este bien, que hasta la muerte habré hecho todo lo posible para amarlo. Durante cuatro años había estado con esta angustia mental, y durante ese tiempo había sufrido mucho. Sin embargo, desde aquel tiempo había vivido en una libertad perfecta y una continua alegría. Puso sus pecados delante de Dios, tal como eran, para decirle que no merecía sus favores, pero sabía que Dios continuaría otorgándoselos abundantemente. 

El Hermano Lorenzo dijo que a fin de tomar el hábito de conversar con Dios continuamente y de mencionarle todo lo que hacemos, al principio debemos dedicarnos a Él con cierto esfuerzo; pero que después de ocuparnos un poco de eso deberíamos encontrar que su amor nos mueve a hacerlo internamente sin ninguna dificultad. Él esperaba que después de los días agradables que Dios le había concedido, tendría un tiempo de dolor y sufrimiento. Aunque él no estaba inquieto por esto, porque sabía muy bien que no podía hacer nada por sí mismo. Dios no fallaría en darle la fuerza para soportarlos. 

Cuando se le presentaba la ocasión de practicar alguna obra bondadosa, se dirigía a Dios, diciendo: “Señor, no puedo hacer esto a menos que me capacites”. Y entonces recibía fuerzas más que suficientes. Cuando había fallado en su deber, confesaba su falta diciéndole a Dios: “Jamás podría obrar de otra manera si me dejaras librado a mis propias fuerzas. Eres Tú quien debe impedir mi caída, y arreglar lo que está mal”. Después de la confesión, ya no sentía ninguna inquietud acerca de lo hecho. 

El Hermano Lorenzo decía que, con respecto a Dios, debemos obrar con la más grande de las simplicidades,
hablando con Él franca y claramente, e implorando su ayuda en todos nuestros asuntos. Dios nunca había fallado en concederle su ayuda, y el Hermano Lorenzo lo había experimentado frecuentemente. Me contó que recientemente había sido enviado a Burgundia, para comprar la provisión de vino para la sociedad. Esta tarea le resultaba muy poco grata porque no tenía ninguna inclinación para los negocios, y porque era cojo y no podía ocuparse de su trabajo en el barco sino rodando sobre los toneles. Sin embargo, se entregó a esta tarea y a la compra del vino sin ningún descontento. Le dijo a Dios que se ocupó de este negocio, y que lo hizo muy bien. Mencionó que el año anterior había sido enviado a Auvergne con la misma comisión y, aunque no podía decir cómo, todo había resultado muy bien. De la misma manera cumplía con su trabajo en la cocina (al cual
por naturaleza tenía una gran aversión), donde se había acostumbrado a hacer todo por amor a Dios. Durante los quince años que había estado trabajando en la cocina, todo le había resultado fácil porque lo hacía con oración y movido por la gracia de Dios. Estaba muy feliz con el puesto que ocupaba ahora, pero que estaba listo a volver a lo anterior, debido a que siempre estaba agradando a Dios en cualquier condición, haciendo las cosas pequeñas por amor a Él.