lunes, 19 de octubre de 2015

Preguntas ardientes

YO SOY EL QUE SOY… (Éxodo 3; 14).
Inline image 1Una antigua historia cuenta que un muchachito fue enviado solo al bosque durante una noche de otoño, para probar si era valiente. El cielo se oscureció y los ruidos nocturnos llenaron el aire. Los árboles crujían, una lechuza ululaba y un coyote aullaba... Aunque tenía miedo, el niño se quedó toda la noche, tal como lo exigía la prueba. Por fin, la mañana llegó, y allí cerca, vio una figura solitaria… era su abuelo, que lo había estado vigilando todo el tiempo.

Cuando Moisés se internó en el desierto, vio una zarza ardiente que no se consumía. Dios comenzó a hablarle desde allí, enviándolo de regreso a Egipto para que liberara de la cruel esclavitud a los israelitas. Reticente, Moisés empezó a cuestionar: 
-¿Quién soy yo para ir?

-Yo estaré contigo, fue la simple respuesta de Dios.

-Supongamos que me preguntan quién me envió y cómo se llama. ¿Qué les digo?

Dios respondió: YO SOY EL QUE SOY. (…) Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros (Éxodo 3:14). La frase "YO SOY EL QUE SOY" revela el carácter eterno y consumado de Dios.

El Señor ha prometido estar siempre con los que creen en Él. Sin importar la oscuridad de la noche, el Dios invisible está listo para responder de manera apropiada ante nuestra necesidad.
Padre, gracias por tu carácter inalterable.
Dios está siempre presente y actuando.

La Oveja Valiente Evoluciona

Érase una vez, una oveja que vivía feliz junto a sus hermanas. Ella, como las demás, vivía feliz porque su pastor era bueno y cubría sabiamente sus necesidades. Construyó, exclusivamente para ellas, un entorno seguro y libre de depredadores, ningún lobo podía llegar con nocturnidad y alevosía, y cobrarse unas cuantas victimas. El pastor aseguraba su seguridad y cuidaba que no les faltara pasto fresco, agua y un sitio al que poder llamar hogar. A cambio, solo se cobraba el favor con su lana y su leche; parecía un intercambio justo por la tranquilidad y la seguridad que les aportaba.
Todos los días salían a pastar, un gratificante trabajo con el que aportar su granito de arena a ese sistema que tanto necesitaban, para mantener alejado el peligro. Solo de pensar en quedar solas y expuestas, las invadía el pánico. El pastor contaba con la ayuda de un perro fiel y leal que cuidaba del rebaño. El perro era un gran intermediario y no solo cuidaba de que ninguna oveja se descarriara, sino que, constantemente, se ocupaba de recordar a todas las integrantes del rebaño los riesgos de quedar separadas y solas, fuera de ese maravilloso hogar que les fabricó el pastor exclusivamente a ellas.

Un día, una oveja curiosa comenzó a separarse del rebaño. A diario, Parda, que así se llamaba, intentaba alejarse un poco más del resto, y el perro, cada vez que esto pasaba, se volvía más y más fiero con ella e intentaba por todos los medios, devolverla al rebaño, consiguiéndolo cada día con un mayor esfuerzo. Esta oveja negruzca y fea, era observada pacientemente por el pastor, que veía como un día tras otro, esta oveja rebelde trataba de escapar. No era una oveja excesivamente especial para él, su lana no era blanca e inmaculada como las otras, era más bien color cenicienta, tirando a negruzca, poco aprovechable, y su leche no destacaba especialmente del resto; era una oveja mas, casi prescindible, y se planteó que quizá mantenerla en el rebaño daría más trabajo que beneficios, y si persistía en su obsesión por escapar, no tendría más remedio que sacrificarla.

Todas las demás ovejas recelaban de esa oveja negra y descarriada, que con su actitud estaba provocando que el pastor que amigablemente les había ofrecido su hospitalidad, se volviera en su contra y peligrara la seguridad que durante tanto tiempo las abrigó. Muchas voces en el rebaño incidieron en mostrar su desacuerdo con la actitud de esa oveja, excluyéndola del grupo, dándole la espalda, para que el pastor viera en ese acto, un desacuerdo unánime con la reprobable y loca actitud de esa oveja conflictiva. Pero una oveja temerosa como las otras, pero más perspicaz, estuvo observando a esa oveja revolucionaria durante todo ese tiempo, y lejos de juzgarla, intentó comprenderla, se preguntaba qué era lo que esa oveja había llegado a razonar, para llegar a la conclusión de que abandonar la seguridad y la comodidad que aportaba el rebaño fuera la mejor opción. Qué locura se había adueñado de ella para que todo su estatus social en el rebaño se viera en entredicho, ¿por qué arriesgarse así por nada?, ¿por qué abandonar el sistema que mejor se adecua a su modo de vida? No lograba llegar a una conclusión, así que decidió investigar.

Guarda tu corazón

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:10).
En estos últimos días he meditado mucho acerca del corazón. Recuerdo mucho que cuando era pequeño y me regañaban o me hacían sentir mal, experimentaba una sensación como si algo en mi interior se desgarrara, como si una herida interior se abriera atravesando todo mi pecho. Era una sensación horrible y nunca me gustaba sentirlo.
Con el tiempo entendí que son heridas que quedan en el alma, y todo ese menosprecio, rechazo, dolor, violencia, y demás, endurecen nuestro corazón. Por eso Dios nos promete algo acerca de los corazones endurecidos.
“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 11:19).
Un corazón de piedra es insensible, no tiene sentimientos, está muerto, es frío. Este tipo de corazones son los que maquinan el mal en todo tiempo. Son los corazones que Jesús describió a la perfección, lo que en ellos hay contenido.
“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19).

La ira del cordero

Los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero. Apocalipsis 6:15, 16.
Cesan las burlas. Callan los labios mentirosos. El choque de armas y el tumulto de la batalla, “con revolcamiento de vestidura en sangre” (Isaías 9:5), han concluido. Sólo se oyen ahora voces de oración, llanto y lamentación. De las bocas que se mofaban poco antes, estalla el grito: “El gran día de su ira es venido; ¿y quién podrá estar firme?” Los impíos piden ser sepultados bajo las rocas de las montañas, antes que ver la cara de Aquel a quien han despreciado y rechazado.

Conocen esa voz que penetra hasta el oído de los muertos. ¡Cuántas veces sus tiernas y quejumbrosas modulaciones no los han llamado al arrepentimiento! ¡Cuántas veces no ha sido oída en las conmovedoras exhortaciones de un amigo, de un hermano, de un Redentor! Para los que rechazaron su gracia, ninguna otra podría estar tan llena de condenación ni tan cargada de acusaciones, como esa voz que tan a menudo exhortó con estas palabras: “Volveos, volveos de vuestros caminos malos, pues ¿por qué moriréis?” Ezequiel 33:11. ¡Oh, si solo fuera para ellos la voz de un extraño! Jesús dice: “Por cuanto llamé, y no quisisteis escuchar; extendí mi mano, y no hubo quien atendiera; antes desechasteis todo consejo mío, y mi reprensión no quisisteis”. Proverbios 1:24, 25. Esa voz despierta recuerdos, que ellos quisieran borrar, de avisos despreciados, invitaciones rechazadas, privilegios desdeñados.
En la vida de todos los que rechazan la verdad, hay momentos en que la conciencia se despierta, en que la memoria evoca el recuerdo aterrador de una vida de hipocresía, y el alma se siente atormentada de vanos pesares. Mas, ¿qué es eso comparado con el remordimiento que se experimentará aquel día “cuando viniere como huracán vuestro espanto, y vuestra calamidad como torbellino”? Proverbios 1:27 (VM). Los que habrán querido matar a Cristo y a su pueblo fiel son ahora testigos de la gloria que descansa sobre ellos.