La historia trata de un niño llamado Carlitos. Estaba muy entusiasmado jugando en el jardín de su casa, cuando salió su madre para decirle que debía entrar en ella. Había notado que el clima había cambiado y que pronto se dejaría caer la tormenta.
Carlitos, enojado, cuando sintió que la puerta se cerraba, corrió para salir del jardín y se internó en el bosque; había decidido ser libre, y no ser mandado por nadie. Y se sentó a descansar a los pies de un árbol, contento con lo que había hecho.
No había pasado mucho tiempo, cuando gruesas gotas de agua humedecieron su rostro, luego fue a más, y a más, hasta caer un verdadero aguacero. Intentó retomar el camino a casa, y le fue imposible, había barro por todas partes, y lo más grave es que estaba totalmente desorientado. Se acordó de los brazos cálidos de su madre, y de pronto, se hirió en su cabeza al perder el equilibrio, golpeándose con una gran piedra.
Mientras, su madre junto a su otra hija, desesperadamente trataban de encontrarlo. Iban con linternas en la mano, lo llamaban, hasta que fue encontrado tendido en el suelo, sin conocimiento, empapado y muy, muy helado. Carlos, despertó sobre su cama, arropado, curada su herida, y con mamá a su lado.
-Mamá, perdóname por no obedecerte, creí que podía guiarme solo, dijo.
-Te basta con la experiencia que has tenido, Cuando se trate de obedecer, recuerda lo que has vivido en estas horas.