jueves, 17 de octubre de 2013

La Casa de Las Ventanas Doradas - Crecimiento personal-espiritual - Vídeo

La niña vivía en una casa pequeña, sencilla y pobre en la colina, y mientras crecía jugaba en su jardincito.
Al crecer pudo ver más allá de la cerca del jardín; vio que al otro lado del valle se alzaba una casa maravillosa en la cima de la colina. Esta casa tenía ventanas doradas, tan doradas y brillantes que la niñita soñaba lo mágico que podría ser crecer y vivir en una casa así, en vez de en una casa ordinaria como la suya.
Y aunque amaba a sus padres y su familia, anhelaba vivir en una casa dorada así y soñaba todo el día sobre cuán maravilloso y excitante se sentiría al vivir allí.
Avanzó el tiempo, y cuando alcanzó una edad en la que ganó suficiente habilidad y sensibilidad para ir más allá de la cerca del jardín, le preguntó a su madre si podía hacer un paseo en bicicleta fuera del portón y cuesta abajo. Tras rogarle, su mamá finalmente le permitió ir, insistiendo en que se mantuviese cerca de la casa y no se aventurase a ir demasiado lejos. 
Era un hermoso día y la niña sabía exactamente dónde ir. Bajando la cuesta y cruzando el valle, condujo su bicicleta hasta llegar a la puerta de la casa dorada en la otra colina.
Al bajarse de su bicicleta y recostarla contra el portón, se fijó en el camino que llevaba a la casa y luego en la casa misma… y se desilusionó al darse cuenta de que las ventanas eran sencillas y estaban más bien sucias, reflejando nada más que el desaliño de una casa abandonada.
Quedó tan triste que no fue más lejos y dándose la vuelta, se montó en su bicicleta. Al levantar la mirada, vio una vista que la asombró: allá, al otro lado del camino, de su lado del valle, había una casita, sus ventanas reflejaban oro y el sol brillaba sobre... "su verdadera casita".
Se dio cuenta que ella había estado viviendo en su "casa dorada" y que todo el amor y cuidado que hallaba allí era lo que hacía de su casa una “casa dorada", "la casa de sus sueños”. Todo lo que siempre había soñado estaba allí mismo, ¡frente a sus propias narices!

Dios te llama - Devocional

Cuando leo la historia de Jonás, a quien Dios le mandó ir a predicar a Nínive y él se tomó el barco para el lado contrario, no puedo por menos que sentirme profundamente identificado con él. Debo reconocer que yo intentaría lo mismo. Puedo ser muy desenvuelto a la hora de decir algo por escrito, pero soy extremadamente tímido y me cuesta toda una odisea acercarme personalmente a los demás. Y ni hablar de subir a un púlpito y decir algo ante un auditorio lleno de gente. Sufro de crisis de pánico cuando me toca decir algo ante una audiencia. Obviamente lo mío es la palabra escrita. Aunque, humildad y nobleza obliga, debo reconocer que así como mis escritos han sido de gran bendición para muchas personas, también he podido hacer lo contrario, daño a través de la palabra escrita. Desde estas líneas, humildemente pido perdón por ello. Es por esto que me permito una vez más insistir, en que si algo bueno has visto en mí, se lo debes al Señor y nada más que a Él.
En unas cuantas oportunidades, he recibido correos electrónicos de personas de distintas partes del mundo que no me conocen, que me dicen “pastor”. Con mucho tacto, respeto y diplomacia, en cuanto se presentó la oportunidad apropiada aproveché para hacer conocer a mi interlocutor: “gracias, pero no soy pastor”. Y unas cuantas personas que me escribían, dejaron de hacerlo después de esta declaración. Pero más allá de esto, debo reconocer que tanto el “título equivocado de pastor” como mi respuesta, siempre me han dejado una mezcla de vacío y de interrogación dentro de mí. “¿Y por qué no...? podría ser pastor”, pregunta que siempre quedaba en mi mente cada vez que una situación como esta se presentaba.
La primera vez que tuve esta clase de inquietud fue poco después de conocer al Señor. Hacía tiempo ya que me congregaba en la iglesia, la misma a la que hoy asisto después de tanto tiempo, y el pastor me pidió que pasara al púlpito, ante un templo lleno de gente, a leer una porción de las Escrituras. En ese momento no tuve inconveniente en hacerlo, pero cuando bajé alguien me dijo: “parecías un pastor”, por lo que poco después le pedí al pastor una audiencia de consejería en su oficina, y le dije que creía que Dios me había llamado al pastoreado. La respuesta fue desalentadora, pero hoy le agradezco eso a Dios...
... hasta que la oportunidad de mi vida llegó un par de años después. Junto con otro hermano quedé al frente de una pequeña iglesia por la ausencia de su pastor, durante el tiempo, previamente acordado de un año. Y aunque al regreso de su pastor titular, entregamos una congregación del doble en número de miembros de la que habíamos recibido, debo reconocer que la experiencia en lo personal fue verdaderamente desastrosa y demoledora. Tal vez mi juventud, o mis malas experiencias de la vida no resueltas, o la presión de un ministro que creía ver un pastor en cada joven varón y bien dispuesto al servicio que llegaba a su iglesia, jugaron en contra. Esta última es una actitud normal de muchos ministros hacia los jóvenes. De lo que no me cabe ninguna duda es que ese no era el momento adecuado para mí, por lo que hoy recuerdo con gratitud aquellas experiencias.

El lado bueno de la vida - Reflexiones - Vídeo

Al inicio de mi clase de las 8:00 a.m., un lunes en la Universidad de Nevada en Las Vegas (UNLV), alegremente les pregunté a mis estudiantes cómo habían pasado su fin de semana.
Un joven me dijo que su fin de semana no había sido muy bueno, porque le habían extraído una muela del juicio. Y después, el joven procedió a preguntarme por qué siempre parecía tan feliz.
Su pregunta me recordó algo que hacía tiempo había leído en algún lado: “Cada mañana que nos levantamos, podemos escoger cómo queremos afrontar la vida de ese día”, le dije al joven, y “escojo pasarlo feliz”. Déjeme ponerle un ejemplo, continué. Los otros sesenta estudiantes de la clase dejaron su tertulia y comenzaron a escuchar nuestra conversación.
-Además de enseñar aquí en la UNLV, también lo hago en la Universidad Comunitaria en Henderson, a unas diecisiete millas de donde vivo por la autopista. Un día, hace algunas semanas, conduje esas diecisiete millas hasta Henderson. Salí de la autopista y me dirigí hacia la calle de la universidad.
Sólo tenía que conducir otro cuarto de milla por esa calle para llegar a la Universidad, pero precisamente entonces, se me paró el coche. Intenté darle al encendido de nuevo, pero el motor no arrancó. Así es que, puse las luces tintineantes de atención, tomé mis libros y me encaminé hacia la universidad”.
Tan pronto como llegué, llamé a la Asociación de Automovilistas de los EUA (AAA) y les pedí que me enviase una grúa. La secretaria de la oficina del director me preguntó qué había pasado. Este es mi día de suerte”, contesté sonriendo.
-Su coche se estropea y ¿hoy es su día de suerte?” Ella estaba sorprendida. “No lo entiendo”.
-"Yo vivo a diecisiete millas de aquí, le contesté. Mi coche pudo haberse estropeado en cualquier lugar de la autopista y no lo hizo. En vez de eso, se estropeó en el lugar perfecto: a la salida de la autopista, a una distancia que yo pudiera caminar hasta aquí.
Todavía puedo dictar mi clase, y he podido hacer los arreglos necesarios para que la grúa me encuentre después de clases. Si mi coche debía dañarse hoy, no pudo haber pasado de mejor manera”.
Los ojos de la secretaria se abrieron por completo y luego sonrió. Yo le sonreí, a modo de contestación, y me dirigí hacia el salón de clases. Así terminó mi historia a los estudiantes de mi clase de Economía en UNLV.
Observé los sesenta rostros de la clase. A pesar de lo temprano de la hora, nadie se había dormido. De alguna manera, mi historia les había importado. O tal vez no fuera la historia en sí, porque de hecho todo había comenzado con el comentario del estudiante de que me veía alegre.

Lo que tengo, te lo doy - Devocional

Todo el que crea en mí hará las mismas obras que yo he hecho y aún mayores, porque voy a estar con el Padre. Pueden pedir cualquier cosa en mi nombre, y yo la haré, para que el Hijo le dé gloria al Padre. Juan 14:12-13 (NTV)
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Una tarde, cuando Pedro y Juan entraban al templo para participar de la oración, vieron que cargaban a un hombre cojo. Todos los días le ponían junto a la puerta del templo, para que pudiera pedir limosna a la gente que entraba. Cuando éste les vio entrar, les pidió dinero, pero Pedro le dijo: “Yo no tengo plata ni oro para ti, pero te daré lo que tengo. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y camina!”


Entonces Pedro le tomó de la mano derecha y le ayudó a levantarse. Y mientras lo hacía, al instante los pies y los tobillos del hombre fueron sanados y fortalecidos. ¡Se levantó de un salto, se puso de pie y comenzó a caminar! Luego entró en el templo con ellos caminando, saltando y alabando a Dios.
Pedro vio esto como una oportunidad y se dirigió a la multitud diciéndoles: “Por la fe en el nombre de Jesús, este hombre fue sanado y ustedes saben que antes era un inválido”.

¿Pueden las dificultades de la vida hacerme más fuerte? - Reflexiones - Vídeo

Cuando Aarón tenía siete meses de edad dejó de ganar peso. Unos pocos meses después, su cabello comenzó a caerse.
Hutchinson-Gilford Progeria Syndrome.pngAl principio, los médicos dijeron a los padres de Aarón que iba a ser bajito de adulto, pero que por lo demás era normal. Luego un pediatra diagnosticó el problema como progeria, o rápido envejecimiento.
Justo como predijo el pediatra, Aarón no creció más de 91 cm de estatura, no tuvo cabello en su cabeza y cuerpo, lucía como un viejecito mientras aún era niño, y murió de edad avanzada,... pero al principio de su adolescencia.
Y su padre, que era rabino, sintió un profundo y doloroso sentido de la injusticia.
Alrededor de un año y medio después de la muerte de Aarón, el padre llegó a comprender que a ninguno de nosotros se nos promete en ningún momento, una vida libre de dolor y desengaño. Más bien, lo más que se nos ha prometido es que no estaremos solos en nuestro dolor y que podemos obtener fuerzas y coraje de una fuente externa.
Llegó a la conclusión de que Dios no causa nuestras desgracias, más bien nos ayuda, inspirando a otros a que también nos ayuden.