La niña vivía en una casa pequeña, sencilla y pobre en la colina, y mientras crecía jugaba en su jardincito.
Al crecer pudo ver más allá de la cerca del jardín; vio que al otro lado del valle se alzaba una casa maravillosa en la cima de la colina. Esta casa tenía ventanas doradas, tan doradas y brillantes que la niñita soñaba lo mágico que podría ser crecer y vivir en una casa así, en vez de en una casa ordinaria como la suya.
Y aunque amaba a sus padres y su familia, anhelaba vivir en una casa dorada así y soñaba todo el día sobre cuán maravilloso y excitante se sentiría al vivir allí.
Era un hermoso día y la niña sabía exactamente dónde ir. Bajando la cuesta y cruzando el valle, condujo su bicicleta hasta llegar a la puerta de la casa dorada en la otra colina.
Al bajarse de su bicicleta y recostarla contra el portón, se fijó en el camino que llevaba a la casa y luego en la casa misma… y se desilusionó al darse cuenta de que las ventanas eran sencillas y estaban más bien sucias, reflejando nada más que el desaliño de una casa abandonada.
Quedó tan triste que no fue más lejos y dándose la vuelta, se montó en su bicicleta. Al levantar la mirada, vio una vista que la asombró: allá, al otro lado del camino, de su lado del valle, había una casita, sus ventanas reflejaban oro y el sol brillaba sobre... "su verdadera casita".
Se dio cuenta que ella había estado viviendo en su "casa dorada" y que todo el amor y cuidado que hallaba allí era lo que hacía de su casa una “casa dorada", "la casa de sus sueños”. Todo lo que siempre había soñado estaba allí mismo, ¡frente a sus propias narices!