lunes, 13 de octubre de 2014

La semilla - Reflexiones

Hace mucho tiempo, un emperador convocó a todos los solteros del reino ya que era tiempo de buscar pareja a su hija. Todos los jóvenes asistieron, y el rey les dijo: “Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros. Al cabo de seis meses deberán traerme en una maceta la planta que haya crecido, y el dueño de la planta más bella ganará la mano de mi hija, y por ende el reino”. Así se hizo, pero entre ellos hubo un joven que plantó su semilla y esta no llegó germinar. Mientras tanto, todos los demás participantes del singular torneo, no paraban de hablar y de mostrar las hermosas plantas y flores que iban apareciendo en sus macetas.
Pasaron los seis meses, y todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosísimas y exóticas plantas. Mientras, nuestro héroe estaba muy triste pues su semilla nunca llegó a dar señales de vida, por lo que ni siquiera quería presentarse en el palacio. Sin embargo, sus amigos y familiares lo animaron y tanto insistieron, que armándose de valor decidió participar en el torneo, mostrando con valor y sinceridad, el fruto de su semilla a lo largo de ese tiempo.
Todos los jóvenes hablaban de sus plantas y al ver a nuestro amigo, se rieron y burlaron de él. Pero en ese momento, el alboroto fue interrumpido por el ingreso del rey. Todos hicieron su respectiva reverencia mientras el soberano paseaba mirando todas las macetas, admirando los resultados.
Finalizada la inspección, hizo llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que llevó su maceta vacía. Atónitos, todos esperaban la explicación de aquella acción. El rey dijo entonces: “Este es el nuevo heredero del trono y se casará con mi hija, pues a todos ustedes se les dio una semilla estéril, y todos trataron de engañarme plantando otras plantas, pero este joven tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, leal y valiente, cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece”.

Cuando nos acerquemos al Señor mostrémonos tal como somos. De todos modos, Él ya nos conoce. ¿Para qué simular lo que no somos?
Marcos 4:22 “Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado, ni secreto que no haya de descubrirse.”

Lo íntimo del corazón

Primera de Pedro 3:4 habla de “lo íntimo del corazón”, lo cual se refiere a que la persona real está oculta bajo su apariencia. Cuando nos relacionamos los unos con los otros, debemos esforzarnos por conocer cómo son realmente los otros en sus corazones, y no hacer juicios rápidos contra ellos o juzgar según su apariencia. Cuando no nos esforzamos por conocer “lo íntimo del corazón”, nos equivocamos de una de estas dos formas: 
1) aprobamos a alguien porque parece ser lo que no es; o... 
2) desaprobamos a alguien por su apariencia o por sus acciones, cuando realmente, en su interior ese individuo es una persona maravillosa.
Todos tenemos nuestras pequeñas rarezas o acciones, comportamientos y maneras que otras personas no comprenden fácilmente. Dios mismo no juzga por las apariencias, y debemos seguir su ejemplo (1 Samuel 16:7).
David jamás hubiera sido elegido por el hombre para ser rey, pero Dios miraba su corazón. Hasta su propia familia lo hacía de menos. ¡Ni siquiera lo habían incluido en el proceso de selección (1 Samuel 19:1-13) Pero el Señor vio el corazón de David, el corazón de un pastor. Dios vio a un adorador, a alguien con un corazón conforme al suyo, alguien que era maleable y moldeable en sus manos. Ésas son las cualidades que busca en nosotros.
Pensemos, por ejemplo, en las geodas, rocas rústicas, de fea apariencia, que parecen horrorosas en su exterior, pero que son absolutamente espléndidas interiormente. Algunas son en su interior, verdaderas piedras preciosas, pero su exterior es rugoso y terriblemente falto de atractivo.
Como las geodas, solemos ser rústicos, ásperos y ordinarios en el exterior, pero Dios sabe cuánta belleza ha puesto en nuestro interior. Así como el buscador de oro sabe que debe ser paciente cuando cava buscando oro, Dios sabe que debe ser paciente con nosotros mientras el Espíritu Santo sigue obrando en nuestras vidas, socavando en ellas, hasta que finalmente, hace surgir los tesoros que estaban en nuestro interior.

Tienes que entregárselo

Un psicólogo en una sesión grupal, levantó un vaso de agua, y todo el mundo esperaba la típica pregunta: ¿Está medio lleno o medio vacío? Sin embargo, preguntó:
- ¿Cuánto pesa este vaso?…Las respuestas fueron variadas, pero la mayoría dijo que entre 200 y 250 gramos.
El psicólogo respondió: “El peso absoluto no es importante, depende de cuánto tiempo lo sostengo”. Si lo sostengo 1 minuto, no es problema, si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo, y si lo sostengo 1 día, mi brazo se entumecerá y se paralizará.
“El peso del vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado, más difícil de soportar se vuelve.”
Y continuó: “Las preocupaciones son como el vaso de agua:
Si piensas en ellas un rato, no pasa nada. Si piensas un poco más, empiezan a doler y si piensas en ellas todo el día, acabas sintiéndote paralizado, incapaz de hacer nada."
Al igual que esta ilustración, nuestros problemas, nuestras angustias, las pruebas y demás afanes, pueden desgastarnos física, mental y emocionalmente, hasta el punto que ya no soportemos más y lleguemos a buscar soluciones equivocadas.
Y conociendo Dios de nuestras debilidades, como nos ama tanto y anhela nuestro bienestar, nos da un consejo muy práctico cuando estemos pasando por estas situaciones. Se encuentra en Filipenses 4:6-7 (RVR 1960) “Por nada estés afanoso sino sean conocidas tus peticiones delante de Dios en toda oración y ruego con acción de gracias. Y su paz, que sobrepasa todo entendimiento, guardará tu corazón y tus pensamientos en Cristo Jesús”.

¿Extraviado? - Reflexiones

Así ha dicho el Señor:
Volveos ahora de vuestros malos caminos y de vuestras malas obras. Zacarías 1:4.
Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas. Salmo 25:4.
Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. Salmo 32:8. 
No puede perderse; siga la carretera principal que sube hasta la aldea. Pero la carretera que tenía que seguir, se alejaba de la dirección prevista. Después de algunos kilómetros tuve la seguridad de haberme extraviado. Entonces, vi una granja habitada y a alguien que probablemente, podría indicarme el camino… 
– No está en el camino correcto, pero puede llegar a Villa Valencia, si al llegar a la próxima granja se desvía hacia la derecha…
Mi vida puede compararse al camino que he emprendido. Debo escoger la dirección correcta para llegar a buen término. ¿De qué o de quién fiarse para escoger el camino correcto? ¿Voy a seguir los consejos de filósofos, líderes espirituales o gurús de mi época? En absoluto, en mi camino Jesucristo me encontró porque me buscaba. Le escuché y comprendí que sólo Él podía conducirme con seguridad, pues declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Con Él no podemos equivocarnos de camino. ¡Pidámosle que nos guíe y confiemos en Él! Nos hará conocer el camino que lleva a la vida eterna. Leamos la Biblia: ella nos revelará sus planes de amor para nosotros.

Rompe el silencio

"Pocas cosas se parecen tanto a la muerte como el silencio y este lo sabe. En donde no hay lugar para las palabras aparece el sinsentido, lo inabordable. Eso que es imposible de hablar y que se pierde en una oscuridad sin nombre. Solo un dolor mudo y lacerante se levanta como la última barrera frente a la locura. Por eso su trabajo (del escritor) lo apasiona, lo seduce.… En cada historia se despliega una angustia que clama por ser callada. Y, extraña paradoja, la angustia sólo se silencia con palabras”.

Tiempo atrás, se conocieron las historias de algunas mujeres que habían sufrido durante años, maltrato y abuso sexual por parte de sus padres, desde pequeñas. Hechos, que no obstante haber ocurrido en diferentes y distantes lugares del mundo, fueron conocidos a través de los medios de prensa y conmovieron a la opinión pública.
Las historias de esas víctimas que durante años, estuvieron sometidas al abuso, que eran esclavas del dolor y del terror, pero sobre todo presas del silencio, nos sacuden, nos conmueven.
De cada una de estas historias, emergen al menos, tres denominadores comunes: el silencio, la angustia, y la maldad, que, lejos de discernir entre unos y otros, hieren tanto a inocentes como a culpables. Un código de silencio envuelve tanto a víctimas como a victimarios, encerrándolos en un sentimiento de angustia y desolación, sumergiéndolos en una muerte en vida sin posibilidad de salida.

Los seres humanos, ante circunstancias adversas, tendemos a crear nuestras propias tumbas, sentimientos o creencias, y encerrarnos en ellas, sepultando con nosotros sueños, ilusiones y proyectos de vida.
Es la puerta del dolor. Un evento trágico, traumático, que, no importa su índole, produce una herida en lo profundo del alma. Una herida que a su manera, duele, sangra, no importando de qué lado de la vereda se encuentre -víctima o victimario-. Un punto de inflexión, una bisagra en la línea del tiempo que define un antes y un después.