viernes, 27 de febrero de 2015

Tráiganme al muchacho

… respondió Jesús ... Tráiganme al muchacho. —Marcos 9:19 nvi
No creo en Dios y no voy a ir, dijo Marcos.
A Ana se le hizo un nudo en la garganta. Su hijo, de ser un muchacho alegre se había convertido en un joven malhumorado y desaprensivo. La vida era para él, un campo de batalla, y el domingo se había vuelto un día incómodo ya que Marcos no quería ir a la iglesia con su familia. Finalmente, sus padres, desesperados, consultaron a un pastor que les aconsejase, el cual dijo: Marcos tiene que experimentar la fe personalmente. No pueden forzarlo a creer en Cristo. Dejen que Dios obre. Mientras, sigan orando y esperando.
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Ana esperó… y oró. Una mañana, las palabras de Jesús resonaron en su mente. Los discípulos del Señor no habían podido ayudar a un joven endemoniado, pero Jesús dio la respuesta: "Tráiganme al muchacho" (Marcos 9:19). Mientras el sol brillaba a través de la ventana al costado de Ana, y se reflejaba en el suelo, pensó,... si Jesús pudo ayudar en una situación tan extrema como aquella, sin duda podía ayudar a su hijo. Imaginó estar de pie con su hijo y Jesús, bajo aquella luz. Entonces, mentalmente, dio un paso atrás y dejó a su hijo solo con Aquél que lo amaba aún más que ella.
Todos los días Ana entregaba silenciosamente a Marcos al Señor, aferrándose a la certeza de que Él conocía las necesidades del muchacho y que, a su tiempo y manera, obraría en su vida.

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