“No alejen de ustedes el Espíritu Santo”. 1 Tesalonicenses 5:19
“No yo, sino Él, reciba amor y honra; no yo, sino Él, en mí ha de reinar; no yo, sino Él, en todo cuanto haga; no yo, sino Él, en todo mi pensar. No yo, sino Él, a confortar mis penas; no yo, sino Él, mis llantos a enjugar; no yo, sino Él, a aligerar mis cargas; no yo, sino Él, mi duda a disipar. Jesús, no diré más palabra ociosa; Jesús, no quisiera yo pecar más; Jesús, no me venza el orgullo más; Jesús, no inspire el yo más mi hablar. No yo, sino Él, lo que me falta suple; no yo, sino Él, da fuerza y sanidad; Jesús a ti, mi espíritu, alma y cuerpo, lo rindo hoy por la eternidad”, dice la letra de una canción.
¿Y quién es Él? El Espíritu Santo, que Jesús nos envió antes de irse. ¿Qué tal si damos gracias a Dios por la intervención directa del Espíritu Santo sobre nuestra conciencia? ¿Qué tal si tenemos presente en el día de hoy que no se trata de mí, del yo, sino de Él obrando en mí?
No importa si cantamos ese himno desentonados musicalmente. Lo que importa es que vivamos en sintonía con este concepto, que nos ayuda a vencer el yo, a dejar de lado el mí, y a centramos en quien, desde fuera de nosotros, produce cambios en nuestro interior.
No yo, sino Él, el Espíritu de Cristo, ha de ser quien dirija mi vida. No yo, sino Él, ha de ser quien me ayude a pensar. No a mí, sino a Él, han de ver los demás cuando traten conmigo. No yo, sino Él, ¿qué más se puede añadir?
No yo, sino Él, el Espíritu de Cristo, ha de ser quien dirija mi vida. No yo, sino Él, ha de ser quien me ayude a pensar. No a mí, sino a Él, han de ver los demás cuando traten conmigo. No yo, sino Él, ¿qué más se puede añadir?
No eres un ser humano en busca de una experiencia espiritual. Eres un ser espiritual inmerso en una experiencia humana. Teilhard de Chardin