Nuestro caminar por este mundo es temporal y pasajero. Si las fuerzas nos ayudan, podemos vivir setenta años, incluso llegar a los ochenta; pero no tiene sentido que vivamos tanto tiempo: esta vida de angustias y problemas pasa pronto, lo mismo que nosotros. Salmo 90:10 (TLA)
Algunas veces sentimos que vamos cuesta arriba y otras hacia abajo. Si nos dieran a escoger, elegiríamos el ir hacia abajo pues nos costaría menos esfuerzo el poder avanzar. Sin embargo, no siempre las cosas suceden como uno desea y tendremos que bregar cuesta arriba muchas veces en el camino de la vida.
Pero de repente, ese día claro y soleado se convierte en un día nublado y frío, otras veces desértico y seco, o con fuertes vientos que azotan nuestra vida; sin esperarlo nos quedamos sin empleo, comenzamos a carecer de cosas que antes teníamos, hay enfermedades graves con personas queridas en el hospital, incluso llega la muerte a rondar a nuestro alrededor, nos llueve sobre mojado, y parece que nunca pasará la tormenta.
En la Biblia hay un episodio en el que unos pescadores experimentados estaban cruzando ya de noche el mar, y de repente les llegó la tormenta. Aunque su barca ya comenzaba a inundarse, era de esperar que ellos, con tanta pericia que tenían, pudieran sacar adelante la situación controlando el bote, pues toda su vida habían lidiado con ello; sabían coger el timón y esquivar las olas, manejar las amarras, izar las velas y cosas de esas; bueno, el caso es que junto a ellos en la misma barca iba el Maestro dormido.
Llega un momento en el que ellos, en su desesperación, solo se atreven a gritarle a Jesús….. ¿No te importa que nos ahoguemos? ¡Sálvanos, que perecemos! Entonces Jesús toma su autoridad y manda calmar la tormenta, y ellos se quedaron atónitos. —¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
Llega un momento en el que ellos, en su desesperación, solo se atreven a gritarle a Jesús….. ¿No te importa que nos ahoguemos? ¡Sálvanos, que perecemos! Entonces Jesús toma su autoridad y manda calmar la tormenta, y ellos se quedaron atónitos. —¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?