lunes, 18 de septiembre de 2017

Caminando en la verdad

Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad “. 3 de Juan 1.2-3 
La ruta de la vida muchas veces es demasiado sinuosa, ya que se presentan situaciones que no están contempladas en nuestro plan; en la palabra de Dios existen solamente dos caminos: 1) el de maldición (de la mentira), 2) el camino de bendición (el de la verdad), por lo tanto de uno es la decisión de cuál elegir; sin duda todos deseamos ser bendecidos en todo, aunque no conozcamos de las cosas de Dios, ya que al hablar de bendición inmediatamente somos transportados por la mente, a las cosas materiales, pues se considera que son las que tienen mayor valor aquí en esta vida; ya lo dice un conocido refrán en el mundo (tanto tienes, tanto vales). 
caminando a la verdadSin embargo, el caminar en la verdad implica llevar una vida de rectitud, de integridad en todos los sentidos, ser respetuoso de los valores morales y de todas las personas, ser una persona servicial, atenta, dadivosa, etc. El apóstol Juan expresa un gran anhelo que proviene del fondo de su corazón en verdad un hermoso deseo que solo aquel que camina en integridad puede manifestarle a otro. La única condición que existe o que manifiesta el apóstol es: tal y como prospera tu alma. Aquí es donde comienza el caminar en la verdad, cuando miramos a nuestro interior (al alma) y hacemos un escrutinio de la misma para saber si es libre o está prisionera (de malos recuerdos, de resentimientos, rencores, dolor, sufrimiento, etc.). El hombre que aún no ha perdonado, sigue atado a un pasado o a algún recuerdo que, por ser doloroso, no le permite ser libre; por lo tanto camina en la mentira, ya que un alma atormentada no puede vivir ni conoce la paz que solo nuestro Señor Jesús nos da, esa paz que sobrepasa todo entendimiento humano, una paz que solo la pueden sentir aquellos que viven en una libertad plena, no solo física, sino más bien espiritual. 

El Poder de la Presencia de Dios

Que los peces del mar, las aves del cielo, las bestias del campo, toda serpiente que se arrastra sobre la tierra y todos los hombres que están sobre la faz de la tierra, temblarán ante mi presencia. Se desmoronarán los montes, los vallados caerán y todo muro se vendrá a tierra. 
Ezequiel 38:20
Todos debemos acercarnos confiadamente a la presencia de Dios con adoración y acción de gracias, reconociendo su favor y gracia que nos limpia, libera y llena en todo. Cuando verdaderamente lo conocemos, desarrollamos el concepto correcto sobre su majestad y grandeza.
Ante la presencia de Dios nuestros sufrimientos son más livianos, no los tenemos presentes, las cargas se olvidan, y solo queda un profundo respeto y reverencia a Su nombre. Suceden cosas cuando nos postramos ante su presencia; veamos tres de ellas:
1-  Nada somos cuando nos alejamos de la presencia del Señor: cuando no pasamos tiempo con Dios, cuando nos alejamos de su presencia, nos exponemos a la adversidad, somos más vulnerables a los ataques del enemigo. Un ejemplo lo tenemos en la vida de Jonás: él disfrutaba de la presencia de Dios cuando fue llamado a predicar a Nínive; sin embargo, en lugar de obedecer, “Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis…”, Jonás 1:3. Sabemos que después Jonás fue arrojado del barco donde navegaba mientras huía de Dios, y fue tragado por un gran pez que DIOS había preparado para él, en donde estuvo por tres días y tres noches. Fue ahí, donde alejado de la presencia de Dios, en medio de la crisis, él reconoció que sin Dios nada era. Muchas veces, Dios permite la adversidad o la crisis para traernos de nuevo ante su presencia, al mismo tiempo que produce obediencia en nosotros y forma nuestro carácter.
2-  Nuestra iniquidad es confrontada: cuando nos acercamos a Dios, ¿puede alguno de nosotros justificarse por sus trasgresiones o iniquidades? ¡No se puede! Cuando hemos fallado o cuando tomamos decisiones que nos alejan de Dios, es cuando más nos damos cuenta cuán lejos estamos de su presencia. En ocasiones nos enfocamos en tener su poder o su unción, sin saber que es en la intimidad con Dios cuando estas cosas vienen por añadidura.

Ver a Dios

Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Juan 14:8
El pastor y escritor Erwin Lutzer relata la historia de un presentador de televisión y un muchachito que estaba dibujando un retrato de Dios. Enojado, el presentador dijo: «No puedes hacer eso porque nadie sabe cómo es Dios».
«¡Lo sabrán cuando termine!», afirmó el muchacho.
Quizá nos preguntemos: ¿Cómo es Dios? ¿Es bueno? ¿Le importamos? La sencilla respuesta a estas preguntas es lo que Jesús le explicó a Felipe cuando éste pidió: «Señor, muéstranos el Padre». El Señor dijo: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?» (Juan 14:8-9).

Si deseas ver a Dios, mira a Jesús. Pablo declaró: El Hijo es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15). Lee los cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Medita en lo que Jesús hizo y dijo, y «dibuja» tu propia imagen mental de Dios a medida que leas. Cuando hayas terminado, sabrás mucho mejor cómo es Él.

Una vez un amigo me dijo que el único Dios en el que podía creer era el que veía en Jesús. Si miras atentamente, estarás de acuerdo. Al leer de Él, tu corazón palpitará porque, aunque quizá no lo sepas, Jesús es el Dios que has estado buscando toda tu vida.
Señor, ayúdame a verte en las páginas de la Biblia.
«Cuanto mejor vemos a Dios, tanto mejor nos vemos a nosotros mismos».