viernes, 26 de julio de 2019

Dios al que ama disciplina

Hijo mío, no rechaces la disciplina del Señor ni aborrezcas su reprensión, porque el Señor a quien ama reprende, como un padre al hijo en quien se deleita. Proverbios 3:11-12
Amamos a nuestros hijos así como Dios nos ama… y por Su amor nos disciplina. No temamos disciplinar a nuestros hijos cuando empiezan a apartarse del camino de Dios. Porque sabemos que hay solo dos caminos y a dónde nos lleva cada uno. No nos justifiquemos con el que “todos lo hacen” para ser permisivos o tolerantes. Enseñemos a nuestros hijos a entrar por la puerta estrecha.
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Mateo 7:13-14
Enseñemos a nuestros hijos a entrar por la puerta estrecha; la que lleva a la vida en abundancia.
Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Juan 10:9-10
La Palabra de Dios, Jesús… es la puerta por la que debemos enseñar a nuestros hijos a entrar. Solamente por esa puerta.
Y no le des entrada al ladrón, quien viene a robar tu gozo y paz, a matar tu relación con Dios, a destruir a tu familia. No le abras la puerta de tu casa.
No temamos disciplinar a nuestros hijos, es por su bien y es necesaria la disciplina. No seamos tolerantes ni permisivos cuando deciden “vivir” en pecado. Todos fallamos, caemos una y otra vez; y cuando nos arrepentimos y nos alejamos del pecado Dios misericordioso nos perdona.
Pero cuando hablamos de decidir “vivir” en pecado, Dios nos reprenderá porque nos ama; y si amamos a nuestros hijos no debemos temer disciplinarlos, aunque “corramos el riesgo” de que se vayan. Tarde o temprano regresarán, es la promesa que Dios nos ha dado a los que creemos en Su Hijo Jesús.
porque el Señor al que ama, disciplinay azota a todo el que recibe por hijo. Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline? Hebreos 12:6-7
Pero si estáis sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois hijos ilegítimos y no hijos verdaderos. Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus, y viviremos? Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia. Por tanto, fortaleced las manos débiles y las rodillas que flaquean, y haced sendas derechas para vuestros pies, para que la pierna coja no se descoyunte, sino que se sane. Hebreos 12:8-12

No importa lo que perdí, ¡lo voy a recuperar!

“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió hasta encontrarla?, o ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla?” Lucas 15; 4,8
Mujer, enciende la lámpara y empieza a buscar lo que se te perdió.
no importa lo que perdi
Cuando perdemos una cosa, el resto se desproporciona en nuestra vida, es como si se desbarajustase todo lo que tenemos. Cuando pierdes algo por descuido, lo que tienes que hacer es BUSCARLO, tienes que BUSCAR. Esa es la manera de restaurarlo, encontrar lo que perdiste. Por ejemplo, para volver a encontrarte con ese hijo que se perdió en la droga, lo primero que tienes que hacer es ir a la luz de Jesucristo, Él te lo devolverá, y tienes que buscarlo con la luz encendida. Las promesas de Dios son las que encienden tu mente para que no te rindas; son como una lámpara a tus pies que impiden que vuelvas a tropezar en la misma piedra; son como una lumbrera a tu diario caminar, que hace que te encuentres con gente que te ayudará y te bendecirá, gente ungida que te indicará cómo hallar la salida.
Tal vez perdiste tu fe porque la descuidaste, te dejaste llevar... en la fe, en la comunión, en las ganas de estar con el Señor. Y hasta que no prendas la luz y empieces a «barrer», hasta que no encuentres eso que perdiste, hasta que no te des cuenta en qué momento no le creíste más a Dios, en qué momento perdiste las ganas de congregarte; o por qué la relación con tus hijos es tan tensa, por qué se llevan mal, cuál fue la palabra o la situación que motivó la rencilla... Hasta que no encuentres el motivo, vas a seguir ansioso buscando respuestas en todas partes.
¿Cómo te das cuenta de que lo que perdiste era de gran valor?
Para darte cuenta, Dios te va a poner una familia para que veas que ellos tienen lo que tú perdiste: finanzas, dones que esas personas usaron para tener lo que tienen, gente más feliz, con mejor salud...; lo hará con la única intención de que abras tus ojos y veas que tú también lo puedes volver a tener.
La mujer dijo: “la voy a recuperar”. Se puso de pie y dijo: “si yo tenía diez voy a volver a tener esas diez”, no se conformó con lo que le quedaba.
¿Por qué diez monedas? Porque tenemos diez dedos. ¡Dios va a llenar nuestras manos de todo bien! Vamos a recuperar viajes perdidos, sueños perdidos, proyectos, etc.
Esta mujer no era teórica, era práctica. Por lo general vivimos explicando todo y no resolvemos nada. Pero hoy nos vamos a disponer a cambiar, vamos a empezar a resolver todo. La mujer cuando encontró la moneda hizo una fiesta, e invitó a las vecinas y a las amigas.
Las llamó para que festejasen con ella. Antes necesitaba que la ayudaran, ahora aprendió a resolver sola cualquier situación.

Condenado a muerte

Maximilien RobespierreMaximilien Robespierre, abogado y político francés, nació el 6 de mayo de 1758 en Arras, Francia. En los inicios de la Revolución Francesa, de la cual fue un prominente líder, sirvió en la Asamblea Nacional Constituyente, hasta hacerse con el gobierno. Desde la Asamblea encabezó una dura y cruel persecución contra los “enemigos de la revolución”, tanto extremistas como moderados, dando inicio a lo que se llamó Reinado del Terror. 
En cierta ocasión, en Julio de 1794, un anciano caminaba lentamente entre los presos que esperaban su ejecución, hasta que inesperadamente reconoció entre ellos a su hijo. Se puso a un lado para llorar desconsoladamente, evitando que éste se despertara, e ideó un plan para salvarlo de la muerte por guillotina. Como ambos tenían el mismo nombre, Jean Simón de Loiserolle, decidió ocupar su lugar. El hijo, aún dormido, no se percató de que los guardias acudieron a su padre para trasladarlo al lugar de su ejecución. El condenado debía pasar por una pequeña oficina para confirmar la identidad. —¿Jean Simón de Loiserolle, 37 años?, preguntó el funcionario. —Así es, yo soy el que usted indica, pero tengo 73 años, no 37, dijo. —Aquí dice 37 años; el que hizo esta nómina se equivocó, entonces son 73, lo voy a corregir. Esa fue la manera como un condenado fue salvado de morir, gracias a su padre.
Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Colosenses 2: 13-15.
Al igual que Jean Simón hijo, el hombre y la mujer estaban encarcelados y condenados a muerte, en una prisión indecente de pecados y delitos. Pero compasivamente, Cristo Jesús se movía entre ellos, y cuando su nombre, el suyo estimado lector, fue pronunciado para ejecutar la condena por sus pecados, Jesús dijo: “Yo soy él”. Todo le era contrario, pues había un acta decretando la pena de muerte, pero Él ocupó su lugar en la cruz, de la cual no había escapatoria porque la paga del pecado es muerte, y bendito sea Dios por amarnos tanto.