viernes, 5 de mayo de 2017

Luz para ver

“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”
(Salmo 119:105).
Resultado de imagen de Luz para verTrabajaba en la edición de unos artículos cuando sonó el teléfono de casa. Reconocí enseguida la voz al otro extremo de la línea. Un par de días antes había hablado con él personalmente. La diferencia es que su tono era menos alegre en esta ocasión. Comenzó con un saludo protocolario y luego procedió a contarme cómo se sentía en ese momento. Respetando apenas unas pocas pausas para respirar, me dijo que su iglesia no lo valoraba, que su pastor no lo entendía y que sus líderes no contaban con él para casi nada. Se sentía inútil, desvalorizado y miserable. Se sentía inferior y aquel sentimiento era reforzado por la actitud de las personas que lo rodeaban. Debo reconocer que también fue autocrítico. Recordó que en el pasado había tenido episodios de rebelión y aspereza para con casi todos sus conocidos, y ahora temía que aquellas actitudes le estuvieran pasando factura todavía hoy. Pero había cambiado mucho desde entonces, y tenía la intención de seguir mejorando.
Casi me cuelga el teléfono antes de que pudiera hablarle. Mi interlocutor tenía la única necesidad de desahogarse y, probablemente, quería evitarme el aprieto de tratar de poner bálsamo en heridas tan mal vendadas. No obstante, le pedí que me escuchara. Aunque tenía ante mí solo su opinión, me atreví a hablarle sobre principios aplicables a cualquier situación como ésa. Durante unos minutos le hablé sobre la flexibilidad, la tolerancia, el amor, el testimonio cristiano y la aceptación en Cristo. Terminó agradeciéndome gentilmente, aunque noté en su voz, que eran caminos que había intentado transitar sin éxito hasta el momento. Nos despedimos prometiéndonos oración mutua, y solo Dios sabe el efecto que tendrá nuestra conversación en sus futuras actitudes y decisiones.

No tenemos que esperar la prueba para saber si realmente estamos firmes

Resultado de imagen de No tenemos que esperar la prueba para saber si realmente estamos firmesExamínense ustedes mismos, para ver si están firmes en la fe; pónganse a prueba. ¿No se dan cuenta que Jesucristo está en ustedes? ¡A menos que hayan fracasado en la prueba! 2 Corintios 13: 5 

No hace falta esperar la prueba para saber si realmente estamos firmes. Antes de que suceda debemos examinarnos y preguntarnos una serie de cosas que confirman cuál es nuestro estado. Sería conveniente preguntarnos: si me quedo sin empleo, ¿seguiría amando al Señor de la misma manera?; si me quedo sin dinero, ¿no lo cuestionaría?; si me enfermo, ¿no perdería la fe?; si no tengo hijos, ¿no perdería el gozo?; si no me caso, ¿no me afectaría,... en nada?

Si en cada una de ellas afirmamos como el apóstol Pablo cuando dijo que “nada me apartará de Él”, porque nada hay en los cielos ni en la tierra, ni en los mares, más grande que Él… esto nos asegura nuestra reacción en medio de la prueba. Muchos confiesan una fidelidad muy grande y se jactan de decir lo que serían capaces de hacer por el gran amor que Le tienen, pero cuando son atacados por las diversas pruebas reniegan de quién es su Salvador, demostrando que el amor que profesaban no era real sino condicional.
El que pasa la prueba es aquel que sabe que Cristo está con él en medio del dolor, la desesperación, la angustia o el temor; estos lo fortalecen para no fracasar, y renuevan sus fuerzas para hacerles frente y demostrar que su amor es real.

El futuro está en lo nuevo

Hace diez años nuestra iglesia en Naperville, cerca de Chicago, por primera vez en su historia, comenzó a reunir un segundo grupo en otro sitio. Desde entonces hemos crecido de setecientas personas congregadas en un solo lugar, a cinco mil en nueve puntos de reunión.
Y hace cinco años comenzamos una nueva iglesia; así comenzó lo que luego llamaríamos «Red Cosas Nuevas». Esta red ha crecido de dos mil quinientas personas reunidas en un lugar, a doce mil, diseminadas en veintiún lugares diferentes. Presumiblemente, en los próximos tres años lograremos crear unos cien puntos de reunión e iglesias, con una asistencia combinada de treinta mil asistentes. ¿Cómo es posible esto? Por medio de la reproducción de nuevos grupos e iglesias.
Lo que ha sucedido en la última década me ha convencido de que el futuro se halla en lo nuevo. Nuestra esperanza en el proceso de cumplir la misión de Jesús se encuentra en crear nuevos grupos, nuevas iglesias, establecer la misión en nuevas localidades, inclusive crear nuevas redes. ¿Qué clase de nuevos grupos? Cualquiera que anime a los creyentes en Cristo a trabajar juntos para adelantar la misión que Él nos encomendó. No es importante si los grupos usan vídeos para la enseñanza o si ésta se aplica de forma interpersonal; si son «arquetipos» o «misionales», o directamente «arque-misionales», siempre y cuando sean nuevas iglesias llenas de gente que aman a Dios y a su mundo. El futuro de la iglesia y la esperanza de cumplir la misión de Jesús se encuentra en lo nuevo.

Solo un toque

Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: —Quiero, sé limpio.
Y al instante su lepra desapareció. Mateo 8:3
A Kiley le encantó la idea de ir a una zona remota de África oriental para ayudar en una misión médica, pero estaba intranquila. No tenía experiencia médica. Aun así, podía proporcionar primeros auxilios.
Mientras estaba allí, conoció a una mujer con una enfermedad espantosa pero curable. La pierna deformada de la mujer la impresionaba, pero Kiley sabía que tenía que hacer algo. Mientras le limpiaba y vendaba la pierna, su paciente empezó a llorar. Preocupada, Kiley le preguntó si la estaba lastimando. «No, respondió. Es la primera vez que alguien me toca en nueve años».
La lepra es una enfermedad que hace que sus víctimas sean repulsivas para los demás, y en la antigua cultura judía había pautas estrictas para evitar su contagio. Sobre el leproso, la ley declaraba: «habitará solo; fuera del campamento será su morada» (Levítico 13:46).
Por eso es tan increíble que un leproso se acercara a Jesús para pedirle: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Mateo 8:2). «Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio» (verso 3).
Al tocar la pierna enferma de esa mujer solitaria, Kiley empezó a mostrar el amor valiente de Jesús; ese amor que tiende puentes. Un solo toque marcó la diferencia.

Señor, quiero expresar el amor valiente que demostraste al caminar sobre esta Tierra.
¿Qué pasaría si superamos el temor y permitimos que Dios nos utilice?