sábado, 25 de enero de 2020

¡Reencuentro! ¡Enfócate en él!

Nadie sabe el día ni la hora en que habremos de partir de este mundo. Tampoco sabemos la forma en que sucederá. ¡Gracias al Señor que no lo sabemos! De ser así, algunos aprovecharían para procurar ponerse a cuentas con Dios, rectificando rumbos y haciendo sendas rectas al final del camino, pretendiendo alcanzar la vida eterna. Otros quizá entiendan que ese tiempo que les queda por vivir es la oportunidad para hacer todo lo que siempre han deseado, no importando si se trata de algo bueno o malo; Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos.”, como dice: (1 corintios 15:32). Son variadas y muy peculiares las formas de reaccionar del ser humano ante una situación como esta.
En una oportunidad, un hombre joven aún, salió de un consultorio médico, en el que acababan de informarle que le quedaban unos pocos meses de vida. ¡Inmediatamente montó en cólera! Tal fue la furia con la que subió a su camioneta, que salió del sanatorio dispuesto a atropellar todo aquello que se le presentase en el camino. Parecía decir: “Ok, yo me iré de este mundo pero me llevaré a unos cuantos conmigo” Al final de su recorrido ¡dejó un reguero de 7 personas muertas! Hoy, más de una década después, el “loco de la Montero”, como le apodaron a este hombre, ¡aún continúa con vida! 
En otra ocasión, un padre de familia, al enterarse que tenía cáncer, no quiso ser gravoso con los suyos ¡y se suicidó! 
Evidentemente, no es una buena idea que sepamos lo que nos espera con respecto a la muerte, a menos que estemos preparados para afrontarla.

Dios revive huesos secos

Ezequiel era un profeta enviado por Dios, encargado de confrontar al pueblo de Israel por sus muchos errores y traiciones cometidos hacia Dios.
“En el día quinto del mes cuarto del año treinta, mientras me encontraba entre los deportados a orillas del río Quebar, los cielos se abrieron y recibí visiones de Dios. Habían pasado cinco años y cinco meses desde que el rey Joaquín fue deportado” (Ezequiel 1;1-3).
Muchos años antes de este suceso, Dios consideró al pueblo de Israel como su pueblo y veló siempre por el bienestar de ellos. Por medio de Moisés, Dios los liberó de la esclavitud en Egipto. No obstante, ellos siempre fueron un pueblo muy terco. Cuando veían que todo estaba bien y eran libres, adoraban a Dios. Pero en momentos en los que veían tempestades en sus vidas, se sentían solos (aunque Dios permanecía con ellos), se enojaban y comenzaban a crear dioses de oro y bronce para adorarlos y depender de estatuas sin vida.
Imagen relacionadaAún así, Dios los seguía amando y utilizó muchos profetas para reprenderlos y enseñarles que Él seguía ahí para ellos. Con un posible objetivo: que la mente humana captara lo sobrenatural.
En una de esas misiones, Dios colocó al profeta Ezequiel en un valle lleno de huesos secos (Ezequiel 37:1–3)
Primero, prueba la fe de Ezequiel y le pregunta: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?” / “y yo le contesté: Señor Omnipotente, tú lo sabes”.
Entonces, Dios declara revivir esos huesos secos, darles tendones y carne, recubrirlos de piel y revivirlos. (Ezequiel 37:5–7) 
Estos huesos son la representación del pueblo de Israel, quienes decían estar secos en vida, almas sin esperanza (37:11).
Israel se sentía perdido, solo, abandonado. Pero Dios, en su gran amor, demuestra que no era así; Él permanecía con ellos. Y así como tiene absoluto poder para revivir un grupo de huesos secos y darles vida nuevamente, así daría aliento de vida a un pueblo que perdió la esperanza.
Los huesos secos representan al pueblo de Israel. Y el pueblo de Israel representa a nosotros hoy en día. Somos el pueblo que Dios escogió.
Y nos ama tanto que siempre, cada segundo de nuestra vida, vela por nosotros y nos da aliento de vida.
  • Ezequiel 37:12–14
Por eso, profetiza y adviérteles que así dice el Señor omnipotente:
"Pueblo mío, abriré tus tumbas y te sacaré de ellas, y te haré regresar a la tierra de Israel. Y cuando haya abierto tus tumbas y te haya sacado de allí, entonces, pueblo mío, sabrás que yo soy el Señor. Pondré en ti mi aliento de vida, y volverás a vivir. Y te estableceré en tu propia tierra. Entonces sabrás que yo, el Señor, lo he dicho, y lo cumpliré. Lo afirma el Señor".

Dar cada vez más

Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia. (Mateo 10:8).
En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir.” Hechos 20;35
-¡Te traje un regalo!, gritó entusiasmado mi nieto de dos años, mientras presionaba una caja contra mis manos. 
-Lo eligió él solo, dijo sonriendo mi esposa.
Abrí la caja y me encontré con un adorno navideño de su personaje de historietas favorito. 
-¿Puedo tenerlo?, preguntó ansioso. Y después jugó con "mi" regalo el resto de la tarde.
Mientras lo observaba, sonreí porque recordaba regalos que yo había dado a mis seres queridos; como el álbum de música que le regalé a mi hermano mayor —cuando yo estaba en la escuela secundaria— y que realmente quería escuchar yo (y lo hice). Entonces, me di cuenta de que años después, Dios seguía enseñándome a dar con más generosidad.

El dar es algo que vamos desarrollando. Pablo escribió: Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en conocimiento, en toda solicitud y en vuestro amor por nosotros, abundad también en esta gracia. (2 Corintios 8:7). La gracia llena nuestro dar cuando comprendemos que todo lo que tenemos es de Dios, y Él nos ha mostrado que más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20:35).

Dios nos dio generosamente el mayor regalo de todos: su único Hijo, quien moriría en la cruz por nuestros pecados y resucitaría. Todos los que reciben este regalo supremo son ilimitadamente ricos. Cuando nuestro corazón se enfoca en Él, nuestras manos se abren con amor hacia los demás.
Padre, ayúdame a dar con generosidad.