Nadie sabe el día ni la hora en que habremos de partir de este mundo. Tampoco sabemos la forma en que sucederá. ¡Gracias al Señor que no lo sabemos! De ser así, algunos aprovecharían para procurar ponerse a cuentas con Dios, rectificando rumbos y haciendo sendas rectas al final del camino, pretendiendo alcanzar la vida eterna. Otros quizá entiendan que ese tiempo que les queda por vivir es la oportunidad para hacer todo lo que siempre han deseado, no importando si se trata de algo bueno o malo; “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos.”, como dice: (1 corintios 15:32). Son variadas y muy peculiares las formas de reaccionar del ser humano ante una situación como esta.
En una oportunidad, un hombre joven aún, salió de un consultorio médico, en el que acababan de informarle que le quedaban unos pocos meses de vida. ¡Inmediatamente montó en cólera! Tal fue la furia con la que subió a su camioneta, que salió del sanatorio dispuesto a atropellar todo aquello que se le presentase en el camino. Parecía decir: “Ok, yo me iré de este mundo pero me llevaré a unos cuantos conmigo” Al final de su recorrido ¡dejó un reguero de 7 personas muertas! Hoy, más de una década después, el “loco de la Montero”, como le apodaron a este hombre, ¡aún continúa con vida!
En otra ocasión, un padre de familia, al enterarse que tenía cáncer, no quiso ser gravoso con los suyos ¡y se suicidó!
Evidentemente, no es una buena idea que sepamos lo que nos espera con respecto a la muerte, a menos que estemos preparados para afrontarla.
En otra ocasión, un padre de familia, al enterarse que tenía cáncer, no quiso ser gravoso con los suyos ¡y se suicidó!
Evidentemente, no es una buena idea que sepamos lo que nos espera con respecto a la muerte, a menos que estemos preparados para afrontarla.