Con un nueva vestimenta se ha querido disfrazar a la homosexualidad. Por todas las vías posibles se escucha el término repetido una y otra vez, "preferencia sexual", como para grabarlo en el alma de quienes lo escuchen, de manera que no resulte aterrador y perjudicial para la vida espiritual de las personas. Recuerdo que de joven muchos homosexuales eran encarcelados en Cuba por lo que hoy, algunos de los más vehementes defensores de la individualidad llaman “preferencias sexuales”; era habitual que no se permitiera el acceso a determinadas actividades sociales, y en muchos casos, aquellos que las ejercían, eran llevados a lo que prácticamente eran campos de concentración. Todo eso me pareció entonces, un acto de marginación y excluyente, y me convertí en uno de los más vehementes críticos, pero ante el fenómeno de aceptación que se da hoy, no puedo aplaudir ni mirar con buenos ojos, que se quiera presentar el flagelo del homosexualismo como una práctica inocente, que debe ser aceptada por todos como algo usual y de lo más avanzado del pensamiento del siglo XXI.
Por todo ello, no puedo cerrar filas con el criterio generalizado en algunos medios, de ver como algo normal lo que a los ojos de cualquier persona en su sano juicio no es más que una aberración sexual. Y como redimido por la sangre de nuestro común Señor y Salvador Jesucristo, reconozco que las Escrituras hacen alusión al tema del homosexualismo una y otra vez, refiriéndose a él como una práctica condenada por Dios desde el Antiguo Testamento.