sábado, 9 de diciembre de 2017

Estado civil, emocionalmente abandonada

“Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo”.
(2 Corintios 4:8 – 10 NVI)
Resultado de imagen de Estado civil, emocionalmente abandonadaMe rindo, bajo los brazos y no lucho más. Es la resolución que un corazón roto declara en la medida que llora su frustración y derrota. Sé que hay esperanza, porque antes viví la misma escena oscura en la cual la tristeza ahogó mis emociones, lo que me lleva a pensar que estoy condenada a la soledad, mientras la bruma me cobija del frío intenso del desamor.
Nací para ser amada y he sido rechazada, humillada, despreciada y traicionada, no una sino varias veces. Pero sueño con un nuevo panorama en donde el sol brille y me dé su calor sin condiciones, en el que pueda ser valorada sin señalamientos de ninguna clase.
Reconozco mi debilidad y mis faltas, no soy perfecta aunque mi apodo sea "santurrona", y en mis oídos retumben las flechas venenosas del odio, el resentimiento y la desidia, que la falta de perdón construye en el corazón del ser amado.
Sí, aposté y se me olvidó que los juegos de azar son pecado, me arriesgué a creer que podía ser diferente, pero encontré el grito aterrador de la destrucción.
Pasó un huracán por mi vida y arrasó nuevamente lo construido en bases de arena movediza, en cimientos agrietados por los errores del pasado. Me hundí en mi propio vómito, y volví al lugar a donde jamás pensé que regresaría, al punto inicial de todo, aquella noche en la que renegué de mi fe por la decepción, el desánimo y el abandono.

Busquemos la superación

   Busquemos la superación. «Por eso ustedes, ya que tanto ambicionan dones espirituales, procuren que estos abunden para la edificación de la iglesia». 1 Corintios 14: 12, JVBD

Resultado de imagen de Busquemos la superaciónEs necesario educar desde la infancia a los jóvenes, pues no se logra la excelencia sin un gran y persistente esfuerzo. La ambición de alcanzar grandes alturas no vale por sí sola. Tampoco se puede alcanzar la cima permaneciendo pasivo, solamente con el deseo, por fuerte que sea, de alcanzarla. Las más altas cotas se alcanzan superando una etapa tras otra, una a una, avanzando con lentitud posiblemente, pero no retrocediendo después de cada etapa superada. Quien luche con energía y perseverancia es quien escalará los Alpes.
Todo joven debería aprovechar al máximo sus talentos, hasta el límite de las oportunidades que se le vayan presentando. El que lo haga, podrá lograr casi cualquier altura moral e intelectual que se haya propuesto; pero debe ser audaz y resuelto. Necesitará cerrar sus oídos a la voz del placer, al hedonismo. A menudo tendrá que rechazar las invitaciones de sus iguales. 
Dejen sin cultivar un campo y crecerán en él las espinas y las zarzas. No verán jamás una bella flor o un arbusto escogido emergiendo de las zarzas retorcidas y venenosas. Las plantas inútiles crecerán exuberantes sin dedicación ni cuidado, mientras que las de verdadera utilidad o de probada belleza necesitan cuidadoso cultivo. 
Con nuestra juventud sucede lo mismo. Si se han de formar hábitos correctos, y se han de establecer principios sanos, hay una obra importante que realizar. Si se desean corregir los hábitos equivocados, se necesitará diligencia y perseverancia para completar la tarea. Es mucho más fácil ceder ante las influencias del mal que resistirlas.
A menos que comprendan la importancia de efectuar ese cambio esencial del carácter para ser mejores cada día, y capacitarse así para cumplir con las responsabilidades que descansan sobre ellos, se encontrarán junto con los perdidos.

¡Alégrate!… ¡Dios mismo te puso allí!

Hay momentos y situaciones en nuestra vida en las que quisiéramos que los caminos de Dios fuesen más inteligibles para nosotros, o sea, tener más claridad a la hora de tomar decisiones. Quisiéramos tener la certeza de que esa puerta que se abre es la que Él quiere que atravesemos. Pero por Su Palabra, sabemos que eso será imposible, pues “Sus caminos no son nuestros caminos, y sus pensamientos no son nuestros pensamientos” (Isaías 55:8). Además, si todo lo hiciéramos con la seguridad que nos da el puro entendimiento, vana sería entonces nuestra fe. Hace unos años, como familia pasamos una situación económica muy difícil. Estábamos recién convertidos al Señor, y decidimos que no era una buena idea vender bebidas alcohólicas en un pequeño negocio de venta ambulante de comidas. Llenos de fe, y con un profundo deseo de servir a Dios, mi esposo y yo decidimos aparcar la idea y nos dispusimos a conseguir un empleo. Así que oramos y ayunamos, esperando ansiosamente que Dios nos abriera una puerta. No eran muchas las opciones laborales que teníamos, porque como extranjeros no contábamos aún con la documentación completamente en regla. Por otro lado, en una nación donde existe un porcentaje altísimo de gente joven, el mercado laboral se ponía muy difícil y competitivo. Aún así, depositamos todas nuestras esperanzas en Dios. Al poco tiempo, se abría por fin una puerta.
Mi esposo debería presentarse en el Ayuntamiento de la capital para realizar un test psicotécnico, a fin de ser evaluado para ver si le otorgaban el empleo. Al día siguiente, se presentó para la evaluación y una vez concluido el examen, me llamó por teléfono para darme la noticia. Con la voz entrecortada, me confirmó que el empleo era suyo. Yo no entendí en un principio sus lágrimas. Creía que eran de emoción; pero después de un prolongado silencio, me contó que el trabajo consistía en ser ¡Administrador de un cementerio! ¡Estaba muy decepcionado! Su currículum, muy rico en cuanto a la preparación académica, unido a su experiencia laboral, incluía entre otras cosas, ¡haber sido becado en los Estados Unidos! Además, había alcanzado una alta puntuación en el examen de admisión. ¿Por qué Dios le abriría una puerta tan estrecha y humillante? ¡No es que sea malo trabajar en un cementerio!, de hecho el trabajo honrado, cualquiera que sea, siempre es digno. Es que mi esposo no entendía para qué Dios permitió que alcanzara tanta preparación, si no tenía para él un empleo mejor. ¡Aquello era un golpe bajo para su orgullo!