lunes, 20 de marzo de 2017

¿Qué significa entregar a Satanás en 1 Corintios 5.5?

Antes de implementar una respuesta, conviene leer el pasaje en su contexto. Veamos las palabras del apóstol Pablo:

De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene a la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción? Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús. (1 Corintios 5:1-5)

El texto expresa que alguien en la iglesia de Corinto tiene relaciones con la esposa de su padre (no con su propia madre). El pecado no deja de ser gravísimo, y así lo considera Pablo junto a la actitud de tolerancia de la iglesia en Corinto. Por ello Pablo ordena a la iglesia ejercer disciplina sobre el pecador. Sin duda los corintios entendieron muy bien lo que el apóstol estaba comunicando. Hoy, a dos milenios de distancia en el tiempo, los exégetas solo pueden hacer calculadas deducciones sobre el significado del texto, y por ello existen tantas interpretaciones como comentaristas.
Aunque la interpretación clásica es que la frase “entregar a Satanás” equivale a excomulgar al pecador, apartarlo de la iglesia y de la comunidad cristiana. La frase “destrucción de la carne” unida a “a fin de que el espíritu sea salvo”, dicen muchos eruditos que es una referencia a que el deterioro del cuerpo de un hombre lo conduce al arrepentimiento y por lo tanto, a encontrar salvación.
Unos pocos comentaristas sitúan 1 Corintios 5:5 en un contexto diferente al adjudicado tradicionalmente, y su aproximación es muy interesante. Estos ubican las palabras de Pablo dentro del más amplio contexto de las señales propias del apóstol; señales que fueron concedidas a los apóstoles por el Espíritu Santo a efectos de confirmar su autoridad apostólica en los comienzos de la Iglesia.
En este caso en particular, estaríamos frente a la señal o don específico de aplicar juicio repentino y tajante sobre ciertas personas y bajo determinadas circunstancias.

El caso de Ananías y Safira, en Hechos 5, sería un ejemplo típico. Hechos 13.11, a su vez, narra el caso de Elimás, quien es cegado temporalmente por Pablo, en el poder del Espíritu Santo. En el capítulo anterior (Hechos 12) encontramos la muerte repentina de Herodes. Si bien ningún apóstol participó en este suceso, lo que sobresale es la intervención drástica de Dios trayendo juicio inmediato sobre una persona.

Un corazón con capacidad de ser restaurado

Hace unos días recibí una carta de una hermanita en la fe a la cual le he tomado mucho cariño. Una parte de su carta decía: “alguien con el corazón tremendamente herido, pero que aún conserva su capacidad de restauración”... Y esas palabras se me grabaron tanto en la mente que no quise pasarlas por inadvertidas.
Porque cuando alguien, a pesar del dolor y de las heridas, aún tiene dentro de sí la capacidad o facultad de saber que Dios le sostendrá y le ayudará a sanar cada herida paso a paso,… en verdad tiene un corazón que sabe lo que es el amor en toda su esencia.
Porque el amor verdadero es capaz de perdonar aunque la persona a quien se le otorga el perdón no lo merezca. Porque alguien que ama no pierde la ilusión de seguir luchando, y aferrándose con fuerzas a mantenerse positivo sin importar lo que venga.
Porque es más fácil ante la tristeza, ceder, abandonar, darlo todo por perdido, renunciar, pensar que ya no hay posibilidades. Pero un corazón con la capacidad de restaurarse, sabe que cuando deposita su corazón herido en las manos de Dios, Dios hace algo por él.
Entonces ese corazón no se enoja con el mundo porque sigue creyendo que no se puede generalizar. Que no porque alguien actúe mal, todos los demás van a proceder de la misma forma.
El corazón puede sentirse cansado, fatigado, casi sin latidos, pero cuando tiene fe no deja de latir, sigue esforzándose por continuar, por dar el máximo, por luchar sin renunciar.
Así que, cada día debemos pedirle a Dios en nuestras oraciones, que nos dé un corazón con la capacidad de dejar que Él, con su infinito amor, lo restaure para que no se dañe.
Señor Jesús, vengo delante de tu presencia a pedirte que cada día renueves mi corazón. Que no permitas que las heridas que pueda sufrir lo dañen ni le quiten la capacidad de seguir entregando y dándose a los demás. A veces, ante las cosas que pasan el corazón se quiere endurecer, y yo solo te pido que me hagas fuerte, pero que a la vez me des la sensibilidad suficiente como para seguir conmoviéndome ante cosas que merezcan la pena. Que pueda yo seguir brindando mi ayuda a todo el que lo necesite y saber siempre que Tú te encargas de cuidarme y sostenerme. Sana mi herida para que yo pueda estar bien. En tu nombre, amén.

El cambio es parte de nuestra vida

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; pero cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. 1 Corintios 13: 11
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El cambio es parte de nuestra vida, y debemos buscarlo porque conformarnos con lo que somos es de mediocres. Nuestra actitud debe ser enfrentarnos con nuestras debilidades y tratar de superarlas. Debemos saber que podemos ser mejores de lo que somos, por lo que tenemos que trabajar con cada una de esas debilidades hasta que podamos ver la obra completa.

Escondernos de nuestra propia realidad sería engañarnos a nosotros mismos y también, tratar de evadir nuestras responsabilidades delante de Dios. Él nos exhorta a cambiar nuestra forma de pensar; es decir, a tener una renovación de nuestra mente; una mente que antes, estaba atada al hombre viejo.
Pero nuestra mentalidad es un obstáculo para poder alcanzar nuestra herencia, porque con ella será imposible entender y hacer lo que Dios quiere. Solamente quien ha entregado su mente a Cristo para ser perfeccionado la alcanzará.

Reconoce tu condición y acéptala, buscando la ayuda del Señor y entregándole esas áreas para que sean cambiadas y perfeccionadas en Él.

El bufón y el consuelo

Un rey tenía un bufón que le aliviaba su alma en los momentos más difíciles. No existía una situación, por triste que fuera, que CERTERO, como solía llamarle cariñosamente por lo preciso que era cuando lo necesitaba, no pudiera transformar en alegría. Así pues, cuando las grandes fiestas, los banquetes, los eventos culturales y ni siquiera las emocionantes cacerías, que eran la predilección del monarca, podían sacarlo de la horrible depresión que le aquejaba de vez en cuando, la reina corría a buscar al simpático Certero, que era el único capaz de devolverlo a la normalidad.
El bufón se presentaba ante el rey con la usual y bien conocida frase por el monarca: -Aquí ha llegado la alegría, para que su majestad sonría – lo cual era suficiente para que aquel rostro, antes arrastrado por una gran pesadumbre, se reparara en solo unos minutos para mostrar, ahora, una imagen viva y complaciente.
Resultado de imagen de El bufón y el consueloUn día, de repente, la reina amaneció muerta, y sobre el rey cayó una tristeza tan grande que ni el propio Certero pudo controlar, quien en un último intento por levantarlo de aquella depresión sin consuelo, recibió a cambio maltratos de palabras y la expulsión del palacio.
Nuestro amigo Certero, sin familia ni lugar a donde ir, se fue a los sótanos del palacio hallando allí un rincón para vivir, como incógnito, alimentándose apenas de migajas. Pasó el tiempo, y aunque la comida no era tan suculenta como antes, ni mucho menos, el hecho de estar ocioso le hizo engordar bastante, y su cabello y barba crecieron tanto que no era reconocido.
Por otra parte, el rey no consiguió consuelo por la pérdida de su esposa, y no le quedó otra alternativa que la conformidad para continuar la vida y enfrentarse a sus deberes diarios. Un día, en uno de sus largos ratos de meditación, pareció encontrar una luz en el camino, y descubrió que el verdadero consuelo solo podría venir de parte de Dios; sin perder tiempo se bajó de su trono y postrándose en el suelo clamó a gran voz: -¡Señor, perdóname por haberte ignorado, sé que no soy digno de ti; mas por tu misericordia te pido que te apiades de mí! Si al menos me dieras otro bufón como mi querido Certero, te juro que nunca lo maltrataría.
Diciendo esto, se le ocurrió hacer un concurso de bufones y seleccionar al que más condiciones le encontrara. Acto seguido ordenó poner carteles durante una semana por toda la ciudad, anunciando el evento.
Comenzó el evento, y los concursantes pasaban individualmente al salón del rey, hacían sus bufonadas y se retiraban, albergando la esperanza de ser seleccionados. De esta manera ya habían pasado nueve, y entraba el número diez. Era gordo, de pelo largo, sobre los hombros, y la barba hasta el pecho. Se inclinó con cortesía ante el monarca y después de la reverencia dijo: -Aquí ha llegado la alegría, para que su majestad sonría.
El rey palideció, pero pronto se incorporó: -¡Certero! Aún si fuera ciego, te reconocería por las palabras que, tan feliz otrora, me hacían. Y cayó al suelo de rodillas, gritando nuevamente a gran voz: -¡Gracias Señor!, ¿Por qué eres tan bueno conmigo?