domingo, 6 de julio de 2014

¿Quién Contra Nosotros?

¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? Romanos 8:31.
Si no tienes ni idea de las fuerzas espirituales adversas que ejercen presión sobre ti, y sin soltarte, se agarran a ti, como la gravedad que tira hacia abajo el peso de tu estructura física, o si tú inadvertidamente, las descartas de la ecuación final de la vida, caerás en una de las varias trampas tendidas contra ti, por el que odia tu alma. No hallarás ni la más mínima solución para contrarrestar la condenación de ti mismo, y mucho menos para librar a otras personas de lo que los tiene destrozados. Si, por otro lado, cada adversidad de tu vida la atribuyes a fuerzas que están más allá de tu control, y piensas que no puedes hacer nada, caes en otras redes: autodefensa, inmadurez irresponsable e impotencia espiritual.
Tus propias decisiones son las responsables, en gran parte, de cómo acaban las cosas en tu vida, pero no son las únicas responsables de todas las consecuencias que afrontas. Más de lo que puedes creer, estamos atrapados en medio de una gran lucha entre el bien y el mal, entre los caminos de Dios y todos los demás caminos.
Y nuestra cultura tiene una definición incompleta e inadecuada de la maldad. Básicamente tendemos a pensar en ella en términos extremos: asesinos en serie, rituales satánicos grotescos o timadores que hacen de los ancianos su presa. Pero la maldad se exhibe de muchas otras formas, sin llamar la atención o inmortalizarse. Por ejemplo, el cáncer es parte de la maldad. También lo es la amargura. Hasta las pequeñas observaciones “chistosas” que critican y son cortantes, son parte de la maldad.
La maldad puede ser obvia, como un temperamento violento, como la envidia o como la lástima de sí mismo... La Biblia retrata la maldad no como una característica sacada de una película de horror: espantosa, llena de imágenes de suspense o terror, de cuartos oscuros y de criaturas salvajes escurriendo sangre que acechan a los seres humanos. No, así es como Hollywood engaña al mundo. 

La última tentación (1)

La prensa la divulgó. Los grupos religiosos se escandalizaron. Los productores de cine la lanzaron con satisfacción. Muchos la ignoraron; y otros, con curiosidad acudieron a verla. Era la película "La última tentación de Cristo", que estaba en las pantallas de casi todo el mundo. Pero, más allá de la película, en realidad ¿cuál fue la última tentación de Jesús? Nadie lo sabe, pero la Biblia sí habla de la primera tentación de Jesús. Es la gran tentación, porque es la única registrada con detalles en las Escrituras y es, sin duda, el resumen de toda una confabulación sin éxito lanzada contra el Hijo de Dios. 

De esta tentación, podemos rescatar bellas joyas que nos ayudarán a afrontar nuestras tentaciones personales. Podemos asegurar que la diferencia entre la primera y las demás tentaciones no fue muy grande, ya que el tentador no tiene muchas variantes; él varía las formas pero el fondo siempre es el mismo. “Hermano, yo no quería caer, pero la tentación fue tan fuerte que no pude soportarla”; “Dios sabe, que yo no quería, pero no pude…”; “esa tentación fue más allá de mis fuerzas”. ¿Le suena familiar?
¿Jesús fue tentado? La Biblia dice que Él fue “tentado en todo como nosotros, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Veamos: El Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo lo sometiera a tentación. Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. El tentador se le acercó y le propuso: –Si eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en pan. Jesús le respondió: –Escrito está: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Luego el diablo lo llevó a la ciudad santa e hizo que se pusiera de pie sobre la parte más alta del templo, y le dijo: –Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo. Porque escrito está: “Ordenará que sus ángeles te sostengan en sus manos, para que no tropieces con piedra alguna”. –También está escrito: “No pongas a prueba al Señor tu Dios”, le contestó Jesús. De nuevo lo tentó el diablo, llevándolo a una montaña muy alta, y le mostró todos los reinos del mundo y su esplendor. –Todo esto te daré si te postras y me adoras. –¡Vete, Satanás!, le dijo Jesús. Porque escrito está: “Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él”. Entonces el diablo lo dejó, y unos ángeles acudieron a servirle. Mateo 4:1-10 (NVI) 

¿Cómo puedo superar el miedo a la muerte? ¿Cómo puedo dejar de tener miedo a morir?

Incluso el creyente más seguro y devoto puede tener ocasiones en las que tiene miedo a la muerte. Es natural el deseo de evitarla. Y la muerte no era una parte original del plan de Dios para Su creación, porque fuimos hechos para ser santos viviendo eternamente en el paraíso en comunión con Dios. La introducción de la muerte fue una respuesta a la entrada del pecado en el mundo. Y es gracia que nos morimos. Si no, tendríamos que vivir eternamente en un mundo pecaminoso.

Este conocimiento no necesariamente contrarresta su reacción visceral al pensamiento de su propia mortalidad. La fragilidad de nuestros cuerpos físicos, y los ejemplos del cese repentino de la vida, son un recordatorio de nuestra falta de control en un mundo grande y peligroso. Eso sí, tenemos la gran esperanza de que el que está en nosotros es mayor que el que está en el mundo (1 Juan 4:4). Y Jesús fue a preparar un lugar para nosotros para que podamos estar con Él (Juan 14:2). Pero podría ayudar, teniendo en cuenta las consideraciones más inmediatas y prácticas, saber a qué nos enfrentamos.


Hay varios aspectos de la muerte que potencialmente, pueden causar temor. Afortunadamente, Dios tiene una respuesta para cada uno de ellos.


Miedo a lo desconocido
¿Exactamente qué se siente al morir? ¿Qué puedes ver al salir la vida de tu cuerpo físico? ¿Cómo ocurrirá? ¿Es, como algunas personas han dicho, una luz brillante?
No se sabe con certeza lo que se siente, pero la Biblia describe lo que sucede. 2 Corintios 5:6-8 Filipenses 1:23 dicen que cuando dejamos nuestro cuerpo, estamos presentes al Señor. ¡Reconfortante! Nos quedaremos en este estado hasta que Cristo venga y resucite a los creyentes (1 Corintios 6:14;15:20), será entonces, cuando recibiremos un nuevo cuerpo glorificado.

Miedo a la pérdida de control
Cuando los seres humanos alcanzan la edad adulta, tienen una idea bastante buena de cómo interactuar con el mundo que les rodea. Saben cómo encontrar lo que necesitan, llegar a donde quieren estar e interactuar con los demás de una manera que cumpla con su propósito.
Muchos, incluso aquellos que profesan una fe en Dios, son tan temerosos de no conseguir lo que necesitan, que sienten que deben manipular su entorno y la gente alrededor de ellos para su beneficio. Todos hemos visto a hombres y mujeres que abusan y se agarran a lo que sea por temor. No confían en Dios como proveedor de sus necesidades, así que se hacen cargo ellos mismos de todo. Y tampoco confían en otros para que les apoyen, para darles consideración, así que exigen lo que creen que necesitan.
¡Cuánto más deben temer ellos la pérdida de control sobre sus muertes! Como dijo Jesús a Pedro, describiendo cómo él moriría, “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.” (Juan 21:18). Antes de recibir Pedro esta advertencia, él negó a Jesús por temor. Pero después de regresar Jesús al cielo, Pedro se convirtió en una persona nueva, una persona cuya pasión por el mensaje de Cristo excedió con creces su necesidad de controlar su entorno (Hechos 5:17-42). Sólo el Espíritu Santo le dio la fortaleza para afrontar los diferentes desafíos que él afrontó.

Miedo por
 los que dejaron atrás
La visión cristiana de la muerte es "separación". La muerte eterna es separación de Dios. A la muerte física, somos separados de nuestros seres queridos en la tierra por un tiempo. Si también son cristianos, sabemos que la separación será breve comparada con la eternidad. Si no son cristianos, no será así. Nuestra comisión, entonces, es usar este tiempo juntos, para hablarles acerca de dónde se irán cuando mueran. En última instancia, la decisión recae en ellos.

Miedo del acto de morir
Pocos de nosotros sabemos cómo vamos a morir. Rápida e indoloramente, en nuestros sueños, o por una prolongada enfermedad. El misterio de todo esto, la incapacidad de prepararnos para ello, puede ser aterrador. Aun si lo sabemos, si nos han diagnosticado una enfermedad terminal, todavía puede ser aterrador.
Pero consideremos que es sólo tiempo. Un tiempo que todo el mundo ha atravesado o... atravesará. Los cristianos pueden reclamar Filipenses 3:20-21. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya.”
Para ayudar a calmar el miedo, tú puedes tomar medidas para prepararte y quienes te rodean para la muerte.

¿Cuándo Dios… cuándo?

No debo ser la única persona que ha tratado de apresurar a Dios para recibir determinadas cosas. Puede ser una promoción laboral, un negocio, un cónyuge, un hijo, una respuesta judicial, unos exámenes médicos, en fin, la lista puede ser extensa e interminable, y la respuesta siempre es la misma. Pero Dios, que escuchó lo que pedí la primera vez que me acerqué a Él con mi necesidad, tiene la solución. 
La mayoría de nosotros no dudamos de que Dios Todopoderoso tenga la respuesta y el poder de obrar a nuestro favor, si es su voluntad hacerlo. Lo que ponemos en tela de juicio es que lo haga por nosotros que nos sentimos inmerecedores, que vea las circunstancias que nos rodean, o que nosotros compararemos a Dios con personas que nos han fallado anteriormente. Son algunos factores que contribuyen a que no descansemos en Su perfecto tiempo. Sin embargo, Él no es hombre para mentir, de hecho, uno de sus atributos es la fidelidad. Según la Real Academia Española; una acepción de fidelidad es Puntualidad, exactitud en la ejecución de algo. Si Dios prometió algo será exacto en ejecutarlo.
Otro factor que obstaculiza que esperemos tranquilos el cumplimiento de las promesas de Dios, es la inclinación humana de tener nosotros el control de lo que nos rodea. Nos sentimos seguros cuando creemos saber a dónde vamos, quién nos espera y para qué. Pero al desconocer el futuro, perdemos la noción del control. El asunto es que Dios no siempre te dice el plan de futuro, lo que sí hace es prometerte que será bueno, agradable, perfecto y que Él estará a tu lado en todo momento. La promesa de tu futuro está asegurada.
Es posible que estés pensando, ¡Sí!, ¿pero cuando? la respuesta es sencilla ¡no importa! Por ejemplo, todos los días al levantarte vas a tu trabajo y confías que al final del mes, o la semana que viene, te darán el pago de tu esfuerzo. También, cuando llegas a casa a comer, rara vez te sientas con la duda de que la silla no aguantará tu peso y terminarás en el piso. O subes a tu coche y no dudas que al frenar responderá, o comes en un restaurante y confias que la comida que te sirven no está envenenada. Es porque tenemos fe. Una fe en que las cosas funcionan como deben. Imagina ahora cómo debemos sentirnos cuando Aquél que promete es el hacedor del universo, el dador de la vida. Esperar no debería ser un problema cuando es Dios quien promete.

Hay descanso en sus brazos

Sentir la necesidad de un abrazo que dé un poco de consuelo a tu vida, la necesidad de esos brazos que aun sin palabras te hagan ver que no estás solo, que las cosas tienen solución y que todo pasará pronto, es algo muy normal en todo ser humano; pasar por momentos y circunstancias difíciles, lleva a que la necesidad de afecto, apoyo y comprensión crezca.
Es difícil y agotador estar viviendo una situación que no sabes cuando acabará, a veces sin ni siquiera entender el motivo de por qué está pasando, cómo las cosas se descontrolaron para transformarse en lo que hoy estás viviendo, sentirte incomprendido, solo, sin fuerzas y con la necesidad de tener a alguien cerca que te dé ese aliento y te contagie las ganas de mantenerte de pie en la lucha.

Diversos estudios de hace algunos años, dicen que una persona que es abrazada recibe un fuerte estímulo emocional. Cada ser humano necesita frecuentemente, unos cuántos abrazos para sobrevivir, para mantenerse, para crecer; sea cierto o no totalmente, un abrazo en cualquier circunstancia especifica en la que necesitamos sentirnos bien, es realmente reconfortante. Pues imagínate sabiendo que Dios sin darnos cuenta, lo hace, que nos abraza y nos rodea con sus brazos de amor; la verdad es que con un solo abrazo de Él nos basta y sobra.