miércoles, 29 de julio de 2015

La libertad se encuentra en Cristo


Mucha gente ya lleva tiempo estando en los caminos de Dios, pero siguen aferrados a viejas ataduras
Hay ofertas que quieren colapsar tu economía. Hay gente que quiere clausurar tus proyectos. Hay preocupaciones cuyo propósito es cautivar la paz que Cristo te dio. Todos los días hay situaciones, gente y adversidades que se levantan en tu contra con el objetivo de encadenarte para dejarte inmóvil, paralizado y sin fuerzas para continuar adelante.
¿Quiénes son las personas a las que sigues atado hasta hoy? ¿Cuáles son los hábitos y costumbres a los que todavía sigues aferrado? ¿De qué o a quién te has dejado encadenar?
Aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta custodiaban la cárcel. Hechos 12:6
Pedro fue apresado por los soldados romanos, con el propósito de que no continuara haciendo lo que Dios le había encomendado; puede que gente, frustraciones, la depresión, deudas y muchas cosas más te hayan atado hasta este día, de modo que te han imposibilitado seguir haciendo aquello que Dios te llamó a hacer pero, es tiempo de que sueltes las ataduras que te mantenían inmóvil porque Cristo ya las rompió.

La medicina de Dios

Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Juan 6:63
Nosotros hemos visto algunos adelantos médicos sorprendentes en nuestra generación, como algunas “drogas milagrosas” que pueden dominar muchas clases de enfermedades y dolencias.
Pero, en mis años de creyente, he descubierto otra clase de medicina mucho más eficaz: la Palabra de Dios. Nunca ha habido una droga tan milagrosa que la pueda igualar. La medicina de Dios es la respuesta a toda necesidad. Es vida, salud. Es el poder de Dios. Y si la pone en su corazón y la pone en práctica, usted sanará.
A veces la gente pregunta: “si la medicina de Dios da resultado siempre, ¿por qué hay tantos creyentes que están todavía enfermos?” Hay dos razones. Número uno, porque no toman el tiempo suficiente para sembrar la Palabra profundamente en su corazón en lo que respecta a la sanidad. Número dos, porque no hacen lo que la Palabra les dice que hagan.

¿Has puesto tu Confianza en el Espíritu Santo?

confiar en DiosCuando depositamos nuestra fe en Dios estamos confiando en su Espíritu Santo, pero cuando elegimos depositar la fe en nosotros mismos excluimos su poder. Vistas a través de ojos humanos, algunas de las cosas que logran los hombres por su propia cuenta son maravillosas, pero el profeta nos enseña que según la perspectiva de Dios son como trapos de inmundicia (Isaías 64: 6).

Muchos creyentes llevan una vida confiando en sus obras y no en el poder de Dios, a pesar de que son salvos por creer en El Señor. Mas cuando depositamos la fe en nosotros mismos, podemos parecer muy espirituales pero, somos inútiles para la obra de Dios.

Si se excluye el poder, la fuerza y el deseo de hacer la voluntad de Dios que da el Espíritu Santo, es imposible llevar una vida plena como cristianos. Sabido esto, todos
 tenemos una gran responsabilidad, decidir si pondremos nuestra fe en El Creador o en nosotros mismos. No olvidemos que de esta decisión depende quien va a controlar nuestra vida. 

Antes de saber lo que el Espíritu Santo anhela para ti, primero debes conocer a Dios y su Palabra, solo así oirás su voz y la pondrás en tu corazón. 
Aquel que pone su confianza en sus propias fuerzas, tarde o temprano sembrará obras muertas, pero quien deposita su confianza en el Espíritu de Dios producirá obras fructíferas y eternas.


Del palacio al desierto

Moisés fue al desierto para ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios. Pero… ¿tiene algún mérito el desierto? ¡Ninguno! Es el Gran y Sublime YO SOY quien se presentó ante el formidable líder para llamarlo y prepararlo para su misión.
Del palacio al desierto. Los cuarenta años de estadía en el desierto de Moisés transformaron su vida. Moisés no hubiera sido capaz de hacer lo que hizo sin ellos.
Muchos de nosotros nos hemos tenido que quemar en las arenas de un desierto. O muchos de nosotros estamos hoy sufriendo el calor de las arenas de un desierto. No es fácil ni agradable. A veces la angustia, el dolor, incluso el temor, ganan terreno a la esperanza y a la fe.
Sin embargo, nuestras vidas están expuestas ante nuestros semejantes. Me explico: hay personas a nuestro alrededor que necesitan que alguien las saque de la esclavitud de su propio Egipto. Y a menos que venga alguien transformado por el Poder de Dios y abra las aguas del mar, para que puedan escapar del poder del faraón de este mundo y ponerse a cobijo bajo las alas del Altísimo, eso no va a ocurrir. El pueblo de Israel no pudo salir por sí mismo. Esas personas tampoco. Para eso estamos nosotros. Esa es nuestra misión.

No durará mucho

Luciano se encontraba muy enfermo, tendido en una de las camas del hospital.
Sin pretenderlo, escucha las últimas palabras que la enfermera y el doctor decían a unos 3 metros de su cama. Al poco tiempo sale el doctor de la habitación, y quedando solo con la enfermera, le dice:
-Sin querer, oí decir al doctor: “No durara mucho”. Y con la voz angustiada y temerosa se anima a preguntar a la enfermera: ¿se refería a mí?
Ante esta inesperada pregunta, la enfermera se apresura a responder con un rotundo: ¡No! Luciano, no se refería a Ud.
-Luciano aliviado, dice: ¡Qué alivio! Pensé que se referían a mí.
Entonces la enfermera prosigue diciendo: cuando el doctor comentaba “no durará mucho” se refería al ataúd que sus familiares ya le compraron…
No duraremos mucho en esta tierra, la mayoría no vamos a pasar al próximo siglo con vida.
Algunos ni siquiera llegarán a la próxima navidad. Hay quienes no llegaran al próximo mundial de fútbol. Hay millones que no pasarán del año 2050.
Pero ante la mala noticia de la muerte, hay una buena noticia, Jesucristo murió por todos nosotros. Cristo murió para que independientemente de que nuestro ataúd dure o no dure mucho, nuestra alma viva no solo 100 años, Cristo murió para que podamos durar mucho, muchísimo. Cristo murió para darnos vida y VIDA ETERNA.
Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá.
El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? (Juan 11, 25-26)