No sabemos su
nombre ni su edad. Pero su conversación con el Señor es la más
extensa registrada en las Escrituras. Razón suficiente para encontrar esta
charla muy interesante.

¡Vaya!, algunas cosas no cuadraban. Primero, se suponía que los judíos no debían hablar con los samaritanos. Segundo, a los hombres no se les permitía verse cara a cara con las mujeres sin que estuvieran sus maridos presentes. Y tercero, los rabinos no tenían nada que hablar con mujeres como ésta. Pero Jesús estaba dispuesto a hacer una excepción a las reglas, no así la mujer que estaba junto al pozo. "Tú eres un judío y yo soy samaritana", le recordó ella. "¿Cómo puedes pedirme que te de agua?" (Juan 4:9).
Ella se centró en la ley; pero Jesús lo hizo en la gracia, ofreciéndole algo que no pudo rechazar.
"Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: dame de beber; tú le pedirías y él te daría agua viva" (Juan 4:10). Sin duda una invitación tentadora. Y el regalo, una oferta irresistible, un don especial que vino por la gracia de Jesucristo" (Romanos 5:15).