No sabemos su
nombre ni su edad. Pero su conversación con el Señor es la más
extensa registrada en las Escrituras. Razón suficiente para encontrar esta
charla muy interesante.
Recordemos: Era
mediodía y hacía mucho calor. Jesús había salido de Judea e iba hacia
Galilea. El viaje era largo, y pasando por la heredad que Jacob dio a su hijo
José, junto a la ciudad de Sicar, decidió detenerse a descansar. Allí había un
pozo, del cual pensaba beber agua mientras esperaba a sus discípulos que habían
ido a la ciudad por comida. En esto, nuestra mujer sin nombre apareció con el
tarro de barro en la mano, y Jesús le hizo una simple petición: "¿Me das de beber?" (Juan 4:7).¡Vaya!, algunas cosas no cuadraban. Primero, se suponía que los judíos no debían hablar con los samaritanos. Segundo, a los hombres no se les permitía verse cara a cara con las mujeres sin que estuvieran sus maridos presentes. Y tercero, los rabinos no tenían nada que hablar con mujeres como ésta. Pero Jesús estaba dispuesto a hacer una excepción a las reglas, no así la mujer que estaba junto al pozo. "Tú eres un judío y yo soy samaritana", le recordó ella. "¿Cómo puedes pedirme que te de agua?" (Juan 4:9).
Ella se centró en la ley; pero Jesús lo hizo en la gracia, ofreciéndole algo que no pudo rechazar.
"Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: dame de beber; tú le pedirías y él te daría agua viva" (Juan 4:10). Sin duda una invitación tentadora. Y el regalo, una oferta irresistible, un don especial que vino por la gracia de Jesucristo" (Romanos 5:15).