Reflexionaste los últimos días sobre la vida que estás viviendo, sobre cómo sin darte cuenta has perdido aquella sensibilidad espiritual que te caracterizaba, y ahora orar, leer la Biblia, congregarte o servir ya no son tan “emocionantes” como al principio.
Algo pasó, tuvo que haber un momento en el que seguramente descuidaste tu relación personal con Dios, en el que quizá comenzaste a acomodarte a vivir una vida que va caminando un poco alejado de Dios, sin necesidad de llegar a la perdición total.
Porque debemos ser conscientes de que alejarse de Dios no solamente es ir y pecar deliberadamente; a veces, y a pesar de que hacemos lo mismo que hemos hecho los últimos años en la Iglesia, podemos vivir lejos de Dios.
Quizá tú seas un buen servidor o una buena servidora de Dios, sin embargo las últimas semanas o meses has vivido lejos de Dios. Quisieras sentir aquel deseo de buscar de Dios, aquel hambre que un día tuviste, aquel anhelo de no dejar la presencia de Dios.
Quisieras llorar mientras le adoras, llorar mientras le buscas, quisieras derramar tu alma en su presencia, pero tu mismo distanciamiento con Dios no te permite ser sensible a su presencia ni audible a su voz.
Hoy es un día para no sólo reflexionar sobre lo lejos que estás de Dios, sino para acercarte a Él. Hoy tienes que ser sincero contigo mismo y reconocer que poco a poco te has alejado de Dios. Quizá realizas las mismas actividades de siempre: vas a la Iglesia, sirves, invitas, predicas, cantas, enseñas a los niños,... cualquier cosa que puedas hacer para Dios, pero a pesar de ello puede que te encuentres lejos de Él.