“Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto” Salmos 83:1. Dado que las cosas se nos pueden escapar de control, puede parecer que un día todo está normal y dicha normalidad durara para siempre, y el día siguiente es todo lo contrario y pareciera que nunca saldremos de ese desierto temible.
Lo más difícil de superar de esos momentos de desierto es la soledad que se siente, el sentimiento de que Dios se ha olvidado de nosotros, la sed espiritual que produce y que no podemos saciar, y sobre todo el desgaste de nuestras fuerzas.
Pero aun con todo esto, jamás se nos debería olvidar que Dios nunca nos dejará. Puede parecer que a veces Dios está guardando más silencio del necesario, que por más que buscamos no encontramos una Palabra suya, que por más que anhelamos cosas, éstas no se dan. El caso es lo difícil que es cuando lejos de ver lo prometido, vemos todo lo contrario.
Son los silencios de Dios, duros, difíciles, sumamente cansados; pero lo mejor de todo es que después de una etapa de silencio siempre viene otra de bendiciones abundantes.
Porque puede parecer que Dios está examinando hasta donde somos capaces de soportar esos silencios, y no es que nos esté torturando, sino que quiere moldear nuestra vida, nuestro carácter, nuestra fe y Él está seguro que después de esta etapa tú serás mejor que antes.
A pesar de que sientas todo eso, que estés experimentando uno de los momentos de más silencio de Dios en tu vida, no significa que Él se haya olvidado de ti, ni que no cumplirá lo prometido o que no eres importante para Él; al contrario, Él está al cuidado de tu vida, de tus necesidades, y sobre todo está trabajando en organizar cómo se cumplirán tus sueños y anhelos del corazón.