viernes, 31 de julio de 2015

¿Qué puedo hacer?

¿Qué puedo hacer?  Hay situaciones en la vida en las que nos preguntamos qué puedo hacer?
Encomienda a Dios tus obras, y tus pensamientos serán afirmados.  Proverbios 16:3.
Salmos 32: 8: Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar.
Jeremías 33:3  “Clama a mi y yo te responderé y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”.
Proverbios 11:14: “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo, mas en la
multitud de consejeros, hay seguridad.
Proverbios 15: 22: “Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; mas en la multitud de consejeros se afirman.
¿Qué puedo hacer con el uso de mi lengua? ¿Respondo como no debería?, ¿hablo antes de tiempo? ¿Digo cosas de las que después me arrepiento? ¿Uso la mentira para salir de situaciones embarazosas? ¿Maldigo?

Da un paso de Fe

Un hombre llevó una vez a su hija de tres años de edad a un parque de atracciones.
Era su primera visita a un lugar así, y estaba asombrada de lo que veía y escuchaba, pero sobre todo estaba emocionada por las vueltas y los zumbidos de los aparatos.
Pidió a su papá que la dejara montar en un aparato en particular, a pesar de que era considerado el que más “miedo” infundía a los niños de su edad.
Ya montada, a toda velocidad tomaba las curvas en su pequeño carrito, cuando de repente, arrugó su rostro y se soltó de las manos dando un grito aterrador. Su padre, quien montaba en el carro con ella, luchó lo indecible para llamar su atención. Con una gran sonrisa, él le gritó por encima del ruido del aparato, “¡Es divertido!”
Cuando la pequeña vio que él no tenía miedo, comenzó a reírse. La nueva experiencia, que al principio era aterradora, de improviso se volvió agradable. ¡De hecho, ella insistió en montar en el mismo aparato tres veces más!

La Perla Preciosa

También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas,
que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró. Mateo 13:45-46.

Solemos apreciar una cosa según lo que nos costó. 
Asimismo, Cristo aprecia a la Iglesia por lo que le costó poseerla. Él “amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”, pagando así un altísimo precio, todo lo que tenía. Renunció a todo: a su lugar, su paz, su gloria, todos sus derechos como Hijo de Dios y, sobre todo, se dio a sí mismo.No podía dar más que su vida, no podía hacer más ni soportar más. Su amor fue puesto a prueba al máximo, pero Él permaneció como una roca. “Las muchas aguas no podrán apagar el amor” (Cantar de los Cantares 8:7).
Pero para nosotros existe otra manera de evaluar una cosa que por su precio. Podemos estimarla por lo que, según nuestro parecer, es en sí misma.
Así ocurrió con Jesús, cuyo corazón pensó en la Iglesia desde la eternidad. Para Él, ella era la perla preciosa que su corazón deseaba. Vendió todo lo que tenía para poseerla.
Él apreció el valor de esa perla antes de comprarla. Quería poseerla cualquiera que fuera su precio. ¡Cuán maravilloso amor! Él vio algo hermoso en aquellos que estaban en sus pecados y habían caído en la pobreza moral y la indignidad. Parece demasiado maravilloso para ser verdad, sin embargo así es, pues la Palabra de Dios lo afirma: “Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2). En Proverbios 8:31 se dice: “Mis delicias son con los hijos de los hombres”.

No dejes que nadie te envenene

Cuando Dios formó al hombre lo hizo del barro y le sopló vida. ¿Qué es la vida que tenemos? Nuestro espíritu; nuestro espíritu es nuestro yo verdadero. Todo lo que está fuera de ese espíritu son las voces que se nos fueron anexando y que las fuimos guardando, que las fuimos incorporando, y que ahora son nuestra voz pero que no somos nosotros. Yo soy mi espíritu, no las voces que vienen a mi mente. Cuando una persona agarra esas voces, y las pone afuera de sí y las desactiva, puede decir: “yo soy la imagen de Dios, ese es mi verdadero ser”.
Estando en Jericó los hombres de la ciudad le dijeron a Eliseo: “el lugar donde está colocada esta ciudad es bueno, pero las aguas son malas y la tierra es estéril”. Entonces Eliseo pidió que se le trajera una vasija nueva y que pusieran en ella sal.
que no te envenenen
La sal representaba las promesas, y el agua envenenada representa a la gente mala.
El lugar no era malo, la gente era el problema (la casa es buena pero los que la habitan están mal), por eso necesitaba “vasijas nuevas”; gente renovada en la fe. Cuando se sanó Jericó, la ciudad entera fue sanada. 
Una sola vasija, (tú), puede usar la palabra de Dios sobre la gente, y ésta será sanada.
Y subiendo por el camino, salieron unos muchachos de la ciudad, y se burlaban de Eliseo, diciendo: ¡Calvo, sube! ¡Calvo, sube! Y mirando él atrás los vio, y los maldijo en el nombre de Jehová. Y salieron dos osos del monte y despedazaron de ellos, a cuarenta y dos muchachos. De allí fue al monte Carmelo, y de allí volvió a Samaria”.
Pelado, se les decía a los leprosos. Inducido por ellos, (el diablo te ataca la estima): el agravio le afectaba a sus pensamientos; “Sube pelado, sube”; la gente se va a burlar de tu fe. Eliseo “canceló esa burla”, secó esas palabras. ¿Qué es lo que tenemos que cancelar?: la pobreza, la enfermedad, las deudas. Para ello debemos decir: “a mí nadie me va a envenenar, yo cancelo ese desprecio, yo soy ungido por el Espíritu Santo para hacer cosas grandes para Dios”, lo que es maldecir lo malo.

Rompe el silencio

"Pocas cosas se parecen tanto a la muerte como el silencio y este lo sabe. Donde no hay lugar para las palabras aparece el sinsentido, lo inabordable. Eso que es imposible de hablar y que se pierde en una oscuridad sin nombre. Es un dolor mudo y lacerante que se levanta como la última barrera frente a la locura. Por eso su trabajo (del escritor) lo apasiona, lo seduce.… En cada historia se despliega una angustia que clama por ser callada. Y, extraña paradoja, la angustia sólo se silencia con palabras”.

Tiempo atrás, se conocieron las historias de algunas mujeres que habían sufrido durante años, maltrato y abuso sexual por parte de sus padres, desde pequeñas. Hechos, que no obstante haber ocurrido en diferentes y distantes lugares del mundo, fueron conocidos a través de los medios de prensa, y conmovieron a la opinión pública.
Las historias de esas víctimas que durante años estuvieron sometidas al abuso, que eran esclavas del dolor y del terror, pero sobre todo presas del silencio, nos sacuden, nos conmueven.
De cada una de estas historias, emergen al menos, tres denominadores comunes: el silencio, la angustia, y la maldad, que lejos de discernir entre unos y otros, hieren tanto a inocentes como a culpables. Un código de silencio envuelve tanto a víctimas como a victimarios, encerrándolos en un sentimiento de angustia y desolación, sumergiéndolos en una muerte en vida sin posibilidad de salida.

Los seres humanos, ante circunstancias adversas, tendemos a crear nuestras propias tumbas, sentimientos o creencias, y encerrarnos en ellas, sepultando con nosotros, sueños, ilusiones y proyectos de vida.
Es la puerta del dolor. Un evento trágico, traumático que, no importa su índole, produce una herida en lo profundo del alma. Una herida que a su manera, duele, sangra, no importando de qué lado de la vereda se encuentre -víctima o victimario-. Un punto de inflexión, una bisagra en la línea del tiempo que define un antes y un después.