jueves, 15 de diciembre de 2016

El día en que Jesús guardó silencio

Aún no llego a comprender cómo ocurrió; si fue real o un sueño. Solo recuerdo que ya era tarde y estaba en mi sofá preferido con un buen libro en la mano. El cansancio me fue venciendo y empecé a cabecear…
En algún momento entre la semiinconsciencia y los sueños, me encontré en un inmenso salón que no tenía nada de especial salvo una pared llena de tarjeteros, como los que tienen las grandes bibliotecas. Los ficheros alcanzaban hasta el techo, tanto que parecía interminable el mirar en ambas direcciones.
Tenían diferentes rótulos, y al acercarme, me llamó la atención un cajón titulado: “Muchachas que me han gustado”. Lo abrí descuidadamente y empecé a pasar las fichas. Tuve que detenerme por la impresión porque había reconocido el nombre de cada una de ellas: ¡se trataba de las muchachas que a mí me habían gustado!
Resultado de imagen de El día en que Jesús guardó silencioSin que nadie me lo dijera, empecé a sospechar dónde me encontraba. Ese inmenso salón, con sus interminables ficheros, era un catálogo de toda mi existencia.
Estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que mi memoria ya había olvidado.
Un sentimiento de expectación y curiosidad, acompañado de intriga, empezó a recorrerme mientras abría los ficheros al azar para explorar su contenido.
Algunos me trajeron alegría y momentos dulces; otros, por el contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa tan intensos que tuve que volverme para ver si alguien me observaba.
El archivo “Amigos” estaba al lado de “Amigos que traicioné” y “Amigos que abandoné cuando más me necesitaban”.
Los títulos iban de lo mundano a lo ridículo. “Libros que he leído”, “Mentiras que he dicho”, “Consuelos que he dado”,... otros títulos eran: “Asuntos por los que he peleado con mis hermanos”, “Cosas hechas cuando estaba molesto”, “Murmuraciones cuando mamá me reprendía de niño”, “Vídeos que he visto”…

Servir a Dios con oraciones

Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. (Santiago 5:16)
A menudo Dios decide utilizar nuestras oraciones para llevar a cabo su obra. Esto lo vemos cuando le dijo al profeta Elías: «yo haré llover sobre la faz de la tierra», prometiendo poner fin a una sequía en Israel que había durado tres años y medio (Santiago 5:18). Aunque Dios había prometido que llovería, poco después, «Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas» para pedir fervorosamente que lloviera (1 Reyes 18:42). Entonces, mientras oraba, mandó a su siervo «siete veces» para que mirara hacia el mar y observara si había alguna señal de lluvia en el horizonte (verso 43).
Elías entendió que Dios quiere que participemos en su obra mediante la oración humilde y persistente. A pesar de nuestras limitaciones humanas, el Señor seguramente quiera obrar de maneras asombrosas a través de nuestras oraciones. Por eso, Santiago afirma que «la oración eficaz del justo puede mucho» y nos recuerda que «Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras» (Santiago 5:16-17).
Cuando nos proponemos servir a Dios orando fielmente como lo hizo Elías, participamos de un privilegio maravilloso… y en cualquier momento, podríamos ver un milagro delante de nuestras narices.

Señor, ¿cómo puedo servirte hoy con mis oraciones?
Las grandes expectativas de nuestra parte honran a Dios.

¿Soy un esclavo atemorizado o un hijo amado y perdonado?


El apóstol Pablo nos presenta un profundo contraste entre los conceptos de esclavo e hijo. En un lenguaje propio de la época escribe: Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo; sino que está bajo tutores y administradores hasta el tiempo señalado por el padre. Gálatas 4:1-2

En aquellos tiempos, el niño (heredero) tenía solamente derechos muy similares a los de un esclavo, hasta que cumpliese cierta edad y fuese considerado no solo heredero, sino también señor y patrón de otros. Bajo la ley (siendo niños con herencia), estaban confinados en los derechos de su propia libertad.

Es como una paradoja de sentimientos mezclados que dice “soy heredero, pero todavía no”. Escogidos desde antes de la fundación del mundo, (Efesios 1:4; Romanos 8:29), pero con desconocimiento pleno de esta nueva libertad e identidad con la que Cristo nos hizo libres.

El niño heredero estaba bajo el tiránico tutor de la ley, la cual no determina para nada su herencia. Sino que la ley, habiendo tutor o administrador, ha de llevarnos durante nuestra niñez y adolescencia (en el cumplimiento del tiempo), al encuentro glorioso con la Gracia de Jesucristo.

Muchos hombres de Dios no son impactados por Su Gracia hasta que la ley los consume en verdad. Dios tiene que humillarnos para poder salvarnos. Nunca se saborea la gracia de Dios hasta que el pecado no agobie sobremanera, como
tampoco nosotros sabremos qué hacer con la libertad que nos confiere la gracia divina. Tantos años bajo el yugo cruel de la ley han producido heridas, iras reprimidas, sentimientos de culpabilidad, indignación y rebeldías. Todo ello nos ha conducido (a muchos) a una interpretación desordenada y confusa de nuestra libertad en Cristo, por lo tanto necesitamos la aceptación de la ley de Dios dentro del marco de una nueva perspectiva de la gracia infinita.

Afrontamos el reto de vivir una vida de obediencia para Dios no bajo el peso de nuestros propios esfuerzos, sino por dejar fluir el esfuerzo de la obra de Cristo en nosotros. 

No se trata de un moralismo religioso, sino del descanso sincero y por completo en la obra consumada por Cristo en la cruz del Calvario.

Más allá de esta vida


Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual os dará el Hijo del hombre, porque a éste señaló Dios, el Padre.  (Juan 6:27, RV95).
Resultado de imagen de Más allá de esta vidaTras un grave accidente que sufrió y que lo dejó al borde de la muerte, Henri Nowen se recuperó increíblemente bien de la tragedia, y sus amigos comenzaron a felicitarlo por ello, a expresarle la alegría que sentían de verlo de nuevo con la misma salud física y mental de antes.
Sin embargo, él no analizaba su recuperación de la misma forma en que lo hacían ellos.
Nowen se preguntaba si estar bien era realmente lo mejor para él; si no hubiera sido preferible haber muerto, para encontrarse así más cerca de la vida eterna con Dios.
“Nadie de los que me escribieron, llamaron, enviaron flores o me visitaron, ni siquiera sugirió que mi vuelta a la vida de siempre no era necesariamente lo mejor que podría haberme ocurrido tras el accidente. Nadie me dijo: "Debe haber sido una decepción para ti tener que seguir aquí, pero como compañero tuyo de viaje que soy, te doy la bienvenida una vez más a las luchas de la vida en esta tierra”, cuenta Nowen.