En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra (2 Samuel 22:31)
Karla y sus tres amigas iban a cantar en la iglesia por primera vez. Habían estado practicando durante semanas. La señora Bradley, su maestra de música de la escuela, las había ayudado a escoger una canción y aprenderla, y la había repasado con ellas una y otra vez.
Las cuatro jovencitas se reunieron en la sala de la Escuela Sabática de Jóvenes para practicarla por última vez entre la Escuela Sabática y el sermón. Habían trabajado muy duro en esa canción. Simplemente, tenía que ser perfecta.
Las cuatro jovencitas se reunieron en la sala de la Escuela Sabática de Jóvenes para practicarla por última vez entre la Escuela Sabática y el sermón. Habían trabajado muy duro en esa canción. Simplemente, tenía que ser perfecta.
Por fin se encontraban detrás del púlpito, y la señora Bradley tocó los primeros acordes. Las cuatro muchachitas empezaron a cantar. Casi inmediatamente, Karla supo que algo no iba bien, pero no supo qué era. Luego se dio cuenta de que Jenni la estaba mirando de reojo. Entonces se percató: ¡estaba cantando en un tono diferente del de las otras chicas!
Karla dejó de cantar, esperó un minuto y se les unió de nuevo; esta vez en el tono correcto. Pero cuando llegó la nota alta en el coro, su voz se quebró y volvió a desafinar. Mirando hacia abajo, a la congregación, vio a un par de chicos que se cubrían la boca para ocultar su sonrisa.
-¡Es todo! ¡Nunca voy a volver a cantar en público! –anunció en el momento en que terminó el culto.
Su mamá le ofreció un abrazo.
-Ya sabes: cometer errores puede ser embarazoso, pero no es lo peor de la vida –dijo ella-. Lo peor es que abandones. ¡Sigue!
Nadie es perfecto. Todos cometemos errores. Lo que realmente importa es lo que haces después.