Cuando Aarón tenía siete meses de edad, dejó de ganar peso. Unos meses después, su cabello comenzó a caerse.
Al principio, los médicos dijeron a los padres de Aarón que iba a ser bajito de adulto, pero que por lo demás era normal. Luego, un pediatra diagnosticó el problema como progeria, o envejecimiento prematuro.

Su padre, que era rabino, sintió un profundo y doloroso sentido de injusticia.
Alrededor de un año y medio después de la muerte de Aarón, el padre llegó a comprender que a ninguno de nosotros se nos promete, en ningún momento, una vida libre de dolor y desengaño. Más bien, lo más que se nos ha prometido es que no estaremos solos en nuestro dolor, y que podemos obtener fuerzas y coraje de una fuente externa.
Él llegó a la conclusión de que Dios no causa nuestras desgracias, más bien nos ayuda inspirando a otros a que nos ayuden.