jueves, 12 de abril de 2018

Es mi Delicia

El salmo 84 es uno de los salmos más gratos. Es una delicia estar en la casa de Dios todos los días de nuestra vida; para David también, y Dios quiere que para todos también lo sea.
Muchos de nosotros tenemos la bendición y la oportunidad de poder congregarnos para alabar a Dios y aprender más de su Palabra, pero muchos otros no lo pueden valorar porque en algunos países no tienen esa dicha, pues no les permiten hacer cultos para Dios. Qué triste es ver a personas que no dan valor a esto, gente que se conforma con ir solo los domingos a la Iglesia.
La historia habla de que en un país no permitían hablar del evangelio, pero un día eso se terminó y al fin, pudo entrar el evangelio, y cuando una señora recibió una biblia en sus manos, ¡lloraba! Sí, lloraba de felicidad, porque decía que siempre había deseado una.
Sin duda alguna hay personas que desean alabar a Dios, saber más de Él, y por una u otra razón no pueden, y las que pueden se aburren. Hace poco una gran mujer partió con el Señor, pero antes deseó tomar la Santa Cena en su casa, ya que por su enfermedad no pudo ir más a la iglesia. Una gran lección nos da eso, al saber que muchos de nosotros estamos sanos, mas a veces ni con todo esto queremos asistir a la iglesia, y preferimos quedarnos viendo la televisión. Esta mujer que estaba en cama, a pesar de ello se alegraba en Dios y deseaba tomar la Santa Cena.
Valora la oportunidad que tienes de estar en la casa de Dios los días que hay servicio; es un refuerzo de tu relación intima con Dios, y no pierdas las bendiciones que Dios te quiera dar solo porque tú no te dispones a recibir de su gracia.
Que sea tu delicia gozarte en su presencia, en su palabra, en la alabanza y en su casa.

¿Cómo Salir del Pozo de la Desesperación?

Probablemente te encuentres en una situación desesperante con tu esposo o esposa, o puede que sea con tus hijos, o cualquier otra relación, como puede ser un problema financiero o laboral.
Otros pueden estar desesperados porque necesitan tomar una decisión y no saben qué hacer, están cansados de luchar, de intentar, han hecho de todo, oraciones, ofrendas, diezmos, van a la iglesia, sirven a Dios pero nada hace que salgan del pozo, y sienten que cada día se hunden más. La verdad es que estar en el pozo no es nada bueno, allí solo se respira angustia, miedo y muerte.
Mas salir del pozo requiere paciencia y espera en Dios, recuerde las palabras del Salmista:
“Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos y temerán, y confiarán en Jehová” (Salmo 40:1-3).
Además, salir del pozo requiere convertirse en protagonista y dejar de ser víctima.
Tú has sido llamado a ser el protagonista de tu vida, el protagonista espera en Dios pacientemente antes de actuar, el protagonista ve la vida con optimismo y se convierte en el gerente de su vida.
Hay un cuento de la tradición judía que nos ilustra si somos protagonistas o víctimas:
“Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal rebuznó horas y horas mientras el campesino trataba de buscar la forma de ayudarlo, pero finalmente pensó que el burro ya estaba viejo y el pozo necesitaba ser tapado con urgencia, así que echando tierra podría solucionar los dos problemas a la vez. Con ese fin pidió ayuda a sus vecinos.
Cada uno tomó una pala y empezaron a echar tierra al interior del pozo. El burro al notar lo que le caía encima, empezó a rebuznar con más fuerza, pero después de un rato se calmó. La gente no lo veía y pensaba que habría quedado enterrado, pero lo que realmente sucedía era que el burro estaba ocupándose en sacudirse la tierra que le arrojaban con cada palada.
Al poco tiempo, y para sorpresa de todos, empezaron a verse las orejas del asno que, apoyándose en la tierra que se sacudía y caía al suelo, estaba logrando elevarse. Cuando llegó a la altura de la boca del pozo, dando un salto, salió corriendo alegremente dejando boquiabiertos a sus supuestos enterradores.”
¿Qué podemos aprender de este cuento?
Hay algunas cosas que podemos aprender... En algunos momentos de nuestra vida, podemos tener la sensación de que hemos caído en un pozo muy profundo. Todas nuestras expectativas destruidas, los momentos que vivimos son de mucha tensión, no vemos la luz del sol brillar, en fin, todo parece oscuridad y además, en vez de recibir ayuda lo que recibimos de la gente que nos rodea es juicios, críticas, rechazo y oposición, todos quieren enterrarnos vivos.

Sol@ porque quiero…

En ocasiones me ocurre que he querido correr hasta Groenlandia sin que nadie me persiguiera, para experimentar una sensación maravillosa de tranquilidad y de que nadie me conozca, o sea, que no me espera nadie ni nadie demanda nada de mí. Nadie espera que esté siempre con un rostro radiante, nadie espera que responda bien, nadie espera que siempre acierte, porque no se me conoce. La  búsqueda de esa sensación me acompaña al menos una vez al año. El resto del tiempo no se me vuelve a cruzar por la mente, y no me atormenta lo más mínimo pensar en que saldré a la calle y seguro que a más de uno saludaré porque lo conozco de algún lugar.
Es curioso lo que ocurre cuando queremos estar solos. Por una parte, sentimos casi un ahogo físico por el deseo de estar en otro lugar, preferentemente muy, muy lejos de donde estamos, y sin tener contacto con nadie que nos recuerde nuestras responsabilidades y compromisos; sin embargo, y por otra parte, cuando conseguimos estar solos en la punta del monte, lugar al que deseamos irnos en más de una ocasión, nos sentimos solos y desearíamos que alguien nos acompañara; no sabemos bien para qué quisiéramos que nos acompañara, pero sí sabemos quién quisiéramos que estuviera a nuestro lado en la punta del monte. Entonces descubrimos quiénes son las personas claves de nuestras vidas.
Cuando, metafóricamente hablando, estamos en la punta del monte, parece ser que todo se ve desde una perspectiva distinta. Salir de nuestro lugar habitual, ser capaces de recorrer un lugar nuevo, o al menos respirar otro aire nos desconecta; pero a la vez nos conecta con lo esencial, con aquello que no querríamos tener lejos de nuestra vida, por agotados o demandados que nos sintamos; ese “algo” o ese “alguien” no puede estar ausente.