domingo, 14 de febrero de 2016

No sé cómo fue tu pasado. Puedo imaginarlo lleno de errores

¿Los ha rescatado el Señor? ¡Entonces, hablen con libertad! Cuenten a otros que él los ha rescatado de sus enemigos. Pues ha reunido a los desterrados de muchos países, del oriente y del occidente, del norte y del sur.”
Salmos 107. 2-3
Nunca me han arrestado pero a algunos de mis mejores amigos sí, y me han contado sus experiencias. Intento imaginarme cómo me sentiría al ser atrapado haciendo algo malo y ser llevado a la cárcel. Trato de imaginar la vergüenza que tendría y la esperanza de que alguien pagase la fianza. Imagino que al ser liberado de esa celda tendría una mezcla de emociones. Por un lado me alegraría de estar libre, pero por otro, avergonzado al ver el rostro de quien me libró.
El problema derivado de ser libre o redimido es que eres librado o redimido de algo. A menudo, ese “algo” es el resultado de elecciones pobres o errores, y no somos nada raudos para hablar de negruras. Preferimos dejar de lado esas partes "funestas" de nuestra vida. Pero si no hablamos honestamente de lo que hemos sido redimidos, la redención no es muy importante.
De igual manera pasa en la interacción de Dios con nosotros. Todos hemos cometido errores, algunas personas más que otras y algunos errores peores que otros.
En esos momentos oscuros, cuando estamos sintiendo las consecuencias de nuestros errores, Dios llega, nos da una oportunidad de vivir de diferente forma y nos redime de ese pasado.
Es común entonces, que nos encante hablar sobre el amor de Dios y Su redención, obviando aquello de lo que Él nos ha redimido. ¡Claro, ya pasó! Pero retrocedamos, pues es en la profundidad de nuestra oscuridad donde la luz de Dios brilla más fuerte. En nuestra historia personal, debemos incluir la salvación radical que Dios nos trajo. ¡Ahora sí! No debemos temer vernos mal o sonar como alguien que realmente metió la pata. Metimos la pata y fue precisamente en ese momento, cuando Dios nos encontró y de donde nos rescató.

Lo que será

Y no habrá más maldición… Apocalipsis 22; 3
Todos tenemos algo en común. Vivimos en un mundo contaminado y confundido, y nunca conocimos otra cosa. Sin embargo, Adán y Eva podían recordar cómo era el mundo cuando Dios lo creó: libre de muerte, dificultades y dolor (Génesis 3:16-19). En el Edén, antes de la caída, el hambre, el desempleo y la enfermedad no existían. No se cuestionaba el poder creador de Dios o su plan para las relaciones humanas.
Inline image 1El mundo que heredamos no se parece en nada al jardín perfecto de Dios. Citando a C. S. Lewis: Este es un mundo bueno que se deterioró, pero todavía conserva el recuerdo de lo que tendría que haber sido. Gracias a Dios, el vago recuerdo de lo que debería ser la Tierra es también el resultado de un vistazo profético a la eternidad. Allí, tal como Adán y Eva caminaban y hablaban con Dios, los creyentes verán su rostro y lo servirán directamente. Nada se interpondrá entre Dios y nosotros. Y no habrá más maldición (Apocalipsis 22:3). Ya no habrá pecado, ni temor ni remordimientos.
El pasado y sus consecuencias pueden ensombrecer el presente, pero el destino del creyente guarda la promesa de algo mejor: la vida en un lugar tan perfecto como el Edén.
Señor, ayúdame a recordar que todavía hay mucho por disfrutar y por hacer en este mundo contaminado. Gracias por la promesa de una vida contigo en un lugar perfecto.

Solo para hombres

 “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?
Porque su estima sobrepasa largamente
a la de piedras preciosas.”
(Proverbios 31:10)
Casi todos los varones de una u otra forma hemos sido machistas, pues en su mayoría fuimos criados en un ambiente en el que la mujer ha sido vista de las más variadas y diversas formas, menos de igual a igual al hombre.
Desde muy niños nos explicaron que la mujer, representada por el tenue color rosa, es un ser débil, conflictivo y emocionalmente inestable. Y no solo lo decían, sino que lo ratificaban con su trato desmedido hacia las mujeres de la casa. Nos repetían frases muy decidoras al respecto, como: “Pórtate como un hombre”; “deja de ser mariquita”; “qué pena, la criatura nació mujer”; “los hombres no deben llorar” …etc. Inclusive alguna vez, oí a un líder político que arengaba con la frase: “ Lloran como mujeres lo que no pueden defender como hombres”…
El caso es que los roles que nos asignaron desde pequeños, eran muy concisos al respecto: los varones a la calle, al juego y las distracciones; las mujeres a cocinar, lavar, planchar, hacer y cuidar hijos, y como valor agregado, atender a los hombres de la casa. El único “premio” que se les otorgaba era oír (ahora sería ver su novela favorita). Rara vez a los varones nos permitieron pelar siquiera tres tristes patatas, pues hubiera sido como una profanación a nuestra investidura de machos. Lo que sí podíamos era alzar la voz, exigir, reclamar y proferir palabrotas.

¿Donde están las manos de Dios?

Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada y abandonada. Cuando miro tantos niños abandonados, tantos hermanos que lloran, tantas guerras. Cuando miro las lágrimas, la baja estima, la tristeza, los odios, el inconformismo……. me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios? 
Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil. Cuando veo al prepotente y pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carente de recursos para defender sus derechos, me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios?
Cuando contemplo a esa anciana olvidada, con su mirada nostálgica, que balbucea aún palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios? Cuando miro a ese joven, antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol.
912Cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante, que está ahora con harapos, sin rumbo, sin destino, me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios? 
Cuando esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar la existencia, y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca y se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo, me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios?
Cuando aquél pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico o su miserable cajita de dulces sin vender. Cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán o debajo de algún puente titiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito. Cuando su mirada me reclama una caricia, cuando lo veo, sin esperanza, vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios? Y me enfrento a Él y le pregunto: ¿Dónde están tus manos Señor para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, para rescatar a la juventud de las drogas, para dar amor y ternura a los olvidados?