Los siervos y las siervas de Dios somos evaluados continuamente. No solo por el Señor o por nosotros mismos, sino por aquellos a quienes ministramos con la Palabra, enseñamos, o incluso oramos intercediendo por sus necesidades. Las personas que, de una u otra manera, depositan en nosotros su confianza, necesitan confirmar que: “…verdaderamente somos varón o mujer de Dios, y que la Palabra de Jehová es verdad en nuestra boca” (1 Reyes 17:24). No dudan del Señor, sino de quienes lo representamos a Él.
Por supuesto que tienen todo el derecho de dudar, porque desgraciadamente hay demasiados charlatanes ocupándose de las cuestiones espirituales. Mercaderes del templo que solo buscan lucrarse con la fe. Son “avivados”, pero no con el fuego del Espíritu Santo. No es ese “Avivamiento” el que se ve reflejado en ellos, sino el mezquino y oscuro deseo de tener fama, reconocimiento y ventajas materiales por el supuesto “servicio a Dios”.
Están siempre agazapados, esperando para dar el “golpe de gracia”. Estos casos de burda manipulación religiosa no son nuevos. Se les llama “simonía”, por aquel mago de nombre Simón, que quiso negociar con los dones, la gracia, la autoridad y la unción del Señor (Hechos 8:5-22). Son personas sin escrúpulos, que lejos de servir a Dios, se sirven de Él. Lanzan profecías mentirosas; palabras que jamás salieron de la boca de Dios. Crean falsas expectativas y hacen tropezar a los fieles incautos, que recurrieron a ellos por necesidad.