La Santa Biblia nos explica que la salvación es un regalo de Dios mismo, que no es una recompensa por nuestras propias obras para que nadie se pueda enorgullecer de sus propios méritos. Dice la Palabra del Señor: “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Por otro lado sabemos que la salvación la logramos a través de Cristo. Que Él es el puente que une el cielo y la Tierra. Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí” (Juan 14:6).
No obstante, las obras son muy importantes pues son reflejo directo de nuestra fe. Hasta el punto de que la Biblia afirma con total rotundidad que la fe sin obras está muerta (Santiago 2: 14-26). Y es que si a nosotros acude un hermano que está desnudo o hambriento, y nosotros le negamos la ropa o el alimento y nos limitamos a ofrecerle buenas palabras, entonces nuestra fe se encuentra muerta. Jesús nos explicó que debíamos amar al Señor con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos. Y ello implica no solamente palabras de consuelo sino obras, acción.
¿Pero entonces nos salva nuestra fe o nuestras obras? Nosotros no nos salvamos a nosotros mismos, sino que es Dios quien nos salva, a través de la fe en Cristo como nuestro salvador junto al arrepentimiento de los pecados. Pero nuestras obras son una consecuencia directa de nuestra fe. No es que hagamos buenas obras para entrar en el cielo, sino que dado que Dios nos permite entrar en el cielo por amor a Él, decidimos hacer buenas obras. Es nuestra manera de agradecerle todo cuanto hace por nosotros, la forma de hacer visible al mundo la fe que alberga nuestro corazón.