Al pensar en estas tres palabras, me viene a la mente la demostración más grande e inigualable de amor que haya existido y que existirá. Hace más de dos mil años, Cristo murió en la cruz del Calvario por todos nosotros. Su cuerpo fue clavado en una cruz y coronado con espinas. Sufrió hasta la muerte y lo hizo por amor.
Nuestro objetivo como Iglesia es llevar a la gente a la fe en Jesús e integrarla en la familia de Dios. Y que nuestro carácter se parezca al de Cristo, glorificando a Dios y sirviendo en toda buena obra.
jueves, 3 de marzo de 2016
Cruz, Espinas y Clavos
Grito de desesperación
“A las tres de la tarde, Jesús gritó a voz en cuello: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”)”
(Marcos 15: 34 NVI)
Hay momentos en los que quisiéramos gritar fuerte para poder desahogarnos de nuestra impotencia y desesperación. Hacer un alto en nuestra vida, no respirar por unos instantes, no escuchar absolutamente nada, permanecer inertes, y ser inmunes a lo que sucede a nuestro alrededor.
Vienen a mi mente pensamientos negativos que amenazan con devolverme al punto inicial, aquel momento en el que tuve que decidir entre morir o vivir, llorar o sonreír, luchar o no hacer nada.
Quiero orar, pero no nacen de mi corazón palabras de amor. Aún así, me sostiene la esperanza, la ilusión, la fe en lo que aún no veo, en las promesas recibidas, en los deseos a cumplir y en la misericordia de Dios.
Los ojos fijos en Cristo
Las batallas más importantes de la vida se deciden interiormente, en el corazón.
Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra
fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando
la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha
del trono de Dios. Hebreos 12:2

La visión del momento en que se cruza la meta es uno de los más fuertes estímulos que posee el atleta. Durante gran parte de la carrera, la maratón, que tiene 42 km de extensión, ni siquiera puede imaginar la línea de llegada de lo lejos que está. No obstante, toda persona que ha participado en semejante competencia, conoce la forma en que la mente ve, una y otra vez, ese momento de intensa emoción y satisfacción personal que solo se experimenta al cruzar la línea de llegada. Anticiparse a esa experiencia, saborearla de antemano, es, en ocasiones, la única herramienta que tiene el corredor para no abandonar la competición. La persona con visión ve lo que otros no ven.
Mentalidad De Niño
Cuando pensamos en niños de la edad en que comienzan a andar, o tenemos
la bendición de experimentarlos nosotros mismos, llegamos a la
conclusión de que siempre están en movimiento, que nunca quieren
detenerse. Van con más entusiasmo del que un adulto pueda
imaginar y nunca se cansan. Viven sus primeros años generalmente sin
problemas y con una sonrisa en sus rostros. Los niños parecen tener
algo que los adultos perdimos en el camino.
Tienen la habilidad de perdonar rápidamente, de no preocuparse mucho y no frustrarse por las cosas; simplemente disfrutan las cosas sencillas de la vida, sin darlas por sentado. Nunca guardan rencor ni resentimientos contra otros y, si por alguna razón lo hacen, juegan y se relacionan con ellos como si nada, al día siguiente en el área de juegos.
He tenido experiencias con mis dos hijas al entrar en su habitación mientras estaban en sus cunas. Saltaban y gritaban felices con grandes sonrisas en sus rostros. Y a menudo me preguntaba por qué sonreían y se sentían felices.
¿Sería su cumpleaños, Navidad, o estaríamos saliendo de vacaciones para Disney? La respuesta a esas preguntas es no… No era ni su cumpleaños, ni Navidad, ni estábamos yendo a Disney… simplemente estaban entusiasmadas por un nuevo día. ¡Estaban felices de abrazar un nuevo día y no podían esperar para comenzarlo! Allí fue donde y cuando comencé a pensar internamente: ¿Por qué no pueden los adultos comportarse de la misma forma? ¿Dónde perdimos el entusiasmo por la vida? ¿Podremos recobrarlo y mantenerlo? Demasiadas veces, como adultos, olvidamos cómo vivir nuestra vidas felizmente y los días parecen escurrírsenos rápidamente.
Tienen la habilidad de perdonar rápidamente, de no preocuparse mucho y no frustrarse por las cosas; simplemente disfrutan las cosas sencillas de la vida, sin darlas por sentado. Nunca guardan rencor ni resentimientos contra otros y, si por alguna razón lo hacen, juegan y se relacionan con ellos como si nada, al día siguiente en el área de juegos.
He tenido experiencias con mis dos hijas al entrar en su habitación mientras estaban en sus cunas. Saltaban y gritaban felices con grandes sonrisas en sus rostros. Y a menudo me preguntaba por qué sonreían y se sentían felices.
¿Sería su cumpleaños, Navidad, o estaríamos saliendo de vacaciones para Disney? La respuesta a esas preguntas es no… No era ni su cumpleaños, ni Navidad, ni estábamos yendo a Disney… simplemente estaban entusiasmadas por un nuevo día. ¡Estaban felices de abrazar un nuevo día y no podían esperar para comenzarlo! Allí fue donde y cuando comencé a pensar internamente: ¿Por qué no pueden los adultos comportarse de la misma forma? ¿Dónde perdimos el entusiasmo por la vida? ¿Podremos recobrarlo y mantenerlo? Demasiadas veces, como adultos, olvidamos cómo vivir nuestra vidas felizmente y los días parecen escurrírsenos rápidamente.
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