Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó. Lucas 15:20
Una tarde, pasé
dos horas en una exposición de arte, en la que todas las obras se centraban en la parábola de Jesús sobre
el hijo pródigo (Lucas 15:11-32). La pintura de Edward Rojas, "El hijo
pródigo", me pareció especialmente impactante. Retrata al hijo descarriado
volviendo a casa, con sus ropas desgastadas y la cabeza gacha. Dejando atrás una
tierra de muerte, entra al sendero donde su padre ya está corriendo hacia él. Al
pie de la pintura, aparecen las palabras de Jesús: «cuando aún estaba lejos, lo
vio su padre, y fue movido a misericordia» (verso 20).

Me conmoví profundamente al volver a darme cuenta de cómo había cambiado mi
vida el amor inalterable de Dios. Cuando me alejé de Él, no me dio la espalda,
sino que siguió buscándome, cuidándome y esperando. Su amor es inmerecido, y también inmutable; a menudo ignorado, pero nunca retirado.
Todos somos culpables; aun así, nuestro Padre celestial nos da la bienvenida, tal como el padre en esta historia abrazó a su hijo descarriado. Luego dijo a sus sirvientes: «hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado» (versos 23-24).
Todos somos culpables; aun así, nuestro Padre celestial nos da la bienvenida, tal como el padre en esta historia abrazó a su hijo descarriado. Luego dijo a sus sirvientes: «hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado» (versos 23-24).
Padre, al recibir tu amor y tu perdón, que también lo extendamos a otros en tu nombre.
Aunque
no merecemos el amor de Dios, su amor no cambia.