Después de años de mantener oculto su pasado, la adoradora Jessica Ordóñez cuenta abiertamente cómo la ayudó Dios a superar los traumas del abuso sexual que vivió de pequeña.
“¡Mami, Mami!”, exclama mi chiquito mientras corre hacia mis brazos. De inmediato, me coloco al nivel de su corta estatura a la espera del mejor de los abrazos. Lo agarro fuerte y suavemente, a la vez que cierro los ojos para depositar en mis recuerdos tan sublime momento. Él, por su parte, descansa su carita de dos años sobre mi hombro, rendido y confiado de que en este lugar seguro, nada ni nadie le hará daño. De nuevo aprovecho la oportunidad para darle gracias a Dios por Gabriella y Evan, y por la dicha tan inmensa de ser madre. La realidad es que ya recorrí todo el diccionario para agradecerle a mi Padre por este amor tan extraordinario.
Cada vez que leo o escucho noticias sobre cualquier tipo de abuso contra los niños del mundo, mi humanidad pide a gritos una respuesta. ¿Por qué? Igual me sucedió al leer el testimonio de Jessica:
Mi madre se convirtió en madre soltera y, para sostener el hogar, trabajó arduamente. Reconocía su responsabilidad y se empeñaba en ello sin quejarse. Recuerdo que regresaba del colegio y nunca la hallaba en casa. A veces, no la veía hasta el día siguiente cuando me llevaba a la escuela. Me sentía sola. Mis hermanos, que eran mayores, estaban en sus propios mundos y me ignoraban.
A mi madre le gustaba mucho ayudar a la gente. Siempre vivía alguien con nosotros, o algún familiar o conocido que necesitaba un sitio donde vivir por un tiempo. Recuerdo que en cierta ocasión, cuando yo tenía siete años, se fue a vivir con nosotros un tío de mi mamá. Me gustaba tenerlo en casa, pues era muy bromista y jugaba con nosotros. Siempre que llegaba del colegio, me pedía que me sentara en sus piernas y me preguntaba sobre mi día. Pasábamos horas hablando y viendo la televisión juntos. Por primera vez, sentí lo que era tener un papá, a alguien que me escuchara y se interesara por mí. Él me decía que éramos muy buenos amigos.
Un día, las cosas cambiaron. Sus abrazos eran distintos. Sus caricias me empezaron a incomodar. Sus manos empezaron a tocarme en lugares que me daban cosquillas. No me daba risa, sino temor y me alejé de él. Ya no me gustaban sus atenciones. Cuando llegaba de la escuela, en vez de irme a su lado, me iba a mi habitación. Uno de esos días, él me siguió. Entró a mi cuarto, cerró la puerta con llave y me dijo: “¿Sabes que así no se trata a los amigos? Me estás haciendo sentir muy triste”. Esa tarde, tras aquella puerta, traspasó la puerta de mi inocencia. Se llevó algo que no le pertenecía. Me usó como se usa un trapo viejo. Lo peor fue que cada día los ataques eran más violentos. Yo me escondía en mi vergüenza, sin entender lo que me estaba sucediendo. No comprendía la magnitud de lo que me estaba haciendo aquel hombre, lo único que sabía es que lo odiaba. Pensé que era mi amigo, que era como mi padre, que me amaba, ¿por qué me hacía eso? Yo confiaba en él. ¿Por qué me engañó?
Mi tío aprovechaba los momentos en los que mis hermanos no se encontraban en casa, teniendo cuidado de sus pasos para no dejar ninguna huella. Dentro de mí, gritaba por mi madre. Anhelaba hablar con alguien, pero nadie me escuchaba. Mamá llegaría muy tarde y si me hallaba despierta, se enojaría mucho, y por las mañanas, siempre estaba apurada. ¿Con quién podría hablar? ¿A quién le explicaba algo que ni yo entendía?
La adoradora, de 31 años de edad nacida en California, EE.UU., Jessica J. Ordóñez, cuenta su experiencia en su primer libro Secretos enterrados. Junto a este libro, se le hizo una entrevista a la autora, para sacar a la luz la realidad del abuso sexual infantil. Esta es una problemática social que lamentablemente, ha afectado y afecta a muchas personas... dentro y fuera de la Iglesia. La meta de este mensaje es aportar un grano de arena a la sanidad interior de sólo Dios sabe cuántas almas. Sin duda, Jesús es el único capaz de restaurar lo que el hombre sin piedad quebranta. Vamos a descubrirlo, y otros a reafirmarlo.
¿Qué es el abuso sexual infantil?
El abuso sexual infantil es cualquier experiencia sexual bajo coerción, o de forma exploratoria, con una persona menor de dieciocho años. Puede incluir comportamientos como tocar, exhibirse, mostrar pornografía, manosear, penetrar y prostituir. La mayoría de las veces, el abuso sexual infantil comienza con inocentes caricias en las partes íntimas del niño. El abusador lentamente prueba y “pule” al niño para que acepte el abuso, que aumenta a medida que pasa el tiempo. La mayoría de los abusadores sexuales son personas conocidas por los niños y en las que ellos confían. Se estima que solo entre el 10 y el 15 por ciento son extraños. Según estadísticas familiares, una de cada cuatros niñas en ciertos países, como EE.UU. es abusada antes de los 18 años de edad.
A menudo, es muy difícil para la familia de la víctima, asimilar que uno de sus miembros o un estimado amigo haya hecho tal cosa. Las heridas causadas por el abuso y la traición se unen, y una mucho más intensa se produce si los más allegados a la criatura no le creen cuando revela lo que está sucediendo. Aunque muchos abusadores pueden usar la fuerza física para cometer sus actos de violencia, también cuentan con amenazas, extorsión, abuso emocional o la simple presencia de la autoridad impuesta por un adulto.
El abuso sexual infantil causa un daño emocional muy profundo que lleva mucho tiempo sanar. Una persona que haya sobrevivido a esta experiencia, carga con sentimientos de miedo, culpa, desconfianza y vergüenza hasta la adultez.