martes, 24 de enero de 2017

Excusas y Más Excusas

El ser humano tiene la increíble capacidad de esgrimir toda clase de excusas con tal de justificar su falta de compromiso.
Somos especialistas en la autodefensa, y muchas veces también, somos indulgentes con nosotros mismos en cosas que no estaríamos dispuestos a tolerar en otros. Es una habilidad ingeniosa para disimular nuestra doble perspectiva que, muchas veces, va de la mano de la primera imagen que tenemos como carta de presentación.
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Sin embargo, la vida siempre nos presenta oportunidades, cruza nuestro camino con personas y circunstancias que nos ofrecen auténticamente su afecto y su ayuda, pero lamentablemente, tenemos la mala costumbre de usar múltiples caminos a los que adornamos para decir que no. Estrechamos manos, sí, pero los corazones se encuentran a mucha distancia del apretón. Cada día usamos palabras cuyo significado es realmente profundo, pero nuestra actitud en la vida no las respalda, son solo frases bonitas pero huecas.
Hablando sobre las excusas que tenemos los hombres ante Dios, Jesús habló a los discípulos ilustrando su punto de vista con una parábola, como fue su costumbre para enseñar; y les refirió la llamada “Parábola de la gran cena” (Lucas 14:15-24), la cual narra cómo un hombre que había convidado a varios de sus amigos a comer en su casa, al estar todo listo y viendo que ninguno de ellos había llegado, manda a su siervo a llamarlos, diciéndoles que todo estaba preparado. ¡Que la cena estaba servida!
Pero, cada uno de sus amigos pone una excusa valedera por la cual no puede asistir a la invitación. Entonces el anfitrión, padre de familia, envía a su siervo a ir a la ciudad a buscar por las plazas a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos. Luego, al ver que aún había dispuesto para más personas lo envía por segunda vez, pues su deseo era tener su casa llena. Termina la parábola con estas palabras del anfitrión: Os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena.

Fracaso o éxito, ¡decídete!

“…Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús…” (Filipenses 3:13-14).
Todos los seres humanos nacimos potencialmente para vencer. Por supuesto, la pecaminosidad, heredada de Adán, nos llevó a percibir el fracaso como algo previsible. No obstante, al recibir la libertad por la muerte sacrificial del Señor Jesús y su resurrección, recobramos esas potencialidades.
Tengamos en cuenta que la derrota anida sobre todo en el corazón. No es algo que lo determinen las circunstancias reinantes porque, contrariamente a lo que podamos pensar, fuimos llamados a sobreponernos a todas las condiciones difíciles.
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Por esta razón, no está de más afirmar que cada uno determina si se somete al fracaso o se levanta y emprende el camino a la victoria.
¿Qué determina el éxito y la victoria?
Al interrogante respecto a qué determina el éxito y la victoria, es necesario ofrecer una respuesta sencilla y práctica: la perseverancia. Esta disposición a perseverar es fundamental en todas las áreas de nuestra vida.
En cierta ocasión, y refiriéndose a los momentos difíciles que experimentarían sus seguidores al final de los tiempos, el Señor Jesús dijo:Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13).
No se trata de un asunto banal sino al contrario, de algo trascendental. Aquí se marca la diferencia: renunciamos ante los primeros tropiezos o, por el contrario, seguimos adelante, ascendiendo los escalones hacia la cima del éxito y la victoria. Determinados a vencer.
Si somos conscientes de nuestra condición de vencedores en Cristo Jesús, podemos repetir lo que el apóstol Pablo escribió en su carta a los cristianos del primer siglo en Corinto:Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Corintios 2:14).

Aliento de vida

Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente. Génesis 2:7
Una mañana fría y escarchada, mientras caminábamos con nuestra hija a la escuela, nos encantó ver cómo nuestro aliento se convertía en vapor, y nos reíamos ante las diferentes figuras que podíamos hacer. Ese momento me pareció un regalo, tanto por el deleite de estar con ella como por estar viva.
Nuestro aliento, que suele ser invisible, se percibía en el aire frío, y eso me hizo pensar en el origen de nuestro aliento y vida: Dios, nuestro Creador. Aquel que formó a Adán del polvo de la tierra y sopló en él aliento de vida, también nos da vida a nosotros y a todo ser viviente (Génesis 2:7). Todas las cosas proceden de Él; incluso nuestra propia respiración… inhalamos y exhalamos sin pensarlo.
Con todas las comodidades y las tecnologías de que disponemos, tal vez tendamos a olvidarnos de nuestros comienzos y de que Dios es quien nos da la vida. Sin embargo, cuando hacemos una pausa para pensar que Él es nuestro Creador, podemos agregar a nuestras rutinas diarias una actitud de gratitud, pedirle al Señor que nos ayude y reconocer con un corazón humilde y agradecido el regalo de la vida. Que esta gratitud impacte e incentive a otros, para que ellos también den gracias al Señor por su bondad y fidelidad.

¡Querido Dios, gracias por tu poder y tu creación! Te alabo por haberme dado la vida.
Demos gracias a Dios, nuestro Creador, quien nos da el aliento de vida.

¿Eres sabio e inteligente según la Biblia? o ¿sigues a la masa?

DEFINICIÓN DE SABIDURÍA E INTELIGENCIA
La Biblia nos dice que el cristiano debe ser inteligente y sabio. Sin embargo, la inteligencia y sabiduría a la que se refiere la Biblia no es la misma que la que cree o define el mundo. Por ejemplo, en el día a día el estudiante que saca las mejores notas de una clase es considerado como el más inteligente, y los intelectuales que son invitados a ciertos programas de televisión para opinar sobre un tema son considerados sabios. Para Dios, el tema es muy diferente. Veamos cómo la Palabra define a la sabiduría y la inteligencia:
“Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia.” Job 28:28
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos; su loor permanece para siempre.” Salmos 111:10
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.” Proverbios 1:7
“El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.” Proverbios 9:10
Estudio Biblico de Sedientos.Org: Sabiduria e inteligencia de Dios. A modo de conclusión después de leer estos cuatro versículos, queda claro que el significado de ambas palabras son:
SABIDURÍA: Temor de Dios.
INTELIGENCIA: Conocimiento del Altísimo y apartarse del mal.
El Señor nos manda en su Palabra que aprendamos sus mandamientos y preceptos, y los pongamos por obra para que seamos personas inteligentes y sabias. Leamos con detenimiento los siguientes versículos:
“Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es ésta.” Deuteronomio 4:6
“En los ancianos está la ciencia, y en la larga edad la inteligencia. Pero con Dios está la sabiduría y el poder; suyo es el consejo y la inteligencia.” Job 12:12-13
“De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira.” Salmos 119:104
“Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia.” Proverbios 2:6
“Mejor es adquirir sabiduría que oro preciado; y adquirir inteligencia vale más que la plata.” Proverbios 16:16