Una perspectiva diferente de la parábola del hijo pródigo.
Pero él, respondiendo, dijo al padre: “Tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.” Lucas 15;29-30
Es triste, pero las iglesias cristianas están llenas de hijos ya mayores, cristianos que creen haber cumplido el deber del cristiano durante largos años, que se creen merecedores de la bondad de Dios. Ellos se consideran más importantes, más amados, y más dignos.
Incluso muchas veces son los diáconos, y los responsables de importantes actividades, como coordinadores de los eventos en la iglesia, quienes tristemente aún no tienen conciencia, con toda certeza, de su auténtica identidad y de lo que es ser hijos de Dios. Lamentablemente, no sienten una auténtica compasión por un hermano que se arrepiente y retorna al redil.

El autor afirma con sinceridad y sencillez lo siguiente: “Mi ira y envidia eran prueba de mi esclavitud. Esto no solo me ocurre a mí. Hay muchos hijos mayores que están perdidos a pesar de seguir en casa”.
Como evangélico, he pasado momentos muy bellos en mi vida espiritual y también he tenido el gusto de haberme sentido como el hijo mayor de la casa del Padre.
Sin embargo, en estos tiempos pude apreciar cómo se le otorgaban privilegios y oportunidades a otros que apenas llegaban a la iglesia y en pocos meses eran removidos a puestos de importancia.
La rabia y el rencor que salían de mí eran terribles, la envidia y el celo por las posiciones religiosas me consumían. ¿Esto es ser un hijo de Dios? Muchos de nosotros a veces caemos en el error de estar pendientes de cada uno de nuestros propios hermanos en la fe, y con recelos de los puestos que ocupan dentro de la iglesia o de los ministerios cristianos.
Pero, no podremos disfrutar
de una plena comunión
con el Señor
si nos enfocamos
en observar y juzgar
el testimonio de otro hermano.
La lejanía del hijo mayor de la casa del padre es muchas veces difícil de clarificar. Al fin y al cabo todo lo hacía bien, la gente le respetaba, le admiraba, le alababa y lo consideraban un hijo modelo.
Ahora bien, una vez que ve a su padre regocijarse y hacer fiesta por el regreso de su hermano menor, ahí mismo comienza a brotar en él, un oscuro sentimiento de amargura en su corazón, falta de perdón y amor. (1ra de Corintios 1:27).
El autor del libro "Regreso del Hijo Pródigo", Henri J. M. Nouwen, un libro realmente impactante, escribe:
“Mirando mi interior y mirando a las personas que me rodean me pregunto: ¿qué hará más daño: la lujuria o el resentimiento? Hay mucho resentimiento entre los “justos” y los “correctos”. Hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los “santos”. Y hay mucha ira entre la gente que está preocupada por evitar el pecado."
Debemos aprender a reconocer a ese hijo mayor que se anida en el corazón de cada uno de nosotros y que nos quita la paz. En contraste, debemos ser abiertos y reconocer que Dios hace maravillas entre hijos rebeldes y pecadores.
El Padre realmente nos ama a todos por igual y no hace acepción de personas. (Romanos 2:11).