
Hubo un propósito por la ceguera del hombre en Juan 9, aunque los discípulos se equivocaron al identificar la razón (Juan 9:1-3). Hubo una razón respecto a los malos tratos que recibió José, aunque el propósito de sus hermanos en lo que le hicieron fue muy diferente del propósito de Dios al permitirlo (Génesis 50:20). Hubo un propósito en la muerte de Jesús; las autoridades de Jerusalén tenían sus razones, basadas en malas intenciones, y Dios tuvo las suyas, basadas en la justicia. La soberanía de Dios se extiende incluso hasta la más humilde de las criaturas: "Con todo, ni uno de ellos (pajarillos) cae a tierra sin el permiso de vuestro Padre" (Mateo 10:29).
Varios factores nos ayudan a saber que todo sucede por algo: la ley de causa y efecto, la doctrina del pecado original, y la providencia de Dios. Todo esto demuestra que todo sucede por alguna razón, y no solo por casualidad o por azar.
En primer lugar, existe la ley natural de la causa y el efecto, también conocida como la ley de la siembra y la cosecha. Pablo dice, "No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna" (Gálatas 6:7-8). Esto significa que en cada acción que realicemos o en cada palabra que pronunciemos, ya sea para bien o para mal, hay ciertos resultados inevitables que vendrán (Colosenses 3:23-25). Alguien podría preguntar, "¿Por qué estoy en la cárcel?, ¿hay alguna razón para ello?", y la respuesta podría ser, "Porque usted robó la casa de su vecino y lo atraparon". Esa es la causa y el efecto.
Todo lo que hacemos es una inversión en la carne o una inversión en el Espíritu. Vamos a cosechar lo que hemos sembrado, y cosecharemos en proporción a cómo hemos sembrado. "Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará" (2 Corintios 9:6). El creyente que camina en el Espíritu y "siembra" en el Espíritu, va a recoger una cosecha espiritual. Si su siembra ha sido generosa, la cosecha será abundante, si no en esta vida, ciertamente en la vida venidera. Por el contrario, aquellos que "siembran" para la carne van a cosechar una vida sin todas las bendiciones de Dios, tanto en esta vida como en la vida por venir (Jeremías 18:10; 2 Pedro 2:10-12).