jueves, 14 de mayo de 2015

La Colección del Pulpo

Los pulpos suelen permanecer en sus cuevas durante casi todo el día, con un ojo atento al exterior y a todos los movimientos que puedan registrarse en su territorio. La cueva le brindará una protección adecuada durante el día y le permitirá descansar, para salir a recorrer el arrecife en busca de presas cuando cae la noche.
Al mismo tiempo, la morena, su más temido enemigo, sale de cacería a la misma hora. La morena posee un delicado olfato que le permite llegar en la oscuridad, hacia la guarida del pulpo. Es por eso muy beneficioso que a esa hora no se encuentre en casa. Al estar vagando por el arrecife y moviéndose permanentemente, los encuentros con las morenas resultan menos probables que estando quieto en un determinado lugar.
El pulpo tiene la extraña costumbre de recoger cosas del fondo marino y depositarlas en la entrada de su cueva. Trozos de coral, conchas de caracoles y sobre todo, cualquier cosa que brille, porque los elementos brillantes como el vidrio y el metal son los objetos preferidos de este curioso coleccionista. Cada día el pulpo dedica una gran atención a la limpieza de su colección. No está claro el motivo por los que junta y limpia estos objetos, pero tal vez pueda tratarse para llamar la atención de los congéneres del sexo opuesto o advertir a los del mismo sexo de su presencia en la zona.
Los cazadores de pulpos conocen perfectamente esta costumbre, y con solo ver los objetos en la entrada de una pequeña cueva, saben de la existencia de un pulpo en su interior. Si los objetos en cuestión, están parcialmente cubiertos por la arena sabrán que el pulpo abandonó la cueva, pero si están limpios y ordenados el pulpo está ahí. Si un buzo se acercara a su cueva el pulpo no se inmutaría, por el contrario, lo observaría con atención. Pero si el buzo trajera en su mano un gancho, de los que utilizan los cazadores, para darle captura, inmediatamente el pulpo se internaría en la cueva tomando con sus poderosas ventosas una piedra, con el fin de tapar la entrada.
Pero desde hace unos años, en ocasiones, se observa una conducta en ellos que no deja de sorprender. Sucede a veces, que se encuentran objetos limpios en una cueva en la que definitivamente no hay pulpos, lo que significa que en otra cueva cercana se encuentra el dueño de los preciados objetos. Aparentemente, los pulpos aprendieron a poner su colección en una casa vacía pero no muy alejada de la propia, para poder vigilarlos y mantenerlos limpios y ordenados, y para despistar a los posibles intrusos.
Sin duda alguna, los pulpos son animales sumamente inteligentes y dotados de un gran poder deductivo, al extremo de poder anticipar conductas humanas que, a veces, a nosotros mismos nos cuesta comprender.

La Perla Preciosa

También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró. Mateo 13:45-46.
Apreciamos una cosa según lo que nos costó. Asimismo Cristo aprecia a la Iglesia por lo que le costó poseerla. Él amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, pagando un altísimo precio, todo lo que tenía. Renunció a todo: su lugar, su paz, su gloria, todos sus derechos como Hijo de Dios y, por encima de todo, se dio a sí mismo.
No podía dar más que su propia vida, no podía hacer más ni soportar más. Su amor fue puesto a prueba al extremo, pero Él permaneció como una roca. “Las muchas aguas no podrán apagar el amor” (Cantar de los Cantares 8:7).
Pero para nosotros, existe otra manera de evaluar una cosa. Podemos estimar su valor según nuestro parecer antes de comprarla..
Así ocurrió con Jesús pero a otro nivel. Su corazón pensó solo en la Iglesia desde la eternidad. Para Él, era la perla preciosa que su corazón deseaba. Vendió todo lo que tenía para poseerla.
Él apreció el valor de esa perla antes de comprarla. Quería poseerla cualquiera que fuera su precio. ¡Cuán maravilloso es su amor!, porque Él vio algo hermoso en aquellos que estaban en sus pecados y habían caído en la pobreza moral y la indignidad. Parece demasiado maravilloso para ser verdad, sin embargo, así es, pues la Palabra de Dios lo afirma: “Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2). En Proverbios 8:31 él dice: “Mis delicias son con los hijos de los hombres”.

Dios Nunca Deja Su Obra Inconclusa

¿Deja un artista su obra inconclusa? ¿Acaso traza sus líneas sin saber lo que va a hacer? ¿Desconoce el fin de lo que realiza? Dios conoce lo que va a hacer aunque nosotros, que somos la obra de nuestro Creador, desconozcamos muchos de sus planes y propósitos. Dios nunca termina de trabajar en nuestras vidas, siempre tiene nuevos retoques y matices que perfeccionan lo que somos.
Tantas veces hemos estado tan perturbados y confundidos ante el dolor y la injusticia, que exclamamos como Job:“¡Ya estoy harto de esta vida!”. Y como él, damos rienda suelta a nuestra queja y desahogamos la amargura de nuestras almas. Pero pensemos en la falta de explicación de la forma en que Dios opera en nuestras vidas; tanto que creemos ante la prueba, que Dios no la terminará y no cumplirá aquello que nos ha prometido. Entonces, nos agitamos y echamos a perder nuestra vasija, agrietándola. Y Dios, con su paciencia y amor, tiene que rompernos y volver a comenzar el proceso.
En la oscuridad del alma se nos hace difícil recordar las palabras que Dios nos dijo cuando todo era brillante. Sin querer, no nos percatarnos, minimizamos su Omnipotencia. En las noches oscuras y largas, cuando todo a nuestro alrededor es caos y desorden, pensamos que las sombras siembre se quedarán. Buscamos explicaciones, algo que justifique el por qué de lo que estamos viviendo. Y al no encontrar respuestas en nuestras mentes, creemos que estamos siendo castigados o lo que es peor, que hemos sido olvidados por nuestro Creador.
Parece que se nos olvida que una persona como Job, aunque las pasó muy difíciles, tuvo su momento de restitución. Se nos olvida que llegó el día en que todo lo que el enemigo le arrebató, Dios se lo devolvió con intereses. Job fue bendecido mucho más de lo que había sido anteriormente. Se nos olvida que después del llanto, vienen las sonrisas; que tras la noche vuelve a salir el día; que tras el lamento, viene el baile y el gozo. Se nos olvida que llega el momento en que la obra es desvelada, y es expuesta su belleza ante todo el público o audiencia; que cuando esa obra aguanta y resiste todo lo que el gran Artista quiere hacer en ella, se convierte en una obra bella, especial, grandiosa. Todos, sorprendidos, admiran lo que ella es una vez finalizada. Todos desconocen el proceso al que fue expuesta, pero reconocen y admiran el resultado.

¿Cuál es la manera correcta de orar?

¿Es mejor orar de pie, sentado, de rodillas, o inclinado? ¿Deben estar mis manos abiertas, cerradas o levantadas hacia Dios? ¿Deben estar cerrados mis ojos cuando oro? ¿Es mejor orar en un templo o afuera en la naturaleza? ¿Debo orar por la mañana cuando me levanto, o por la noche antes de ir a la cama? ¿Hay ciertas palabras que necesito decir en mi oración? ¿Cómo comienzo mi oración? ¿Cuál es la manera correcta de terminar una oración? Estas preguntas y otras, son preguntas comunes que nos hacemos acerca de la oración. ¿Cuál es la manera correcta de orar? ¿Acaso importa cualquiera de las cosas mencionadas?
Con mucha frecuencia, la oración es vista como una “fórmula mágica". O sea, si tú no dices exactamente las cosas correctas, u oras en la posición correcta, Dios no escuchará y responderá a tu oración. Esto es completamente anti-bíblico. Dios no responde a nuestras oraciones basado en cuándo oramos, dónde estamos, qué posición corporal adoptamos, o en qué orden decimos nuestras oraciones. Primera de Juan 5:14-15 nos dice, “Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” De manera similar, Juan 14:13-14 declara, “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, Yo lo haré.” De acuerdo a esto y a muchas otras Escrituras, Dios responde a las peticiones de oración basándose en si éstas se piden de acuerdo a Su voluntad y en el Nombre de Cristo (para traer gloria a Jesucristo).

Corazón Valeroso

Se cuenta la historia de un querido amigo y miembro de la iglesia, que falleció después de una larga vida de amor y servicio.
En el funeral, sus hijos se levantaron uno a uno a contar historias referentes a su padre y pronto se pudo observar un tema en común: que su singular y más extraordinaria cualidad fue su voluntad para servir a otros, sin importar cuál fuera su necesidad.
Era uno de esos hombres siempre dispuestos a tender una mano, a hacer un favor, algún trabajo peculiar, o simplemente ofrecer un transporte a alguien. Una de sus hijas mencionó que a dondequiera que se dirigía, llevaba consigo una caja de herramientas y un par de vestimentas de mecánico en el maletero del coche, “por si acaso alguien necesitaba alguna reparación”.
Es muy frecuente, cuando escuchamos la palabra “coraje”, pensar en actos heroicos en períodos de crisis. No obstante, en nuestra vida cotidiana, no debemos pasar por alto la valentía de estar ahí, simplemente. Aún más, las vidas cambian cuando con fidelidad, proveemos para nuestras familias, cuando cuidamos de los ancianos, o cuando prestamos atención a un amigo en dificultad. Persistir en hacer de este mundo un lugar mejor para vivir, es definitivamente una expresión de coraje.
Albert Schweitzer, el gran misionero cristiano, doctor y teólogo, fue una vez interrogado en una entrevista. Le pidieron que mencionara el nombre de una gran persona viva en la actualidad. De inmediato respondió: “La persona más genial en el universo, es aquel individuo que de incógnito, en este mismo instante, ha acudido en amor a socorrer a otro”.
Mientras se desarrolla tu día, recuerda que podrías ser el héroe de alguien.
3 Juan 1:5
Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos.