miércoles, 14 de junio de 2017

El verdadero peso

Hay decisiones en la vida que, sea por elección u omisión, traen un peso sobre nuestras vidas casi imposible de sobrellevar. Y la mayoría de las veces no las compartimos con nadie porque nos da vergüenza, o simplemente no queremos que nadie se entrometa en lo que ha sido un desacierto. Con el paso del tiempo se convierten en una carga tan pesada que se nota en nuestro andar diario, en nuestro rostro, y ya no lo podemos ocultar. Pareciera que forma parte de nuestra vida y que, como le pasa a todas las personas, es normal.
El peso en el alma es imposible de ocultar.
La biblia dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” Isaías 53:6 (VRV)
Nosotros tenemos la oportunidad de mirar al pasado para ver y conocer la identidad del Mesías prometido, quien vino y murió por nuestros pecados. Pero si vemos todo lo que Jesús hizo y lo seguimos rechazando, lo que estamos diciendo es que Jesucristo no tiene poder para liberarnos y quitar el peso de nuestras culpas.
Después de ser azotado, escarnecido y golpeado, el Señor Jesucristo, sale por las calles de Jerusalén, llevando la cruz donde sería clavado. ¿Cuánto pesaría esa cruz de madera? Seguramente era lo suficientemente pesada, para que cualquier hombre que pudiera cargarla por un largo trecho, desmayara bajo su peso. Y mucho más se sentiría su peso, ante la debilidad causada por los latigazos, y los golpes impartidos por los soldados romanos en el cuerpo de Cristo. Aquel que dijo un día al paralítico: levántate y anda ¿no podía hacer que sus piernas tuvieran la fortaleza de soportar el peso de la cruz? Aquel que sanó a tantos ¿no tenía ahora poder para sanar sus heridas? ¿Se había terminado el sueño utópico de liberar a su pueblo? ¿Debían sus seguidores seguir soportando el “eterno” peso de sus malas decisiones? Sin embargo, Jesús el Hijo de Dios, creador de este mundo, se somete a la debilidad por amor a nosotros. No se valió de su poder para evitar sus propios sufrimientos aunque podía hacerlo. Pero la carga mayor que tenía que realizar no consistía en una cruz de madera. Sus peores sufrimientos no eran los clavos y la corona de espinas.

Mi Vida se Acabó

“El único lugar donde tu sueño se vuelve imposible es en tu pensamiento.”
Robert H. Shuller
Hace poco tuve una conversación con alguien que me dijo: “mi vida se acabó, no la encuentro sentido, soy un fracasado en todo, perdí la ilusión…” Cada una de sus palabras estaban marcadas por la frustración, y así como esta persona, hay muchas que piensan que sus vidas no están yendo a ninguna parte.
Personas que han perdido o están a punto de perder su matrimonio, su familia. Personas que han perdido su trabajo o negocios. Personas que han perdido su ministerio.
Para ellos la vida se ha acabado, piensan que no pueden volver a tener una relación, que nadie los va a contratar, que no tendrán la oportunidad de servir. Sus pensamientos los hace volverse más temerosos, desconfiados, pesimistas y deprimidos.
Estas personas que han perdido sus sueños, lo que en realidad han perdido es la falta de propósito. Necesitan descubrir su propósito para no pasar el resto de sus vidas cometiendo errores, sintiéndose con sentimientos de fracaso. Necesitan entender que su propósito debe ser mayor a los desafíos que se les presentan en la vida.
El propósito tiene que ver con la misión especifica en mi vida que exige cumplimiento por mi parte. Nadie más puede hacerlo. Cada uno de nosotros ha sido creado con un propósito.
“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica.” Efesios 2:10 (NVI)

Posturas del corazón

Allí, sobre la plataforma, Salomón se arrodilló y, extendiendo las manos al cielo, oró… 2 Crónicas 6:13 NVI.
Cuando mi esposo toca la armónica en la iglesia, a veces, cierra los ojos. Dice que lo ayuda a concentrarse y aislarse de las distracciones para alabar a Dios; solo están su armónica, la música y él.
Algunos se preguntan si debemos cerrar los ojos al orar. Sin embargo, dado que podemos orar en cualquier momento y lugar, puede ser difícil cerrar los ojos siempre; ¡en especial, si estamos caminando, desbrozando o conduciendo un vehículo!
Además, no hay reglas sobre qué posición debemos adoptar al hablar con Dios. Cuando el rey Salomón oró para dedicar el templo que había edificado, se arrodilló y «extendió sus manos al cielo» (2 Crónicas 6:13-14). Arrodillarse (Efesios 3:14), quedarse de pie (Lucas 18:10-13) e incluso postrarse con el rostro al suelo (Mateo 26:39) son todas posturas de oración mencionadas en la Biblia.
Ya sea que nos arrodillemos o nos pongamos de pie ante Dios, que levantemos las manos o cerremos los ojos, lo importante no es la postura, sino el corazón. Todo lo que hacemos «mana» de nuestro corazón (Proverbios 4:23).  Eso sí, cuando oramos, que nuestro corazón siempre esté inclinado en adoración, gratitud y humildad frente a nuestro Dios, porque sabemos que están «abiertos sus ojos y atentos sus oídos a la oración» de su pueblo (2 Crónicas 6:40). 
Señor, que siempre pueda concentrarme en ti.
La forma más elevada de oración surge de lo profundo de un corazón humilde.