Hay decisiones en la vida que, sea por elección u omisión, traen un peso sobre nuestras vidas casi imposible de sobrellevar. Y la mayoría de las veces no las compartimos con nadie porque nos da vergüenza, o simplemente no queremos que nadie se entrometa en lo que ha sido un desacierto. Con el paso del tiempo se convierten en una carga tan pesada que se nota en nuestro andar diario, en nuestro rostro, y ya no lo podemos ocultar. Pareciera que forma parte de nuestra vida y que, como le pasa a todas las personas, es normal.
La biblia dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” Isaías 53:6 (VRV)
Nosotros tenemos la oportunidad de mirar al pasado para ver y conocer la identidad del Mesías prometido, quien vino y murió por nuestros pecados. Pero si vemos todo lo que Jesús hizo y lo seguimos rechazando, lo que estamos diciendo es que Jesucristo no tiene poder para liberarnos y quitar el peso de nuestras culpas.
Después de ser azotado, escarnecido y golpeado, el Señor Jesucristo, sale por las calles de Jerusalén, llevando la cruz donde sería clavado. ¿Cuánto pesaría esa cruz de madera? Seguramente era lo suficientemente pesada, para que cualquier hombre que pudiera cargarla por un largo trecho, desmayara bajo su peso. Y mucho más se sentiría su peso, ante la debilidad causada por los latigazos, y los golpes impartidos por los soldados romanos en el cuerpo de Cristo. Aquel que dijo un día al paralítico: levántate y anda ¿no podía hacer que sus piernas tuvieran la fortaleza de soportar el peso de la cruz? Aquel que sanó a tantos ¿no tenía ahora poder para sanar sus heridas? ¿Se había terminado el sueño utópico de liberar a su pueblo? ¿Debían sus seguidores seguir soportando el “eterno” peso de sus malas decisiones? Sin embargo, Jesús el Hijo de Dios, creador de este mundo, se somete a la debilidad por amor a nosotros. No se valió de su poder para evitar sus propios sufrimientos aunque podía hacerlo. Pero la carga mayor que tenía que realizar no consistía en una cruz de madera. Sus peores sufrimientos no eran los clavos y la corona de espinas.