viernes, 30 de diciembre de 2016

Enséñame a vivir - Reflexión de Fin de Año

Estamos viviendo ya los últimos días del año. ¡Cómo ha pasado el tiempo!; todavía recuerdo estar el año pasado por estas mismas fechas haciendo planes para este año. ¡Cuántas cosas cambiaron, cuánta gente se va y cuánta más llega a nuestra vida en el transcurso de un solo año, quizá nuevos amigos, una pareja, la llegada de un nuevo miembro a la familia, la partida de un ser querido, o el fin de una relación personal.
¿Cuántos de los propósitos del año pasado para éste cumpliste? ¿O eres parte de los que cada año se proponen muchas cosas que luego no pueden cumplir? Porque el entusiasmo por comenzar un año nuevo nos hace pensar que podemos comenzar otra vez, y prometemos cosas, trazamos metas y pensamos en muchas cosas que queremos, y luego nos damos cuenta de que algo pasa cuando al transcurrir los meses, vemos que realmente no hemos logrado ni la mitad de las cosas que nos habíamos propuesto.
Parte de esto se debe a no poner a Dios en nuestros planes. Sucede que, en muchas ocasiones, nos olvidamos que es Él quien nos da todo, nos proponemos tener buenos hábitos para mejorar la salud, pero el único que puede sanar enfermedades y mantenerte con salud es Dios; queremos tener un mejor trabajo, pero quien abre las puertas del empleo es Dios; queremos cambiar de coche pero el que nos da la sabiduría para administrarnos es Dios; queremos encontrar el amor, pero el único que sabe dónde está es Dios; todo, absolutamente todo gira alrededor de Él.
Y que conste que con solo pedirlo no es suficiente; como tampoco lo es que le dejemos todo a Dios y no hacer nada, porque caemos en el error de pedir y sentarnos cómodamente a que nos caiga del cielo eso que queremos, o simplemente dejamos de esforzarnos porque “Dios nos ayuda”,... y no es así. La clave está en tener equilibro en nuestra vida, pedir a Dios dirección y guía, su ayuda y fuerzas, sí, pero para seguir adelante, para continuar luchando por esos deseos de nuestro corazón, para lograr cada uno de nuestros objetivos de acuerdo a su voluntad.

El que avisa no es traidor

“No reprendas al insolente, no sea que acabe por odiarte; reprende al sabio, y te amará” (Proverbios 9:8, NVI).

Resultado de imagen de El que avisa no es traidorCuenta una historia que un hombre rico que vivía en una zona montañosa, conducía cada sábado su flamante Porsche por las peligrosas curvas que llevaban hasta su casa. Él, sin embargo, se sentía seguro: tenía un excelente coche, era un excelente conductor y conocía perfectamente bien el camino. Pero uno de esos sábados, al acercarse a una peligrosa curva, redujo la velocidad como siempre, cuando, del otro lado, surgió de pronto un vehículo fuera de control. Ese coche estuvo a punto de despeñarse, pero logró evadir el precipicio. Luego dio varios zigzags y, tras casi embestir al Porsche, volvió a su carril. La mujer que lo conducía bajó entonces la ventanilla y gritó a todo pulmón: “¡¡¡Cerdo!!!”
“¿Qué?, pensó el hombre. -¿Cómo se atreve a decirme eso? Yo estaba en mi carril, era ella la que venía mal”. Exasperado, gritó a su vez: “¡¡¡Cerda!!!”
Y continuó su camino pensando: “Le he dado su merecido”. Acto seguido, al dar la curva, se estrelló contra un cerdo.
¿Alguna vez intentaste avisar a alguien de que corría un peligro, o le diste un consejo, con la mejor intención del mundo, y la persona se volvió en tu contra? De hecho, sucede muchas veces que, por orgullo herido, o por estar como ensimismados, no sabemos encajar los consejos, las críticas o los comentarios, aunque se hayan hecho con la única intención de ayudar. Simplemente, la realidad es así; no siempre un consejo es bien recibido porque señala un defecto, molesta, o va en contra de lo que uno quiere o es. Es triste que sea así, pero dado que todos nos sentimos muy seguros y expertos, nos cuesta reconocer que algo hacemos mal. Mucho mejor sería reconocer una verdad cuando nos la dicen, simplemente aceptando con sencillez que NO lo sabemos todo.
Los consejos no suelen sentar bien. Doler nos duele a todos, pero ¿cómo reaccionamos ante los consejos que nos dan? ¿Dejaremos de dar consejos a nuestros hermanos para no recibir su rechazo? Yo prefiero seguir haciéndolo aun a costa de que me interpreten mal, porque me siento responsable de ellos.
No hay cosa más fácil que dar consejo ni más difícil que saberlo tomar. Lope de Vega

El Perdedor Que Nunca Se Rindió

Cuando era pequeño, su tío le llamó “Sparky”, en honor al caballo de las tiras cómicas, Spark Plug (bujía). La escuela fue todo un desastre para Sparky. Fracasó en cada materia del octavo grado. Fracasó en Física en secundaria, obteniendo una calificación de cero. También fracasó en Latín, Álgebra e Inglés, y su rendimiento en los deportes no fue mucho mejor. Aunque logró formar parte del equipo de golf del colegio, pronto perdió el único partido importante de la temporada. ¡Ah!, hubo un partido de consolación… pero también lo perdió.
Charles Schulz NYWTS.jpgDurante su juventud, Sparky fue socialmente torpe. No es que los demás estudiantes no gustasen de estar con él, sino que a nadie le importaba mucho; de hecho, Sparky se sorprendía si un compañero le saludaba fuera de las horas de clase. No hay manera de saber cómo le hubiera ido en una cita. Nunca invitó a una chica a salir en la secundaria; temía mucho ser rechazado… o que quizá se rieran de él. Sparky era un perdedor; él, sus compañeros… todos lo sabían. Así que aprendió a vivir con ello, y pronto se convenció de que si las cosas iban a funcionar para él, lo harían. De otra forma, tendría que contentarse con lo que parecía ser su inevitable mediocridad.
Sin embargo, había una cosa importante para Sparky: el dibujo. Estaba orgulloso de su trabajo, aunque nadie más lo apreciaba. Pero aquello no pareció importarle. En su último año en la secundaria, sometió unas caricaturas al anuario, pero los editores rechazaron el concepto. A pesar de este rechazo, Sparky siguió convencido de su habilidad; de hecho, decidió convertirse en artista. Así que, tras terminar la secundaria, Sparky le escribió a los Estudios Walt Disney, quienes le pidieron muestras de su trabajo. A pesar de la cuidadosa preparación, fue rechazado también… ¡otra confirmación de que era un perdedor!
Pero Sparky no se rindió. En vez de eso, decidió contar la historia de su vida en caricaturas. El principal personaje sería un niñito que simbolizaría al eterno perdedor y poco rendidor. El personaje de cómica de Sparky llegó a ser un fenómeno cultural. La gente se identificó rápidamente con este “adorable perdedor”. Les recordaba los momentos dolorosos y vergonzosos de su propio pasado, de su dolor y de su humanidad compartida.
El personaje pronto se hizo famoso a nivel mundial: “Charlie Brown”. Y Sparky, el muchacho cuyos muchos fracasos nunca le impidieron seguir intentándolo, cuyo trabajo fue rechazado una y otra vez… fue el exitoso caricaturista Charles Schultz. Su tira cómica, “Rabanitos”, sigue inspirando libros, camisetas y especiales de Navidad, recordándonos, como alguien comentase alguna vez, que la vida nos da oportunidades a todos… aún a los perdedores.

Lo hice por amor

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«No hay duda de que es grande el misterio de nuestra fe: Él se manifestó como hombre; fue vindicado por el Espíritu, visto por los ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria». 1 Timoteo 3:16, NVI
Una vez vi un cuadro de Julius Gari Melchers titulado simplemente, La Natividad. Quizá fuera la forma en la que el artista captó, y así quiso compartir, el rostro meditabundo del esposo, que no era el padre, mientras se inclinaba hacia delante en cuclillas y contemplaba, pensativo, al Recién Nacido, echado y arropado a sus pies en aquel tosco cajón para el heno. O quizá fuera el absoluto agotamiento de la joven madre que acababa de dar a luz, exhausta, postrada en el frío suelo, salvo sus hombros desplomados, apoyados contra la pared del establo, con los ojos cansados y entrecerrados, con una cara agotada, inexpresiva, y descansando en el costado de su marido. ¿Qué da vueltas en la cabeza del esposo? ¿Qué pensamientos tiene la joven madre? En el aire cargado e inmóvil, ¿se preguntan si el «humilde niño» es el «santo niño»?