domingo, 27 de marzo de 2016

Es hora de hacer algo

… El precepto del Señor es puro, que alumbra los ojos (Salmo 19:8).
No sé para qué, pero el caso es que a la gente le interesa cada vez más que asista a sus eventos para enseñarme los beneficios de la jubilación. Esto comenzó hace varios años, cuando empecé a recibir invitaciones para afiliarme a una organización de ayuda a jubilados. Lo único que hacen todos estos recordatorios es decirme: "Te estás haciendo viejo. ¡Prepárate!"
Inline image 1Hasta ahora los he ignorado, pero pronto tendré que rendirme e ir a una de sus reuniones. En realidad, debería hacer algo ante tales sugerencias.
A veces, la sabiduría de la Palabra de Dios presenta recordatorios similares. Sabemos que lo que dice es cierto, pero no estamos dispuestos a hacer nada. Quizá sea Romanos 14:13, que dice: ya no nos juzguemos más los unos a los otros. O el recordatorio de 2 Corintios 9:6: el que siembra generosamente, generosamente también segará. O Filipenses 1:27-28: estén firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio, y en nada intimidados.
Cuando leemos la Biblia, encontramos vitales recordatorios. Tomémoslos seriamente, ya que proceden del corazón del Padre, que sabe qué es lo mejor para nosotros y para glorificarlo a Él.
Señor, gracias por tus recordatorios. Ayúdanos a obedecerlos y a ponernos en acción.

El agua se puso colorada

En el principio era el Verbo […]. Todas las cosas por él fueron hechas… (versos 1, 3). Juan 1;1:3
Inline image 1¿Por qué vino Jesús a la Tierra antes de que se inventaran las fotografías y los vídeos? ¿No podría haber alcanzado a más personas si todos hubiesen podido verlo? Después de todo, una imagen vale más que mil palabras.
-No, dice Ravi Zacharias, quien afirma que una palabra puede valer mil imágenes. Para probarlo, cita la magnífica frase del poeta Richard Crashaw: "El agua, al ver a su Amo, se puso colorada". Así recoge Crashaw la esencia del primer milagro de Jesús (Juan 2:1-11). 
La propia creación reconoció que Él es el Creador; no un simple carpintero que podía convertir el agua en vino.

¿Escuchamos a Dios?

“…Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye…” 1 Samuel 3:10
Samuel fue uno de los profetas más poderosos del Antiguo Testamento. Su primera tarea fue la de escuchar la voz de Dios.
En el primero de sus libros, capítulo 3 versículos 3-10, leemos que Samuel, que había sido confiado al cuidado de Elí el sacerdote, estaba acostado una noche cuando el Señor le habló. ¡Verdaderamente, una forma muy hermosa de contestar a Dios!: ¡habla porque tu siervo oye!
Elí enseñó a Samuel a escuchar a Dios, y si hoy hemos de ser hombres suyos tenemos que aprender de qué forma podemos oír lo que nos dice. Lo hacemos con varias actitudes:

Salmo 125

Los que confían en Jehová son como el monte 
Sión,
que no se mueve, sino que permanece 
para siempre.
Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella,

así Jehová está alrededor de su pueblo
desde ahora y para siempre. 
No reposará la vara de la impiedad
sobre la heredad de los justos;
no sea que extiendan los justos
sus manos a la maldad. 

Haz bien, Jehová, a los buenos

y a los que son rectos en su corazón.

Mas a los que se apartan tras sus perversidades,

Jehová los llevará con los que hacen maldad.

¡La paz sea sobre Israel!

Cuando el señor nos hizo comprender el verdadero sentido de la historia, nos parecía que estábamos soñando.
Sin proponérnoslo, nos poníamos a cantar y como locos, hablábamos de su sabiduría desconcertante.
Los que antes nos habían rechazado por llevar tu señal en nuestra frente, enmudecían al reconocer, llenos de estupor, que tu amor era verdaderamente el gobierno del mundo; y que Tú reservas a cada uno, sin pérdida posible, el fruto de sus trabajos de amor.
¡Por eso estamos alegres!

Señor, haz que nunca perdamos de vista que Tú puedes cambiar el desierto en vergel; y que las lágrimas de los que con perseverancia intentaron caminos de abrazo entre los seres humanos, regaron la cosecha universal de la alegría.
Por eso, los que se entregan a construir un presente de fraternidad, verán que su sacrificio es el menos estéril de todos los sacrificios.
Este es el verdadero sentido de la historia: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se pierde para sí mismo y para los demás.

Solo tiene futuro el presente que se sacrifica en el amor.
¡Por eso estamos alegres!