domingo, 12 de octubre de 2014

La Confesión - Crecimiento personal-espiritual

Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. Santiago: 5.16
Confesar; declarar, admitir, reconocer la propia culpa de la que hemos sido acusados, resultado de la convicción interna que trae a nuestra vida el Espíritu de Dios.
Santiago, en este versículo, nos da tres preciosas instrucciones:
1- Confesar nuestros pecados unos a otros, pero recalquemos el cuidado que debemos tener en cuanto a este asunto. Santiago dice: la oración del justo puede mucho…; debemos leer los versículos anteriores en los que él está mencionando a los ancianos de la Iglesia, es decir, a las autoridades pastorales, que aquel que es irreprensible delante de Dios, es decir de buen testimonio… la bendición sobrenatural viene a su vida. 
Cuando hemos confesado alguna falta, es como si nos hubiésemos despojado de un peso que estaba sobre nuestros hombros…y no solo eso, sino que nos apropiamos del consejo que recibimos a la luz de la palabra, lo cual trae de inmediato, la paz tan ansiada a nuestro corazón…y es también una de las hermosas maneras que el Espíritu Santo nos revela para librarnos del pecado. Esta manera es como escribir en un trozo de papel todo aquello que esté siendo señalado por el Espíritu de Dios, quien nos convence del pecado, y luego quemarlo, para ofrecernos así, delante de la presencia de Dios, como un sacrificio de olor grato.

Marta y María - Dos mujeres que son dos formas de conducirse delante del Señor

Ellas son Marta y María, hermanas de Lázaro, el resucitado. Sus nombres aparecen en la Escritura asociados al Señor Jesús. Dos caracteres diferentes, dos ejemplos distintos que son útiles para las hijas de Dios de todos los tiempos.
Veamos tres escenas en la vida de estas dos hermanas.

PRIMERA ESCENA (Lucas 10:38-42)
El Señor Jesús va de camino y es recibido por Marta en su casa. Marta, la mayor, como buena dueña de casa, se ocupa de atender al Señor y su compañía. Va y viene con bandejas, platos; todo lo dispone, ningún detalle se le escapa. Entre tanto, María, su hermana menor, "sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra". Para María no existe nadie más en ese momento en la sala: sólo Cristo. No tiene ojos ni oídos para nadie más, ¿quién podría impedirle estar allí, a sus pies oyéndole? ¿Acaso no había oído hablar de Él? Pues ahora lo tenía allí mismo, en su casa, ¿cómo no le iba a escuchar atentamente?
De pronto, en el colmo de la actividad que bulle por todos lados, Marta se acerca al Señor y le dice: "Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude". Ella encuentra la actitud de su hermana como descarada. ¡Cómo estar sentada mientras hay tanto que hacer!
El Señor le dice: "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada". Marta debió de haber palidecido al oír estas palabras. ¿Así que, María, la floja, había hecho mejor que ella? ¡No podía ser!
¡Oh!, si pudiésemos saber en qué piensa Marta ahora. Ella tuvo la oportunidad única de recibir al Señor en su casa, y apenas le prestó atención. Se ocupó más bien de sus cosas, que de las cosas del Señor.
Pero María tuvo ojos lo suficientemente ungidos, para ver todas las cosas muy pequeñas al lado de la preciosidad del Señor. Y su parte no le fue quitada.

SEGUNDA ESCENA (Juan 11:17-35)
Lázaro está muerto desde hace ya cuatro días, y el Señor no aparece por ningún lado. Sus hermanas se vieron obligadas a sepultarlo sin que su querido amigo pudiera verlo. De pronto, el Señor viene. Marta corre y le encuentra todavía a cierta distancia de su casa. Le recrimina por qué no estuvo cerca; habría evitado que muriera. El Señor le habla de la resurrección, pero Marta no entiende lo que el Señor quiere decirle. El Señor pregunta por María, y Marta corre a llamarla.
María sale corriendo y al verle, cae a sus pies, llorando. Le dice las mismas palabras que Marta, pero con tanto sentimiento, con tal expresión, que el Señor al verla llorando, se conmueve en su espíritu y llora.
Solo dos veces se muestra al Señor llorando en los evangelios, y esta es una de ellas.
Marta argumentó con el Señor, pero María tocó su corazón, y lo conmovió. Marta estuvo de pie, pero María cayó postrada a sus pies. ¿No había estado sentada a sus pies, oyéndole? Quien ha estado sentado ante el Señor en los días de paz, bien puede caer a sus pies en el día de la aflicción, como ella. ¿Dónde hallará mayor refugio?
Luego, el Señor pide ir a la tumba y resucita a Lázaro. ¡Qué tremendo es conmover el corazón del Señor! ¡Muchas cosas gloriosas suceden entonces!

Amor Extremo - El amor de Dios es maravilloso

Hay muchos paradigmas y pensamientos incorrectos respecto al amor. A veces nos concentramos más en las palabras que en las acciones y nos volvemos demasiado sentimentales. Entonces, nos ofendemos por cualquier cosa y necesitamos que nos digan constantemente cuánto nos aman. Está claro que decirlo es importante, pero demostrarlo es mucho mejor. Así que, debemos aprender a dominar nuestros sentimientos. En el deporte, por ejemplo, vemos que hay rudeza entre los jugadores y muchas veces, el entrenador dice las instrucciones con palabras directas, incluso agresivas, pero nadie se lo toma como una ofensa personal. Por el contrario, en la iglesia, donde supuestamente debemos estar convencidos del amor de Dios y de los hermanos, nos ofendemos por cualquier cosa. Esto debe cambiar en la medida que aprendamos sobre el verdadero amor.

Jesús nunca le dijo directamente a alguien “te amo”, pero lo demostró con Su vida. Lo que sí pidió fue que nos amáramos unos a otros como Él nos ha amado; de esta forma expresó con palabras y obras, que nos amaba, aunque no abrazaba constantemente a las personas.

Ser cariñoso y romántico es bello, pero a veces, nuestra convicción sobre el amor de 
alguien es tan débil que necesitamos que las palabras y cariños se transformen en acciones concretas. Entonces, vemos a esposas que se deprimen si el esposo no les dice constantemente que las ama, y si ellos se lo dicen, ¡ellas piden que se lo juren! Ese tipo de conductas revelan una gran inseguridad. No ahogues a tu pareja con exigencias, mejor dedícate a amarla y verás que recibirás lo mismo a cambio. Además, ama sin condiciones o manipulaciones. Sabemos que la expresión: “Quiero decirte algo por el amor de Cristo”, significa que nos dirán algo desagradable para lo que debemos prepararnos. No utilicemos el amor de Dios para manipular a las personas, expresemos lo que debamos decir en nuestro nombre, no en nombre del Señor.  
Jesús vino a romper el paradigma erróneo del tipo de amor que se expresa más con palabras que con acciones. Él nos enseña que el verbo amar debe complementarse con circunstancias como: confianza, fidelidad, lealtad y respeto. Cónyuges, padres, hijos, amigos, todos debemos conjugar el verbo amar con estas expresiones concretas que lo hacen realidad.

El amor de Dios es eterno.
Jeremías 31:3 aclara: Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.
La versión de la Biblia de las Américas lo dice así: Desde lejos el Señor se le apareció diciendo: con amor eterno te he amado, por eso, te he atraído con misericordia.
El Señor dice que nos ha dado misericordia, nos ha dado la gracia que no merecíamos porque nos ama. En ningún momento dijo que nos escribiría cartas tiernas y cariñosas o que nos daría un cálido abrazo. La expresión de Su amor es para extender, hacia nosotros, las oportunidades de arrepentimiento por nuestras faltas. Su amor se concreta en ofrecernos misericordia. Debemos buscar equilibrio al decir y expresar amor. Realmente no la amamos si solo le decimos: “te amo”; la amamos de verdad si le ofrecemos respeto y atención, aunque no se lo digamos.
Probablemente te quejas de algo que no te gusta de tu cuerpo, pero no le das gracias al Señor por aquello que sí te gusta. Tal vez te quejas del barrio donde vives, pero no ves que otros están peor y no agradeces tener donde vivir. Pero el amor de Dios es eterno y nuestra vida es prueba de ello.

¿Cuándo Dios… cuándo?

Supongo que no soy la única persona que ha tratado de apresurar a Dios para recibir determinadas cosas. Puede tratarse de un hipotético ascenso laboral, un negocio, un cónyuge, un hijo, una respuesta judicial, unos exámenes médicos..., en fin, la lista es extensa e interminable, y la respuesta siempre es la misma. Dios, que escuchó lo que pediste la primera vez que te acercaste a Él con tu necesidad, tiene la solución. 
La mayoría de nosotros no dudamos de que Dios, quien es Todopoderoso, tenga la respuesta y el poder de obrar a nuestro favor (si quisiera). Lo que realmente ponemos en tela de juicio es que lo haga en verdad, por nosotros. Sentirnos inmerecedores, ver las circunstancias que nos rodean, o comparar a Dios con personas que nos han fallado anteriormente, son algunos factores que contribuyen a que no descansemos en Su perfecto tiempo. Sin embargo, Él no es un ser que mienta, de hecho, uno de sus grandes atributos es la fidelidad. Según la Real Academia Española una acepción de fidelidad es "puntualidad, exactitud" en la ejecución de algo. Si Dios prometió algo, será en Su tiempo exacto la ejecución.
Otro factor que impide que esperemos tranquilos el cumplimiento de las promesas de Dios, es la inclinación humana de tener el control de lo que nos rodea. Nos sentimos seguros cuando sabemos a dónde vamos, quién nos espera y para qué. Al desconocer el futuro perdemos la noción del control. El tema es que Dios no siempre te deletrea el plan de futuro, lo que sí hace es prometerte que será bueno, agradable, perfecto y que estará a tu lado en todo momento. Tu promesa futura está asegurada.
Es posible que estés pensando, "Sí ¿pero cuando?" La respuesta es sencilla: ¡no importa! Vamos a ver, todos los días al levantarte, vas a tu trabajo y confías que a fin de mes, o a la semana te entregarán el pago de tu esfuerzo. O cuando llegas a casa a comer, rara vez te sientas con la duda de que la silla no aguantará tu peso y terminarás en el suelo. O subes a tu vehículo y no dudas que al frenar, responderá, comes en un restaurante y confías que la comida que te sirven no está envenenada.... ¿Por qué? porque tenemos fe. Una fe sencilla de que las cosas funcionan como deben. Imagina ahora cómo debemos sentirnos cuando Aquel que promete es el hacedor del universo, el dador de la vida. Esperar no debería ser un problema cuando fue Dios quien prometió.

“Titanic” – Restos de un naufragio en el fondo del alma

¿Quién no ha leído, visto o escuchado alguna vez algo de aquel legendario barco de principios del siglo XX, llamado “Titanic”? Sus constructores se vanagloriaban de que “no podría hundirse jamás”.
Su viaje inaugural fue el primero y el último. Había zarpado desde Southampton, Inglaterra, con destino a Nueva York, EE.UU, la noche del 14 de abril de 1912. A mitad de su trayecto, un gigantesco iceberg le hizo una brecha en el casco, en las heladas aguas del Océano Atlántico Norte. Aquel infortunado hecho le costó la vida a más de mil quinientas personas.

¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? Pues, bien, La historia que nos ocupa tiene un paralelismo con esto. Es una historia en particular, pero que se puede extrapolar a la de muchos chicos que hoy, sufren arrastrando las cadenas de un pasado difícil.

Era un joven como tantos otros  que poco después de convertirse, deseaba más que nada en el mundo, servir a Dios. Fue grande (a sus propios ojos, claro está). Era muy inteligente, capaz y trabajador; como también, rebelde, prepotente, soberbio y arrogante. Gustaba de sentarse en los primeros asientos de la Iglesia, porque disfrutaba con hacerse ver, llamar la atención, deslumbrar, “lucirse” delante de la gente. “Hundirse” no estaba en sus planes precisamente. En pocas palabras: era un verdadero “Titanic”.

Muchos años después de joven, regresó con su familia a la pequeña iglesia de su juventud. Se había ido de allí con problemas con su ministro. Hoy, después de muchos años, otra vez los volvía a tener...