jueves, 20 de febrero de 2014

¿Cómo derrotar la tentación?

Huye de las cosas que suelen provocar malos pensamientos y apégate a lo que provoque en ti el deseo de hacer el bien.
2 Timoteo 2:22
Siempre hay una salida.
A veces puedes sentir que la tentación es demasiado insoportable, pero eso es mentira de Satanás. Dios ha prometido que nunca permitirá que caiga más sobre ti que lo que te pone dentro para vencerla. Él no permitirá ninguna tentación que no puedas superar.

Cuatro claves bíblicas para derrotar la tentación.
1.- Concentra tu atención en algo diferente.
Te sorprenderá saber que en ninguna parte de la Biblia se nos dice que debamos "resistir la tentación". Se nos dice que "resistamos al diablo". Resistir a un pensamiento no es lo mismo, no es solución. Satanás intensifica nuestro enfoque en lo malo y fortalece su fascinación.
Cada vez que intentas bloquear un pensamiento en tu mente, lo grabas más profundamente en tu memoria. Cuando lo resistes, en realidad lo refuerzas. Cuanto más luchas contra un pensamiento, más te consume y controla.
Dado que la tentación siempre empieza con un pensamiento, la manera más rápida de neutralizar su fascinación es concentrarte en otra cosa. No luches contra ese pensamiento, simplemente cambia el cauce de tu mente y procura interesarte en otra idea.
La batalla contra el pecado se gana o se pierde en la mente. Cualquier cosa que atrape tu atención te atrapará a ti. Por eso Job dice "Hice un pacto con mis ojos para no mirar con lujuria ninguna mujer joven". Y el salmista oró "Guárdame de prestar atención a lo que no tiene valor"
La tentación comienza captando tu atención. Y tu atención a ella estimula tu deseo. Después tus deseos activan tu conducta, y actúas en base a lo que sentiste. Cuanto más te concentres en "No quiero hacer esto", tanto más fuerte te atraerá hacia su red.
Hacer caso omiso de una tentación es más eficaz que luchar contra ella; cuando tu mente está en otra cosa la tentación pierde su poder. Así que, cuando la tentación te llame por teléfono, no discutas con ella, simplemente cuelga.

Nacimos para ser triunfadores en todo

“…a pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo, quien nos amó.”(Romanos 8: 37. NTV)
triunfadoresentodo
Perdedor o ganador. Dos palabras únicamente. Léalas con detenimiento. Ahora ubíquese en uno de los dos polos: ¿Es usted un perdedor o por el contrario un ganador? Nadie más que usted tiene la respuesta, pero al mismo tiempo, la responsabilidad según la situación en la que se encuentre.
            Piense un momento en el enorme número de personas con las que usted se relaciona diariamente. Su mente gira alrededor del fracaso; sus palabras hablan de derrota; sus pensamientos se inclinan a la frustración. ¿Por qué? Porque desde lo más íntimo de su ser se preparó para estar en el suelo, para no dar pasos de victoria. Somos perdedores por naturaleza.
            ¿Qué determina emprender un nuevo camino? Lo determinante es cambiar nuestra forma de pensar. El apóstol Pablo hace énfasis en el asunto, cuando nos llama a modificar nuestros esquemas de pensamiento (Romanos 12:2). Basta creer que hay un Dios que nos creó con enormes capacidades para ser triunfadores, y movernos en Su dirección.
            “Un mínimo cambio en tu forma de pensar, añadido a tus experiencias, percepciones y decisiones de toda una vida, te llevará a un lugar que está a millones de kilómetros de donde terminarías, si no llevas a cabo esa modificación…. Hay frases que asesinan sueños, no te dejes arrastrar por ellas. Esas frases provienen generalmente de gente que las dice, que siempre son hombres y mujeres que ya renunciaron a sus sueños.”(Robert Kiyosaki).
            No es algo difícil. En nuestro caso, como cristianos, basta reconocer que Él nos concibió para ser ganadores. Podemos serlo con nuestra vida personal, pero también transferir esa convicción de ganadores a nuestro cónyuge e hijos. Todos fuimos creados por Dios para disfrutar lo mejor de la vida, y rendir los mejores frutos en nuestra existencia.

El Líder Navegante - Liderazgo

El Liderazgo es como subirse a bordo del barco propio y levar velas, para iniciar la maravillosa aventura por los grandes océanos de la vida.
Muchas personas se detienen en este navegar de la vida, abatidas por el cansancio de tantos y tantos naufragios. Esto es lo que se conoce como “fracaso”. La palabra “fracaso” proviene del italiano antiguo “fracasare”, que era como aquél suceso donde el barco comenzaba a hundirse, debido a que su casco (parte inferior de la nave), había sido quebrado por enormes rocas ocultas bajo el mar por el que transitaba.
El Líder aprende a navegar después de naufragar muchas veces en los mares de la impotencia, de la decepción, del fracaso... Estos tempestuosos mares son los lugares trascendentales en los que nace la “Oportunidad”. La palabra “Oportunidad” deriva del latín “Opportunitas”, compuesta por “Op”, que significa “Antes” y “Portus”, que se traduce como “Puerto”, es decir: “Antes del Puerto”.
El Líder es Usted y cada uno de nosotros, cuando decidimos tomar las oportunidades que se encuentran en medio de los mares de la vida, como medios de lograr todas las metas que nos proponemos. Son aquellas personas que definen la “suerte” como el punto de unión entre la “oportunidad” y la preparación. Después de mucho navegar y naufragar se llega finalmente a “buen puerto”.
 La sal de la vida se encuentra en esos océanos llenos de “grandes olas”..., y nos encontramos con el auténtico significado de “Abundancia” (del latín “Ab”, Superior, Agrandar; y “Unda”, Ola).
Y como líderes o capitanes del barco, tenemos el grandioso desafío de conquistar los siete mares de la vida: La Espiritualidad, las Relaciones, la Salud, el Trabajo o Profesión, el Patrimonio o las Finanzas, el Ocio Creativo o Recreativo y el Legado o Propósito Superior.

En busca de la felicidad

Continuamente, todos los días, tomamos decisiones ¿Qué vestir? ¿Qué comer? ¿Dónde ir? Nuestra vida es un reflejo de nuestras decisiones.
Businessman at crossroadsLa Biblia cuenta la historia de un hombre que tenía dos hijos. El más joven de ellos pidió su parte de la herencia, para disfrutarla antes de que su padre muriera. El padre estuvo de acuerdo y dividió sus riquezas entre los dos hijos. El hijo menor tomó su mitad y se fue de casa. Rápidamente gastó todos sus bienes en una vida desenfrenada y loca, hasta el punto de quedarse sin nada, y tuvo que buscar trabajo cuidando cerdos en un campo. 
Uno de esos días de trabajo, tenía tanta hambre que deseó comer de la comida que les daban a los cerdos. Fue en ese instante cuando entró en razón y pensó: “En la casa de mi padre, aun los sirvientes tienen qué comer. ¡Y aquí estoy yo, sucio y con los cerdos!” Entonces decidió regresar a su casa con la esperanza de que su padre no le rechazara y le aceptara por lo menos como un sirviente.
Cierto es que nuestras malas decisiones son las que nos alejan de Dios, así como el hijo pródigo que fue tras un espejismo de felicidad, creyendo que al satisfacer todos sus deseos iba a encontrarla.
Pronto se dio cuenta que esto no era un buen camino, y la vida desenfrenada que llevaba, finalmente le hizo reflexionar: si antes disfrutaba de los mejores manjares y tenía un techo donde descansar, ahora se veía en medio de animales, deseando el alimento de los cerdos y sin donde recostar su cabeza.
Este joven se dejó llevar por sus emociones, pero llegó el día en el que reconoció que se equivocó y decidió volver a su casa con una actitud de humildad y sumisión. Su padre le recibió con los brazos abiertos, se puso tan contento de su retorno que le vistió, le puso un anillo, sandalias e hizo una gran fiesta en su honor.

¿Cuál es el propósito de la iglesia?

Hechos 2:42 puede ser considerado como una declaración del propósito de la iglesia, “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y las oraciones.” Así que, de acuerdo a la Escritura, el propósito o actividades de la iglesia deben ser; (1) Enseñar la doctrina bíblica, (2) proveer un lugar de convivencia para los creyentes, (3) celebrar la Cena del Señor, y (4) orar.

La iglesia está para enseñar la doctrina Bíblica, a fin de que podamos ser arraigados en nuestra fe. Efesios 4:14 nos dice, “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error.” La iglesia está para ser un lugar de compañerismo, donde los cristianos puedan convivir fraternalmente y honrarse unos a otros (Romanos 12:10), instruirse unos a otros (Romanos 15:14), ser benignos y misericordiosos unos con otros (Efesios 4:32), animarse unos a otros (1 Tesalonicenses 5:11), y lo más importante, amarse unos a otros (1 Juan 3:11).


La iglesia está para ser un lugar donde los creyentes puedan celebrar la Cena del Señor, recordando la muerte de Cristo y Su sangre derramada por nosotros (1 Corintios 11:23-26). El concepto de “partir el pan” (Hechos 2:42) también conlleva la idea de comer juntos. Este es otro ejemplo del compañerismo promovido por la iglesia. 

El propósito final de la iglesia, de acuerdo a Hechos 2:42 es orar. La iglesia es un lugar que promueve, enseña, y practica la oración. Filipenses 4:6-7 nos anima a hacerlo, “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”

Otra “comisión”, "la gran comisión", dada a la iglesia, es proclamar el Evangelio para la Salvación a través de Jesucristo (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8). La iglesia es llamada a compartir fielmente el Evangelio a través de su palabra y hechos; la iglesia está para ser un “faro de luz” en la comunidad, guiando a la gente hacia nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La iglesia está para promover el Evangelio y para preparar a sus miembros a proclamarlo (1 Pedro 3:15).