“echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”.
1 Pedro 5:7
Querido Señor:
Acudo a ti sintiéndome ansiosa y atemorizada. Mi lucha no es con nadie, pero hoy me toca enfrentarme cara a cara conmigo misma. Debo confrontar mis realidades, abrir la puerta a la sinceridad, para que pueda llegar la sanidad que tanto ansío y espero.

Y sé que mi ser sería como tierra árida y seca si Tú no estuvieras aquí conmigo. El enemigo ha intentado robar mis sueños y quebrantar mi fe, pero desde ese lugar profundo de mí ser, desde el rincón más íntimo y secreto de mi alma, mis células respiran un amor y una gracia que no permite que huya de tus brazos y de tu amor.
Es muy fuerte tu Espíritu sobre mí, aunque yo me sienta muy vulnerable y débil a veces. Tú conoces también lo decepcionada que me siento cada vez que pienso que te fallo. Me surge un sentimiento enorme de impotencia cuando creo que voy avanzando, porque doy dos o tres pasos hacia adelante y retrocedo como diez.
Es muy fuerte tu Espíritu sobre mí, aunque yo me sienta muy vulnerable y débil a veces. Tú conoces también lo decepcionada que me siento cada vez que pienso que te fallo. Me surge un sentimiento enorme de impotencia cuando creo que voy avanzando, porque doy dos o tres pasos hacia adelante y retrocedo como diez.
¿Qué voy a hacer Señor? ¿Qué es lo que hay más adelante? ¿Por qué no logro verlo, qué es lo que aún no he logrado entender o comprender? ¿Por qué tarda tanto eso que espero? ¿Por qué siento que no son suficientes mis esfuerzos? ¿Qué es lo que no supero? Deben ser mis miedos o tal vez las preocupaciones y tristezas que a nadie cuento; que duermen calladas y por la noche me acompañan. Quizá son esas ilusiones rotas que algunas personas se han encargado de quebrar y me han dejado tan marcada.