sábado, 4 de octubre de 2014

La Niña y El Anciano - Reflexiones

Nani era una niñita de seis años. Aquella tarde parecía haberse propuesto generar un terrible chirrido que, por lo estridente, trastornaba los sentidos tanto a residentes como a quienes simplemente pasaban por allí. Y es que iba montada, pedaleando a toda velocidad, en su viejo y oxidado triciclo, un triciclo que habían disfrutado cuatro dueños anteriores.
Era tal la felicidad que mostraba, al no haber tenido que disputar con ninguno de sus cuatro hermanos el juguete, que se sentía la reina y dueña de la calle.
Realmente, no había ninguna cosa en ese instante que le interesara más que pedalear, subiendo y bajando a toda velocidad por la acera. Para ella, ese chirrido era música celestial.
Tras muchas vueltas, se interpuso en su camino un hombre que traía en su mano una latita. Era un anciano de gentiles ojos que transmitían amor. Cuando ella alzó su mirada y vio ese rostro tan bondadoso, su corazón vio al padre y abuelito que nunca tuvo. El diálogo entre los dos fue muy breve: “¿Me dejas arreglarte tu triciclo?” Obviamente, se trataba de uno de los atormentados vecinos. Después de aceitado el triciclo, se oyó un “gracias, señor”, acompañado de una gran sonrisa que ambos se regalaron.
Ese sencillo gesto bastó para que se iniciara una gran y pura amistad entre los dos. No había día en que Nani, camino a su escuela, no pasara por el negocio del gentil anciano y le saludase con su manita y una sonrisa, a través del vidrio de la ventana.

Andar conforme a al corazón de Dios

Cuando escudriñamos y reflexionamos en la Palabra de Dios y leemos la historia de David, podemos sentir y ver la misericordia que Dios le tuvo al salmista. La misericordia de Dios le brindaba la certeza de decir que tenía esperanza en el Pacto con Su pueblo. El salmista reconoció que anduvo mal pero se humilló ante Dios, y en sus Salmos, nos exhorta a bendecir al Señor en espíritu y en verdad. 
Si leemos Salmos 102 podemos ver la necesidad en que se encontraba David diciendo: “Oh SEÑOR, escucha mi oración, y llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu Rostro en el día de mi angustia; inclina hacia mí tu oído; el día en que te invoco, respóndeme pronto”.
            Muchas veces pensamos que el Señor no atiende a nuestras peticiones. Pero el Señor atendió las peticiones de David, y si lo hizo con David, también lo puede hacer contigo.
Aún con todas sus faltas, errores y pecados, David aprendió del Señor. Él fue manso y humilde de corazón, a tal punto que Dios lo halló conforme a Su corazón.“He hallado a David, varón conforme a mi corazón” (Hechos 13:22). 
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           ¿Qué cualidades tuvo David para llegar a ser calificado un hombre conforme al corazón de Dios? Hay tantas respuestas..., pero si leemos el principio de David y cómo fue escogido por Dios para heredar Sus bendiciones, podemos sentir que el Señor nuestro Dios tenía un plan y propósito con David, aún con todos sus errores.
       La cualidad de David era que él fue un hombre humilde y se daba cuenta de cuándo actuaba mal ante Dios. Si leemos la Palabra de Dios, notaremos que David tenía la cualidad inmensa e innata de adorar a Dios. Y no solamente eso, en sus Salmos, podemos ver su rendición, su humillación y el deseo de parecerse cada día a Dios. En verdad, cuando leemos los Salmos de David solo surgen sentimientos de paz, ánimo, liberación, arrepentimiento y gritos de victoria. Los Salmos de David, inspirado por el Espíritu Santo de Dios, son también consuelo para el alma. ¿Cuántos de nosotros nos hemos confortado por la Palabra de Dios, y al leer los Salmos nos llenamos además, de paz y de regocijo?

Los sentimientos de culpa

Piense en cómo se siente usted cuando hace algo incorrecto. Lo más probable es que el aguijón de su conciencia le haga sentirse culpable.
¿Qué es el sentimiento de culpa? Puede que piense que es una molesta sensación de que el Señor le va castigar, o un sentimiento de remordimiento. Obviamente, hay diferentes maneras de afrontar la culpa; determinar exactamente lo que es, nos permitirá avanzar en el camino hacia la madurez espiritual.
Cuando nuestra conducta contradice la guía del Espíritu de Dios que habita en nosotros, sentimos culpa. O sea, emocionalmente, nos hacemos responsables por haber hecho algo malo, ya sea con un pensamiento, una acción, una palabra imprudente, u otra cosa.
Aunque es bueno tener esta alarma interior, tenemos que evitar la tendencia a sumergirnos en la vergüenza.
A veces nos portamos tan mal, que somos totalmente vencidos por el remordimiento, y nos negamos a dejar pasar de largo las olas del pesar. Y podemos castigarnos, a nosotros mismos, caminando en esas agitadas aguas durante un tiempo.
Cuando lleguen esos momentos, debemos recordar que Jesucristo pagó la deuda por todos nuestros pecados. Esto significa que Él ya pagó el precio de nuestras faltas, y que hemos sido declarados “inocentes”. Nuestro pecado yace muerto en la cruz, lo mismo que nuestra culpa. Aunque siempre debemos asumir la responsabilidad de nuestras acciones, cuando las hagamos, no ha lugar a la carga de sentimientos de culpa.

En la búsqueda de Dios

Si se humillare mi pueblo, ... y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. 2 Crónicas 7:14.

En la Busqueda de DiosRigoberto despertó con el rostro amarillo, ojeras profundas y una horrible sensación pastosa en la boca. Como un autómata, se levantó y se dirigió al baño. El encuentro con su imagen, ante el espejo, le produjo una horrible sensación nauseabunda. Casi no se reconoció. Se lavó la cara con jabón, como si en aquel acto quisiese borrar de su mente, el recuerdo de la noche de pecado que había vivido.
No era la primera vez. El joven de ojos grises y sonrisa de niño ingenuo sabía que no podía continuar con aquella vida. Conocía los principios bíbli­cos desde niño. Pero eso no significaba ninguna diferencia. Cuando la tentación surgía, se convertía en una pobre e indefensa víctima de las tendencias que cargaba su naturaleza.
Después de pecar se sentía sucio, inmundo, indigno del amor de Dios… y con ganas de morir. Había prometido a Dios tantas veces que su vida cambiaría,... pero, cuanto más lo intentaba, más se hundía en la arena movediza de sus pobres intenciones.
Un día, en su desesperación, tomó la Biblia y encontró el versículo de hoy: “Si mi pueblo buscare mi rostro, yo sanaré sus tierras”, expresaba la promesa.
Sanar sus tierras; era eso lo que Rigoberto necesitaba. Sus tierras estaban enfermas de pecado. Nada podía hacer él para resolver ese problema, a no ser buscar a Dios.

Cuando su boca lo mete en problemas

Frecuentemente oro el Salmo 141:3 (Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios), porque sé que cada día necesito ayuda con mi boca. Quiero que el Espíritu Santo me dé conocimiento cuando estoy hablando demasiado, cuando estoy diciendo cosas que no debería, cuando estoy hablando negativamente, cuando me estoy quejando, cuando estoy resonando severamente o cuando me he enredado en cualquier clase de “charlas indebidas”.
Toda cosa que ofenda a Dios en nuestra conversación, debe ser eliminada. Por esto necesitamos orar continuamente: “Señor, ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios”.
Otra escritura sobre la importancia de vigilar lo que decimos es el Salmo 17:3: “¡No pasarán por mis labios palabras como las de otra gente!”. Esto viene a decir que, es necesario proponerse guardar nuestras bocas de hablar cosas malas o negativas. Resolvemos no hablarlas. Cualquier cosa que hablemos en esta vida de fe, debemos hacerla con propósito. Elegimos disciplinarnos así. Esto no es necesariamente fácil, pero comienza con una decisión seria. Durante los tiempos difíciles, cuando la tormenta está rugiendo, necesitamos proponer guardar nuestras bocas de las transgresiones.