Bajo un sol esplendoroso, un barco de transporte se deslizaba suavemente por el tranquilo mar.
Cerca de la barandilla un pasajero pasaba el tiempo tirando algo al aire y volviéndolo a recoger, algo que centelleaba con extraordinaria brillantez, al ser reflejados en él los rayos del sol. El hombre ponía toda su atención en tan resplandeciente objeto cada vez que lo tiraba. Otro pasajero que le observaba, se acercó y le preguntó:
- ¿Qué es lo que usted tira al aire y lo vuelve a agarrar?
- Es un diamante. Véalo.
_ Si, valiosísimo. Fíjese en su color y tamaño. Todo lo que poseo en el mundo lo tengo invertido en este diamante. Voy hacia un nuevo país en busca de fortuna, vendí todas mis pertenencias e invertí el dinero en este diamante para poder llevarlo fácilmente.
- Si es tan valioso como dice, ¿no le parece muy arriesgado tirarlo así al aire sobre la barandilla?, pregunto el compañero de viaje.
- No, no es ningún riesgo. Desde hace media hora lo estoy haciendo.
- Pues podría llegar el momento en que lo tire por última vez, dijo el otro.
El hombre sonrió y volvió a lanzarlo al aire y a recogerlo. De nuevo tiró la preciosa piedra brillante, acariciada por los rayos del sol, pero… esta vez cayó muy afuera. El hombre alargó la mano todo lo que podía sobre la baranda, pero no pudo agarrarlo. Un leve salto de agua marcó momentáneamente el lugar de su caída. El dueño se quedó atontado por un momento, y luego exclamó, angustiado,
¡Lo perdí! ¡Lo perdí! ¡He perdido todo lo que tenía en este mundo!