Una señora hospedaba a clientes en su casa para vivir. Un día, a la hora del ocaso del sol, entró en la habitación de uno de sus huéspedes y lo halló mirando a través de la ventana. El hombre estaba en plena contemplación, absorto ante el maravilloso espectáculo de la puesta del sol.
La mujer se acercó y se quedó parada a su lado, mirando en la misma dirección y sin decir palabra.
El hombre, creyendo que, al igual que él mismo, la señora de la casa había quedado como extasiada de admiración, siguió en su actitud callada.
De pronto, ella avergonzada, dijo:
- Sí, señor, tiene usted toda la razón. La ventana está demasiado sucia. Le prometo limpiarla hoy mismo.
La mujer se acercó y se quedó parada a su lado, mirando en la misma dirección y sin decir palabra.
El hombre, creyendo que, al igual que él mismo, la señora de la casa había quedado como extasiada de admiración, siguió en su actitud callada.
De pronto, ella avergonzada, dijo:
- Sí, señor, tiene usted toda la razón. La ventana está demasiado sucia. Le prometo limpiarla hoy mismo.
En muchas oportunidades, al igual que la señora de la historia, nos hemos parado frente a una ventana y no hemos sido capaces de ver más allá de las manchas que había en ella. La ventana podría haber sido una circunstancia difícil y lo único que vimos fue justo el momento anterior que vivíamos, pero no pudimos ver lo que había detrás del vidrio, las oportunidades o bendiciones que habían detrás del problema.