sábado, 24 de mayo de 2014

No te niegues a hacer el bien

Paseando por la ciudad, toda la familia, vimos a un grupo de hombres trabajando arduamente en una construcción. Cuando pasábamos junto a ellos, vimos salir a uno de los obreros y tambaleaba al caminar. Yo supuse que estaba borracho, pero cuando nos acercamos más para ver lo que le sucedía, nos dimos cuenta que se estaba ahogando. El día estaba muy frío, el joven había estado trabajando todo el día bajo este clima y además, se había mojado con agua fría. Debido a esto, los músculos de su cuerpo se habían contraído y, posiblemente debido a eso, no podía respirar. Me llamó la atención la insensibilidad de sus compañeros de trabajo, que veían que se ahogaba y ellos observaban impávidos como se iba muriendo. Mi esposo y yo decidimos buscar ayuda para que con urgencia fuera llevado al hospital, así fue atendido a tiempo y logró salvar su vida.
Después de esta experiencia, me quedé reflexionando sobre lo insensible que podemos llegar a ser, frente a las personas que necesitan de nuestra ayuda.
Al ver a alguien necesitado, deberíamos correr en su ayuda sin pensarlo. Dios nos dice en su palabra, que debemos ayudar a nuestro prójimo cuando lo necesita.
¡Demos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Él es un Padre bueno y amoroso, y siempre nos ayuda. Cuando tenemos dificultades, o cuando sufrimos, Dios nos ayuda para que podamos ayudar a los que sufren o tienen problemas. 2 Corintios 1:3-4 (TLA)
Si Dios nos ayuda cuando estamos en dificultades, nosotros también debemos ayudar a aquel que lo necesita, sin tener en cuenta su estatus social o lo bueno o malo que sea. Jesucristo nos enseñó con su ejemplo, que debemos ayudar, a Él no le importó que los fariseos lo criticaran por ayudar a un hombre enfermo en el día de reposo. Lucas 14:1-5

Sólo su Gracia me Basta

Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades.. — 2 Corintios 12:9
Dios no me dice: “Mira, ya hice Mi parte: encargarme de tu condición eterna. Ahora es justo que tú pongas la parte que te corresponde. La vida eterna me tocó a Mí; la vida diaria es tu responsabilidad.”
Dios quiere que Su gracia sea nuestra ración diaria.
Por esta razón, Jesús nos enseña a orarle a Dios para que nos dé nuestras necesidades de cada día, para que perdone nuestras deudas, nos indique el camino que debemos seguir, y nos libre del mal. Por esto, la mayoría de las cartas del Nuevo Testamento comienza con el saludo “Gracia a vosotros.”
La vida está llena de situaciones en las que son menores nuestros recursos: bancarrotas, devastaciones emocionales, desintegración familiar, aflicciones físicas y enfermedades. Nos encontramos en circunstancias que quisiéramos poder cambiar, pero no tenemos poder sobre ellas, aunque nos esforcemos por hacer algo al respecto.
La gracia es absolutamente lo contrario a la enseñanza de esta vida que dice que, estás solo y debes depender de tus propios recursos: “Esfuérzate en el trabajo. Invierte sabiamente. Da lo mejor de ti. Haz todo lo que puedas hacer, y sé todo lo que puedas ser.” La gracia, por el contrario, nos enseña a...
Gloriarnos en nuestras debilidades, en lugar de hacerlo en nuestras fortalezas (2 Corintios 12:9).
Reconocer que no somos personas hechas por nuestros esfuerzos (1 Corintios 15:10).
Vernos a nosotros mismos como mano de obra Suya, no nuestra (Efesios 2:10).
Ser fortalecidos con la gracia, no con nuestros rigores religiosos (Hebreos 13:9).
Hacerlo nuestro campeón en lugar de tratar de pelear las batallas por nuestra cuenta..

Los Padres También tiene Sueños - Reflexiones

Esto tiene que ver con cómo mi gesto de comprarle un billete aéreo a mi padre, su primer viaje, trajo un torbellino de emociones y pude darme cuenta cuánto damos por sentado, en lo que respecta a nuestros progenitores.
Mis padres salieron para nuestro pueblo natal un jueves, y fuimos al aeropuerto para despedirles. De hecho, mi padre, quien se jubiló del servicio en el gobierno indio, nunca había viajado por aire antes, así que tomé esta oportunidad para hacer suya una experiencia maravillosa. A pesar de pedirme comprarles billetes de tren, les compré unos en la línea aérea local.
Cuando le entregué los billetes, mi padre se sorprendió al ver que eran de avión. El entusiasmo era muy evidente en su rostro, esperando el momento de volar. Como un muchacho de edad escolar, se preparaba para ese día.
Todos fuimos al aeropuerto juntos, llevamos su equipaje en un carrito, estuvimos en el registro del vuelo, en su pedido de un asiento con ventana, y esperando pacientemente la revisión de seguridad.
Él lo estaba disfrutando en su plenitud, y yo también estaba sobrecogido de gozo al verle experimentar todas estas cosas.
Cuando se disponían a pasar la revisión de seguridad, se dirigió a mí con lágrimas en sus ojos y me lo agradeció. Se puso muy emotivo, y no era porque yo hubiese hecho algo muy grande, sino el hecho de que esto significaba mucho para él.
Cuando dijo gracias, le dije que no había necesidad de dármelas. Pero más tarde, al pensar sobre el caso, miré hacia atrás en mi vida. Como muchacho, ¿cuántos sueños de nuestros padres se hicieron realidad?
Sin comprender la situación financiera, nosotros, como hijos, pedíamos complementos deportivos, ropa, juguetes, salidas, etc. Sin importar sus recursos, afrontaron todas nuestras necesidades. ¿Acaso pensamos los sacrificios que ellos tuvieron que hacer para cumplir nuestros deseos? ¿Les dimos, alguna vez, las gracias por todo lo que hicieron por nosotros?
Pues igual pasa hoy, cuando le toca el turno a nuestros hijos, que siempre pensamos en llevarles a un buen colegio. Sin importar el coste, nos aseguramos de darles a nuestros hijos lo mejor: diversión, juguetes, etc.
Pero tendemos a olvidar que nuestros padres se sacrificaron, y mucho, para vernos felices, así que es nuestra responsabilidad asegurarnos que sus sueños se cumplan, y  que experimenten lo que no pudieron lograr cuando fueron jóvenes, para que sus vidas sean completas.
Muchas veces, cuando mis padres me hicieron algunas preguntas, las contesté sin paciencia alguna. Sin embargo, cuando mi hija me pregunta algo, siempre he sido muy cortés al contestarle. Ahora me doy cuenta de cómo se debieron haber sentido en aquellos momentos.
Démonos cuenta que la tercera edad es una segunda niñez y tal como cuidamos de nuestros hijos, prodiguemos la misma atención a nuestros padres y mayores.
En lugar de que mi papá me diese las gracias, yo quería decirle que lo sentía por haberle hecho esperar tanto por este pequeño sueño. Me doy cuenta cuánto se ha sacrificado a mi favor, y haré lo que esté a mi alcance para darle la mejor atención a todos sus deseos.

¿Qué es lo que más quieres?

Iba Jesús de camino, cuando vino uno corriendo, se arrodilló delante de él y le preguntó:
— Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le respondió:
— Os aseguro que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por causa mía y dé la buena noticia, 30 y no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, madres, hijos y tierras, aunque todo ello sea con persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna. 31 Muchos que ahora son primeros, serán los últimos, y muchos que ahora son últimos, serán los primeros.
Marcos 10.17-29,31

En una famosa película aparecía un personaje con una brújula muy peculiar. Su brújula apuntaba a lo que más quería. Si esta brújula existiera en la realidad ¿A dónde apuntaría?
Enfoquemos nuestra atención en el elemento más importante de este pasaje: Para el joven, su riqueza era más importante que Dios.
Todos podríamos argumentar: “Pero es que él fue un hombre bueno, sabía la palabra de Dios, obedecía sus mandamientos desde muy pequeño; ¿Por qué Jesús le dijo, a un hombre tan “bueno” como ése, que debía vender todo lo que tenía? ¿Por qué Jesús no aceptó rápidamente en sus filas a un hombre tan “correcto” y “justo”? ¿Qué vio Jesús en este hombre tan “perfecto”, que nosotros no vimos?”
Hay muchísimas personas que viven en la misma condición que este joven, no adulteran, no matan, no dan falso testimonio, honran a padre y madre..., de forma que nosotros no tendríamos inconvenientes en decir que son “buenas personas”, y aún así están muy lejos de Dios. ¿Por qué?

Jesús, a través de este pasaje, nos enseña una verdad grandiosa: La fe cristiana trata de tener a Dios en el primer lugar de nuestras vidas. De nada sirve ser un buen hijo, alguien que cuando ora los enfermos se sanan y los endemoniados son liberados, alguien que no dice mentiras, ni mata, ni fuma, ni bebe, ni adultera, ni hace nada malo según nuestro contexto, pero si no ama a Dios con todo su corazón, que es el primer mandamiento y más importante, ni ama al prójimo como si fuera él, básicamente no está haciendo nada.
Jesús es grandioso reconociendo qué es lo que nos impide acercarnos a Dios. Recordemos que nosotros nos fijamos en las apariencias pero Dios se fija en el corazón.
Jesús tiene un propósito con nuestras vidas y es acercarnos a Dios Padre, pero para acercarnos a Dios se debe destruir el impedimento, esa roca grande y pesada que nos obstaculiza el camino para llegar a Él.
Mientras nosotros veíamos a un personaje bueno, justo y honesto, Jesús veía a un personaje que tenía su mirada puesta en sus riquezas y no en Dios. La Biblia dice que, cuando Jesús le miró, le amó; seguro que Jesús quería que este joven llegara a Dios, pero la voluntad del joven no le permitió hacerlo, porque tenía su confianza en las riquezas.

Lo sobrenatural de la depresión

La palabra “depresión” viene del latín "depressio", que significa opresión, abatimiento o apocamiento; patológicamente, dentro del campo de la psicología, es un trastorno del estado de ánimo que puede ser transitorio o permanente. Según estudios científicos, en el origen de la depresión influyen factores genéticos y psicosociales; sin embargo, su etiología no ha sido totalmente definida.
En la actualidad es muy común esta enfermedad y a día de hoy, para un profesional del área mental, es relativamente fácil diagnosticar dicha problemática, pues si miramos las estadísticas, los casos de pacientes con depresión aumentan cada día más; esto es debido principalmente a la situación económica, política y social de las naciones, añadiendo a esto las disfunciones que se viven en el interior de las familias, en donde la mayoría de los padres están ausentes, y los hijos, en el peor de los casos, están siendo formados por terceras personas, por lo que viven en lo que se conoce como la selva de cemento: “la calle”.
Causa tristeza el hecho de que, una persona, debido a una determinada problemática que le desencadena una crisis emocional, una situación normal que toda persona en cualquier momento de la vida puede atravesar, sea inmediatamente, etiquetada como “depresiva” una vez consulta al profesional de salud. Y lo más triste es que las personas permiten que esa etiqueta se quede como un sello en su vida, como una marca que el paciente ni siquiera pretende borrar; claro, en algunos casos es más fácil adherirse a este cuadro depresivo, pues es una forma de justificar los errores que se cometen y de argumentar el estancamiento al que, por lo general, se ven sometidas estas personas, cuando pierden el sentido de la responsabilidad que tienen como seres existenciales.
Son muchos los casos en los que las personas atribuyen a la depresión el hecho de que no trabajen, de que no asuman sus responsabilidades y los roles que les corresponde, de que pierdan la esperanza y dejen de soñar...; asumen una condición de discapacidad que sólo existe en sus mentes. En otros casos están pretendiendo continuamente, que las demás personas se sometan a su estilo de vida, maltratan y manipulan a aquellos que más aman, y no se dan cuenta que, con su actitud, lo único que hacen es desencadenar y perpetuar en el hogar esta problemática, que no en todos los casos es una enfermedad, sino un estilo de vida conformista y anulador, una maldición. Es como si, una vez que se colocaran la etiqueta, también trazaran una línea que dice “prohibido continuar”, límite que impide que las personas prosigan con sus metas y con su vida. Entonces su propósito cambia, se dedican a amargar todas las vidas y las suyas propias, se creen con derecho a amargar la vida de las personas que se encuentran alrededor.

No se trata de quitar mérito a la labor de los profesionales de la salud, y mucho menos desmentir la problemática de la depresión; sin embargo, sí es importante encontrar la diferencia que existe entre estar enfermo y etiquetarse voluntariamente con una enfermedad o una situación; además, es necesario encontrar soluciones efectivas que eliminen, por completo, este estilo de vida que muchos, a día de hoy, están asumiendo; que más que un estilo de vida, es una fortaleza que Satanás ha establecido en la sociedad, para evitar que las personas logren sus metas y especialmente la libertad de sus opresiones. Sólo Dios nos puede dar la revelación y la libertad que tanto necesitamos. No permitamos, entonces, que haya lugar a razonamientos en este susodicho caso, porque de lo contrario, no comprenderemos lo siguiente: "la razón es estorbo para la fe y para el poder sobrenatural de Dios".