Vi además que tanto el afán como el éxito en la vida despiertan envidias. Eclesiastés 4:4 (NVI)
El hombre sin propósito es como un barco sin timón, un soplo, nada, nadie.
Todos tenemos algo que guía nuestras vidas.
Los diccionarios definen el verbo guiar como “mover, conducir o empujar”. Da igual que conduzcas un automóvil, claves algo o golpees una pelota de golf, eres tú quien guía, empuja o mueve ese objeto en ese instante. ¿Qué es lo que guía tu vida?
Quizás lo que te guía en estos momentos sea un problema, un plazo o una exigencia. También puede que seas guiado por un mal recuerdo, un temor constante o una costumbre involuntaria. Hay cientos de circunstancias, razones y sentimientos que guían tu vida.
Veamos los cinco más comunes:
- A muchos los guía la culpa. Se pasan toda la vida huyendo de sus errores y ocultando su vergüenza. Quienes cargan culpas son controlados por sus recuerdos. Permiten que su futuro sea controlado por su pasado, y sin darse cuenta, se castigan a sí mismos, menospreciando sus propios logros. Cuando Caín pecó, su culpa lo separó de la presencia de Dios, y el Señor le dijo: “en el mundo serás un fugitivo errante” . Lo que ilustra hoy a la mayoría de la gente: va por la vida sin ningún propósito.
Sí, de acuerdo, somos el resultado de nuestro pasado, pero no tenemos que ser prisioneros del mismo. El propósito de Dios para ti, no está sujeto a tu pasado. Él, que convirtió a un asesino llamado Moisés en un líder, y a un cobarde llamado Gedeón en un héroe valiente, también puede hacer cosas increíbles con lo que te queda de vida. Dios es experto en hacer borrón y cuenta nueva a la gente. La Biblia dice: ¡Feliz el hombre a quien sus culpas y pecados le han sido perdonados por completo”.
-A otros muchos los guía la ira y el resentimiento. Se aferran a heridas que nunca logran superar. En vez de sacarse el dolor por medio del perdón, lo repiten una y otra vez en sus mentes. Los que viven motivados por el resentimiento se “enclaustran” en sí mismos e interiorizan su ira; o“estallan”, explotan ante los demás. Ambas reacciones son dañinas e inútiles.
El resentimiento siempre te daña más a ti que a la persona con la que estás resentido. Mientras la persona que te ofendió quizás olvide la ofensa y siga su vida, tú continúas hirviendo de dolor, perpetuando el pasado.
Pero oye bien: los que te hicieron daño en el pasado no pueden seguir haciéndotelo, a menos que te aferres al dolor por medio del resentimiento. ¡Lo pasado, pasado está! Nada lo podrá cambiar. Te estás haciendo daño a ti mismo con tu amargura. Por tu propio bien, aprende de todo eso y libérate. La Biblia dice: “Entregarse a la amargura o a la pasión es una necedad que lleva a la muerte”.
- A otros los guía el temor. Sus miedos pueden ser resultado de experiencias traumáticas, de falsas expectativas, de haber sido criados en un hogar de disciplina rígida o incluso de una predisposición genética. Cualquiera que sea la causa, las personas condicionadas por el temor pierden oportunidades porque temen aventurarse a emprender cosas. Van a lo seguro, evitan riesgos y tratan de mantener su estatus.
El temor es un tipo de cárcel que tú mismo te impones, impidiéndote llegar a ser lo que Dios desea que seas. Debes reaccionar contra eso con las armas de la fe y el amor. La Biblia dice: “La persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo. Si alguien tiene miedo de que Dios lo castigue, es porque no ha aprendido a amar”.