viernes, 26 de junio de 2015

¿Qué guía tu vida?

Vi además que tanto el afán como el éxito en la vida despiertan envidias. Eclesiastés 4:4 (NVI)
El hombre sin propósito es como un barco sin timón, un soplo, nada, nadie. 


Todos tenemos algo que guía nuestras vidas.
Los diccionarios definen el verbo guiar como “mover, conducir o empujar”. Da igual que conduzcas un automóvil, claves algo o golpees una pelota de golf, eres tú quien guía, empuja o mueve ese objeto en ese instante. ¿Qué es lo que guía tu vida?
Quizás lo que te guía en estos momentos sea un problema, un plazo o una exigencia. También puede que seas guiado por un mal recuerdo, un temor constante o una costumbre involuntaria. Hay cientos de circunstancias, razones y sentimientos que guían tu vida. 
Veamos los cinco más comunes:
- A muchos los guía la culpa. Se pasan toda la vida huyendo de sus errores y ocultando su vergüenza. Quienes cargan culpas son controlados por sus recuerdos. Permiten que su futuro sea controlado por su pasado, y sin darse cuenta, se castigan a sí mismos, menospreciando sus propios logros. Cuando Caín pecó, su culpa lo separó de la presencia de Dios, y el Señor le dijo: “en el mundo serás un fugitivo errante” . Lo que ilustra hoy a la mayoría de la gente: va por la vida sin ningún propósito.
Sí, de acuerdo, somos el resultado de nuestro pasado, pero no tenemos que ser prisioneros del mismo. El propósito de Dios para ti, no está sujeto a tu pasado. Él, que convirtió a un asesino llamado Moisés en un líder, y a un cobarde llamado Gedeón en un héroe valiente, también puede hacer cosas increíbles con lo que te queda de vida. Dios es experto en hacer borrón y cuenta nueva a la gente. La Biblia dice: ¡Feliz el hombre a quien sus culpas y pecados le han sido perdonados por completo”.

-A otros muchos los guía la ira y el resentimiento. Se aferran a heridas que nunca logran superar. En vez de sacarse el dolor por medio del perdón, lo repiten una y otra vez en sus mentes. Los que viven motivados por el resentimiento se “enclaustran” en sí mismos e interiorizan su ira; o“estallan”, explotan ante los demás. Ambas reacciones son dañinas e inútiles.
El resentimiento siempre te daña más a ti que a la persona con la que estás resentido. Mientras la persona que te ofendió quizás olvide la ofensa y siga su vida, tú continúas hirviendo de dolor, perpetuando el pasado.
Pero oye bien: los que te hicieron daño en el pasado no pueden seguir haciéndotelo, a menos que te aferres al dolor por medio del resentimiento. ¡Lo pasado, pasado está! Nada lo podrá cambiar. Te estás haciendo daño a ti mismo con tu amargura. Por tu propio bien, aprende de todo eso y libérate. La Biblia dice: “Entregarse a la amargura o a la pasión es una necedad que lleva a la muerte”.

- A otros los guía el temor. Sus miedos pueden ser resultado de experiencias traumáticas, de falsas expectativas, de haber sido criados en un hogar de disciplina rígida o incluso de una predisposición genética. Cualquiera que sea la causa, las personas condicionadas por el temor pierden oportunidades porque temen aventurarse a emprender cosas. Van a lo seguro, evitan riesgos y tratan de mantener su estatus.
El temor es un tipo de cárcel que tú mismo te impones, impidiéndote llegar a ser lo que Dios desea que seas. Debes reaccionar contra eso con las armas de la fe y el amor. La Biblia dice: “La persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo. Si alguien tiene miedo de que Dios lo castigue, es porque no ha aprendido a amar”.

- Otra guía es el materialismo. El deseo de adquirir se convierte en la meta principal de sus vidas. Este deseo de querer siempre más se basa en la idea equivocada, de que cuanto más tengas serás más feliz, más importante y vivirás más seguro; pero los tres conceptos son erróneos. Las posesiones sólo proveen felicidad temporal. Como las cosas no cambian, tarde o temprano nos aburrimos de ellas, y entonces queremos otras nuevas, más grandes y más modernas.
No deja de ser un mito eso de que “Cuanto más tenga, más importante soy”. Cuanto valemos como personas y cuanto valemos por lo que tenemos no es lo mismo. No se puede determinar cuánto vales por las cosas que posees y además, Dios dice que ¡las cosas más valiosas en la vida no son los bienes que posees!
El mito más común respecto al dinero, es que cuanto más tengas, más seguro estarás. No es así. Se pueden perder las riquezas por muchas razones que están fuera de tu control. Sin embargo, l
a verdadera seguridad se basa solo en algo que no te pueden quitar: tu relación con Dios.

- A muchos los guía la necesidad de ser aceptados. Permiten que las expectativas de sus padres, cónyuges, profesores o amistades dirijan sus vidas. Muchos adultos siguen y siguen tratando de ganarse la aceptación de sus padres, a quienes les es imposible agradar. A otros los guía la presión de los amigos, preocupándose siempre por el “qué dirán”. Desgraciadamente, aquellos que siguen al mundo por lo general se pierden en él.
No sabemos todas las claves del éxito, pero tratar de agradar a todo el mundo es una de las claves del fracaso. Ser influenciado por la opinión de los demás te garantiza perder los propósitos de Dios para tu vida. Jesús dijo: “Nadie puede servir a dos señores”.

Hay otras influencias que pueden guiar tu vida, pero todas terminan en un callejón sin salida. Por ejemplo: potencial sin poder usarlo, estrés innecesario y una vida vacía.
Nada es tan importante como llevar una vida con un verdadero propósito: una vida guiada, controlada y dirigida por los propósitos de Dios para ti. Nada es más importante que conocer los propósitos de Dios para tu vida, y nada puede compensarte el no conocerlos; ni siquiera el éxito, la riqueza, la fama o los placeres. Sin un propósito, la vida es una marcha sin sentido, un movimiento sin dirección y sucesos sin motivos. La vida sin propósito es trivial, insignificante e inútil.

Conocer tu propósito da sentido a tu vida. Fuimos creados para tener significado. Por esta razón los métodos que utiliza la gente para encontrarlo, como la astrología o los psíquicos, son absurdos. Cuando la vida tiene sentido puedes soportar cualquier cosa, 
pero cuando no lo tiene resulta insoportable.
Un joven de veinte y tantos años escribió: “Siento que soy un fracaso porque intento llegar a ser algo, pero no sé que es. Solo he aprendido a vivir resolviendo lo necesario. Algún día, si descubro mi propósito, me sentiré como si comenzara a vivir”.
Sin Dios la vida no tiene propósito, y sin propósito la vida no tiene sentido. La vida sin sentido no tiene significado ni esperanza. Muchos que no tenían esperanza, lo expresaron así en la Biblia. Isaías se quejó diciendo: “En vano he trabajado; he gastado mis fuerzas sin provecho alguno”. Job dijo: “Mis días se acercan a su fin, sin esperanza, con la rapidez de una lanzadera de telar”; y también, “Tengo en poco mi vida; no quiero vivir para siempre. ¡Déjenme en paz, que mi vida no tiene sentido!”. La tragedia más terrible no es morir, sino vivir sin propósito.

La esperanza es tan esencial para tu vida como el aire y el agua. Necesitas tener esperanza para poder salir adelante. El Dr. Bernie Siegel descubrió que podía diagnosticar cuál de sus pacientes con cáncer podía sentir cierto alivio en el rigor de su enfermedad, al preguntarle: “¿Desearía vivir y llegar a los cien años?” Los que tenían un propósito claro y definido respondían afirmativamente y eran los que tenían más probabilidades de sobrevivir. Tener esperanza es el resultado de tener un propósito.
Si te has sentido desmoralizado, ¡hay esperanza! Experimentarás cambios positivos en tu vida al empezar a vivirla con propósito. Dios dice: “Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes... planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza”. Quizá sientas que estás encarando una situación imposible, mas la Biblia dice: “Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir; por el poder que obra eficazmente en nosotros”.

Conocer tu propósito simplifica tu vida. Define lo que haces o lo que dejas de hacer. Tu propósito se convierte en el patrón que usarás para evaluar qué cosas son esenciales y cuáles no. Formúlate la pregunta: Esta actividad que voy a realizar, ¿me ayudará a cumplir los propósitos de Dios para mi vida?
Sin un propósito definido no tienes fundamento alguno en qué basar tus decisiones, distribuir tu tiempo y usar tus recursos. Entonces tomarás decisiones basadas en las circunstancias, en las presiones y en el estado anímico del momento. Los que no entienden su propósito suelen esforzarse demasiado; y esto causa estrés, cansancio y conflicto.
Es imposible que logres hacer todo lo que los demás quieren que hagas. Solo tienes tiempo para hacer la voluntad de Dios. Y si no logras terminarlo todo, significa que estás haciendo más de lo que Dios quiere que hagas (o por el contrario, quizás estás viendo demasiada televisión). Pero vivir con propósito nos lleva a un estilo de vida más sencillo y a un plan de actividades más saludable. La Biblia afirma: “Hay quien pretende ser rico, y no tiene nada; hay quien parece ser pobre, y todo lo tiene”. Te lleva también a tener tranquilidad: “Al de propósito firme guardarás en perfecta paz, porque en ti confía”.

Conocer tu propósito SÍ enfoca tu vida. Esto hace que dirijas todo tu esfuerzo y energía a lo que es importante. Te conviertes en una persona efectiva al ser selectivo.
Es natural que las cosas sin importancia nos distraigan. Jugamos a “la ruleta rusa” con nuestras vidas. Henry David Thoreau observó que la gente vive una vida de “desesperación silenciosa”, pero hoy, una descripción más exacta sería "una distracción sin propósito." Muchas personas se asemejan a los giroscopios que giran con rapidez sin dirigirse a ningún lugar.
Sin un propósito definido, seguirás cambiando de dirección, de trabajo, de relaciones, de iglesia y muchas cosas más, esperando que cada cambio pueda resolver la confusión o llenar el vacío de tu corazón. Piensas: “Esta vez quizá sea diferente”, pero eso no resuelve tu verdadero problema, la carencia de enfoque o propósito. La Biblia dice: “No sean insensatos, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor”.
El poder de enfoque puede apreciarse con la luz. Un haz difuso tiene poco poder o impacto, pero puedes enfocarlo mejor concentrando su energía. Los rayos del sol, con la ayuda de una lupa, pueden ser dirigidos para quemar papel u hojarasca. Cuando la luz es enfocada aún más, como rayos láser, puede atravesar el acero.
No hay nada tan impactante como una vida centrada, vivida con propósito. Los hombres y mujeres que han sido de grandes diferencias en la historia, fueron personas con un enfoque bien definido. Por ejemplo, el apóstol Pablo propagó el cristianismo casi solo por todo el Imperio Romano. Una vida enfocada era su secreto. Él dijo: “Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y esforzándome por alcanzar lo que está delante”.
Si deseas que tu vida impacte, ¡enfócala! Deja de titubear. Y no trates de hacerlo todo. Haz menos. Tienes que deshacerte aun de algunas actividades y concentrarte en hacer lo más importante. Nunca confundas actividad con productividad. Puedes estar ocupado sin propósito alguno, y... ¿de qué sirve? Pablo dijo: “Aquellos que queremos todo lo que Dios tiene, mantengámonos enfocados en la meta”.
Además, conocer tu propósito estimula tu vida. El propósito siempre produce entusiasmo. No hay nada que dé tanto ímpetu como tener un propósito claro. Por otro lado, el entusiasmo se disipa por falta de propósito. El simple hecho de levantarse de la cama se convierte en una tarea ardua. Por lo general, es el trabajo sin propósito, aunque no sea excesivo, el que nos acaba, nos deja sin fuerzas y nos roba el gozo.
“Esta es la verdadera felicidad de la vida: ser usado para un propósito y poder reconocer Su supremacía; ser una fuerza de la naturaleza en lugar de algo inconstante, un saco de males y lamentos, siempre quejándose de que el mundo no se ha dado a la tarea de hacerlo a uno feliz”.
Y lo más importante: conocer tu propósito te prepara para la eternidad. Muchos se dan a la tarea de emplear toda su vida en crear en la tierra un legado duradero. Quieren que se les recuerde después de muertos. Pero al final, lo más importante no es lo que otros dicen de tu vida, sino lo que Dios diga. No se dan cuenta de que todos los logros personales son superados tarde o temprano; las marcas se rompen, la reputación se desvanece y los homenajes se olvidan.
Vivir para dejar un legado terrenal es una meta que revela muy poca visión. El uso más sabio de tu tiempo es que edifiques un legado eterno. No fuiste puesto en la tierra para ser recordado, sino para prepararte para la eternidad.
Llegará el día que estarás ante Dios, y Él hará un inventario de tu vida, un examen final antes de que entres en la eternidad. La Biblia declara: “¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios!... Así que cada uno de nosotros tendrá que dar cuentas de sí a Dios”. Afortunadamente, Dios desea que todos pasemos este examen; y por eso nos ha dado las preguntas con anterioridad. Al leer la Biblia podemos imaginar que Dios nos planteará dos preguntas decisivas;
Primero: ¿Qué hiciste con mi Hijo Jesucristo? Dios no cuestionará tu trasfondo religioso ni tu inclinación doctrinal. Lo único que tendrá relevancia será si aceptaste lo que Cristo hizo por ti y si aprendiste a amarlo y a confiar en Él. Porque Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida... Nadie llega al Padre sino por mí”.
Segundo: ¿Qué hiciste con lo que te entregué? ¿Qué hiciste con tu vida, dones, talentos, oportunidades, dinamismo, relaciones y recursos que Dios te dio? ¿Lo gastaste todo en ti mismo o lo usaste para los propósitos para los que Dios te creó?
El objetivo es que te preparares para estas dos preguntas. La primera determinará dónde pasarás la eternidad. La segunda determinará qué harás en ella.

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