sábado, 27 de junio de 2015

El corazón, un mal consejero

¡Actúa según lo que te dice tu corazón! Seguro que has escuchado ese consejo. Yo sí, y de hecho, muchas veces me lo he dado a mí mismo. Más aún, podría decir que generalmente sigo este consejo. Es la forma como vivimos hoy. El problema de seguir este consejo es que es contrario a lo que la Escritura enseña. Es lo que se llama un “consejo satánico”, nos hace mal. Pone la base de nuestras decisiones en arenas movedizas, y, al final, nos lleva a tomar decisiones equivocadas.

Este consejo es dado cuando tenemos dudas y preguntamos sobre lo que debemos hacer. Cuando decimos “¡sigue lo que dice tu corazón!”, en realidad estamos diciendo “¡haz lo que quieras!”. Cuando seguimos a nuestro corazón fijamos en nosotros mismos, el criterio a seguir, somos nosotros los que decimos qué es bueno y qué es malo. Asumimos la autoridad de Dios, el lugar de Dios, y, al fin de cuentas, nos creemos Dios. Esto es idolatría.

Cuando se dice “¡Sigue lo que dice tu corazón!”, en realidad se afirma que el hombre es independiente para tomar sus propias decisiones y que él puede elegir el criterio para tomar ésas. Y generalmente, este consejo viene junto a otro igual de diabólico: “lo que importa es que seas feliz”. Esto es así porque nuestra cultura piensa así, de forma individualista y hedonista. El hombre se transforma en el centro de su "mundo", y lo que le da sentido a ese mundo es su propia felicidad. Felicidad que se consigue por el cumplimiento de los propios deseos. “¡Sigue lo que dice tu corazón!” es un llamado a hacer lo que es bueno a los ojos de cada uno.
Este problema viene desde la caída de Adán y Eva. 
Fundamentalmente, el problema del primer pecado se reduce a esto: Adán y Eva optaron por la satisfacción del deseo propio más que sobre la obediencia a los mandamientos de Dios. El diablo les hizo apelación al “deseo de los ojos, la codicia de la carne y el orgullo de la vida” (ver 1 Juan 2.16, con Génesis 3.6). En contra estaba el mandamiento de Dios: “no comeréis.” Las opciones que les fueron dadas fueron las mismas que las que enfrentamos ahora. Reflejan dos moralidades distintas, dos opciones antitéticas, y dos maneras distintas de vida. La una dice: “Viviré según los sentimientos.” La otra: “Viviré según lo que Dios dice.”
Esta conclusión nos muestra la verdadera seriedad de lo que se aconseja. Cuando le decimos a alguien que crea en lo que su corazón le dice, lo estamos llevando a darle la espalda a Dios.
Aconsejar orientado hacia los sentimientos (y gran parte de la consejería comúnmente lo es), se halla en las manos de Satanás, el cual le ganó al primer hombre y a la primera mujer por medio del deseo. Animar a los solicitantes de consejo a seguir sus sentimientos antes que obedecer la Palabra de Dios, es como ponerse del lado de Satanás, endurecer el problema original, y dar lugar a las complicaciones que vienen después del comportamiento pecaminoso. Es ponerse del lado del problema y sus causas, más bien que del lado de la solución.
Cuando el hombre sigue su corazón no solo abandona el consejo de Dios, sino que deposita su fe en el peor lugar donde lo puede hacer. La Escritura nos alerta muchas veces acerca de esto. Jeremías 17.9 dice que “Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo comprenderá?” También Proverbios 28.26 dice “El que confía en su propio corazón es un necio”.

E Isaías 55:8 añade “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.” Cuando debemos tomar decisiones hay dos posibilidades: los malos pensamientos que provienen del corazón humano (Mateo 15.19) o la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios (Romanos 12.2).
En lugar de confiar en lo que el corazón nos dice, nuestros pensamientos, debemos buscar el consejo en los pensamientos de Dios.

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